El documentalista británico y productor creativo de la BBC Laurence Rees, que acaba de publicar The Nazi Mind (‘La mente nazi’), advierte de que aunque «la historia del nazismo no puede repetirse, las democracias viven en la actualidad amenazadas«.
El documentalista británico y productor creativo de la BBC Laurence Rees, que acaba de publicar The Nazi Mind (‘La mente nazi’).La obra, publicada en español por Crítica, combina la historia y las últimas investigaciones en psicología para explicar por qué la Alemania nazi cometió los crímenes más horrendos.
En una entrevista por videoconferencia, Rees rechaza la idea de que la historia se repite, pero admite que hay algunos paralelismos de los nazis con algunas formas de actuar de la extrema derecha actual: «La difusión de teorías conspiranoicas, la división entre el ‘ellos o nosotros’ o la obsesión por generar un clima de miedo y terror entre la población para asegurarse el poder».
Cree además que, «sin Hitler, no habría habido Holocausto, pero sí persecución de los judíos».
Democracias destruidas
«Exactamente lo mismo que pasó en los años treinta y cuarenta del siglo pasado no puede volver a suceder hoy en día –piensa Rees–, pero sí es verdad que las democracias pueden ser destruidas y es un milagro que tengamos democracias desde la era de la Ilustración».
Advierte el autor de que la gente debería ser consciente de la importancia de los logros democráticos que rodean el Estado de derecho: «la libertad de expresión, de prensa, de protesta, de manifestación y todos los derechos humanos que se dan por hechos son tremendamente frágiles».
Sin mencionar ningún país concreto, Rees observa con preocupación lo que sucede en el mundo actual, con la «erosión de las democracias».
Un líder elegido democráticamente puede comenzar, como hicieron los nazis, «primero atacando y destruyendo la libertad de prensa para eliminar una narrativa contraria y, segundo, forzando el retiro de los jueces que no te caen bien y nombrando a unos afines».
La democracia cada vez está más amenazada y con este libro quería recoger «advertencias, más que lecciones», que se pueden extraer de la historia, como cuando el médico te advierte de que fumar mucho no necesariamente te matará, pero es perjudicial para la salud.
Según Rees, los nazis cometieron crímenes tan horribles, como es el caso del comandante del campo de concentración de Auschwitz Rudolf Hoss, porque «muchos de ellos realmente pensaban que estaban haciendo lo correcto».
Sin embargo, Rees recuerda que, cuando entrevistó a exmiembros de la policía secreta de Stalin involucrados en deportaciones terribles a Siberia decían que lo hicieron porque, de lo contrario, les disparaban a ellos. «Eso es verdad, pero para los nazis nunca fue así, a nadie le dispararon por negarse a participar en el Holocausto«, asegura.
Según Rees, esa respuesta es simple y requiere remontarse años atrás: «Si te convertías en un nazi, ya estabas aceptando que los judíos eran un problema, estabas aceptando la mentira de que fueron los responsables de la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial, que se estaba intentando crear un Estado racial donde no hay lugar para los judíos y, cuando llegan al poder, los ataques se extienden a los enemigos políticos».
Antes de uno de los momentos cruciales, la noche de los cristales rotos, los pogromos de noviembre de 1938, Rees describe la escalada de acontecimientos, que comienza en julio de ese año con la Conferencia de Evian.
«Intento fallido»
Fue un «intento fallido» del presidente estadounidense Roosevelt para que otros países aceptaran a refugiados judíos procedentes de Alemania y Austria, que ya había sido anexionada.
Los periódicos alemanes y los discursos de Hitler, justo después, acusaban a Occidente de «hipócritas», por decir que los judíos no eran un problema, pero al mismo tiempo no aceptar recibirlos como refugiados.
En esa disyuntiva, recuerda Rees, los nazis se presentaron como los únicos dispuestos a hacer algo con estas personas que consideraban «peligrosas racialmente».
La llegada al poder de Hitler se explica también por una concatenación de factores, comenzando por el apoyo del pueblo: «En 1932, la mayoría de la gente votó o por los comunistas o por los nazis, partidos que estaban abiertamente comprometidos en destruir la democracia, a la que creían inútil».
«En absoluto significaba que estuvieran votando por un Holocausto –precisa–, sino que estaban optando por una estabilidad y una nueva Alemania, en la que todos serían racialmente iguales, una Alemania que se definiría a través de la exclusión».
Ese mensaje era, según Rees, muy atractivo para muchas personas: «Se subieron a un tren sin saber su destino».
Con información de EFE.





