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sábado, julio 12, 2025

Lecturas adolescentes: ¿vale cualquier libro? Cómo guiar a los jóvenes hacia una narrativa que los haga crecer

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La literatura para jóvenes lectores (una etiqueta que en el mundo editorial se conoce con la frase inglesa “young adult” o YA) es un mercado en crecimiento. Los libros que más leen repiten este patrón narrativo: son contemporáneos, publicados sobre todo después de 2007; una mayoría de ellos traducidos del inglés y en forma de largas sagas o trilogías; y protagonizados por personajes adolescentes, que narran sus peripecias en primera persona y con un estilo coloquial, muy parecido al que usan sus lectores en la vida real.

Títulos como Invisible, Wonder o las novelas de Blue Jeans captan la atención de los jóvenes lectores. Se trata de lecturas que abordan temas actuales y conflictos propios de la adolescencia y son espejos de su realidad, documentan sus vivencias y acompañan sus procesos de autoafirmación.

Invisible, por ejemplo, ha superado las 50 ediciones desde su publicación en 2018; autoras y autores españoles como Laura Gallego, Care Santos o Blue Jeans mantienen una presencia constante en las estanterías y en las preferencias lectoras. No son solo libros populares: son referentes emocionales y culturales para su generación.

Una experiencia de lectura audiovisual

Desde el fenómeno Harry Potter, ha crecido el interés por relatos con estructuras narrativas más elaboradas, como las que propone el experto estadounidense Christopher Vogler en El viaje del escritor. Son historias que incorporan tramas secundarias, personajes complejos y mundos ricos en detalles, como en Percy Jackson, Reina roja, Los juegos del hambre o After.

La mayoría utilizan un narrador en presente y generan una experiencia de lectura casi audiovisual: el lector no solo lee, sino que “ve” la historia desarrollarse ante sus ojos. Esta inmersión narrativa refuerza el vínculo emocional con los personajes y la trama.

Estos universos se expanden con secuelas, precuelas o reinterpretaciones, como ha ocurrido con la fantasía épica iniciada por El señor de los anillos y revitalizada por Harry Potter. Así, los adolescentes no solo buscan una buena historia, sino revivir una experiencia lectora que los atrape. El criterio para elegir un nuevo libro es claro: “me engancha”.

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Joven lee un libro.

Foto: Freepik.

Cultura anglosajona homogenea

Parece que eligen libremente sus lecturas, pero esta autonomía revela una tendencia: la homogeneidad. Se repite un solo género (la ficción narrativa) y unas estructuras, predominan los mismos temas y se impone la cultura anglosajona contemporánea.

En realidad, el funcionamiento de elección se asemeja al de los algoritmos de redes sociales, plataformas audiovisuales o tiendas digitales: más de lo mismo. Las recomendaciones refuerzan sus gustos previos y les proponen lecturas que reflejan (o idealizan) la vida que tienen o desean. Así, la experiencia lectora se convierte en un bucle de confirmación afianzado en el atractivo que provoca la familiaridad de lo conocido, más que en una oportunidad de descubrimiento.

Cuando el bibliotecario media

En contraste con la repetición de patrones en la lectura autónoma, los espacios mediados (como los clubes de lectura) ofrecen una experiencia distinta. El lector especializado selecciona las obras siguiendo criterios como los premios literarios, el reconocimiento crítico, el prestigio del autor o las recomendaciones especializadas.

Los jóvenes acceden a textos que van más allá de la narrativa juvenil dominante: se abren a nuevos géneros literarios, a obras escritas en otros tiempos, desde otras culturas y con estilos diversos. Así, la lectura se convierte en una oportunidad para descubrir nuevas voces, ampliar perspectivas y enriquecer su formación literaria y personal.

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Hombre lee un libro con atención.

Foto: Freepik.

Enseñar literatura o enseñar a leer literatura

A partir de los datos, ¿el criterio para seleccionar los libros en el centro escolar debe basarse en el “me gusta” del alumnado? Y si es así, ¿de qué alumnado hablamos?

La escuela no es solo un espacio de transmisión de contenidos, sino un lugar de formación y de equidad, donde se nivela (o debería nivelarse) el capital cultural que cada estudiante trae de casa.

En este contexto, las asignaturas de Lengua y Literatura no solo enseñan literatura: deberían enseñar a leer literatura. No es lo mismo, como explican los expertos: la clase de literatura puede ser un espacio donde descubrir que las palabras escritas en otro tiempo pueden hablar de nosotros y de nuestro mundo.

No se trata solo de transmitir un canon o enseñar a hacer análisis, sino ampliar la capacidad de comprensión y disfrute de la lectura. Esta debe ser guiada: se trata de acompañar, mostrar caminos, ayudar a superar obstáculos y enseñar a hacerlo de forma autónoma. Guiar la lectura implica invitar, sugerir y enseñar estrategias interpretativas.

Todas las lecturas no son iguales

Que la lectura literaria educa emocional y socialmente no es solo una intuición del docente: estudios recientes revelan que, a través de la ficción, los adolescentes experimentan tanto empatía afectiva (sentir lo que sienten los personajes) como cognitiva (comprender sus pensamientos y motivaciones). Concluyen que la lectura voluntaria no debe limitarse al placer, sino que debe incluir beneficios como la empatía, el crecimiento personal y la conexión social.

Dos años antes, un estudio longitudinal demostró que no toda lectura por placer tiene efectos positivos a largo plazo. Las conclusiones muestran que la lectura acumulada de literatura clásica y contemporánea se asocia con una mayor conducta prosocial y un mejor ajuste social; mientras que la lectura de ficción narrativa repetitiva, por sí sola, no predice estos beneficios.

Acompañar a todos los estudiantes (con o sin capital cultural) en su acceso a la literatura, en su derecho a gozar de su patrimonio literario, no consiste únicamente en elegir una serie de obras, sino en ofrecer enfoques de lectura distintos. No basta con opiniones o impresiones personales: hace falta ejercer una mediación, ofrecer un contexto y desplegar estrategias que permitan al alumnado acceder a su riqueza estética, histórica y cultural.

Los datos muestran que el lector adulto tiende a consumir mayoritariamente ficción narrativa basada en patrones repetitivos. Por eso, es en la escuela donde debe forjarse el derecho a leer y disfrutar de obras más exigentes.

Estas obras no solo cuentan historias: nos narran quiénes somos, nos conectan con nuestras raíces y nos ayudan a comprender el mundo desde múltiples perspectivas.

Gemma Lluch, The Conversation

Redacción

Fuente: Leer artículo original

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