La capacidad de China y de los países árabes para exportar al mundo la sensación de seguridad y buen gobierno (a costa de libertades) corre en paralelo al ascenso de la extrema derecha, la polarización y el descrédito institucional en Occidente. Es por ello por lo que muchos creen que asistimos al ocaso de las democracias. Y eso que, como aprendimos de Juan J. Linz, allá por los años setenta, por mucho que arrecien las desigualdades o crezca el populismo, la quiebra de las democracias no está escrita en ninguna parte y, en consecuencia, su pervivencia es histórica, multifactorial y vinculada a las acciones concretas de los hombres, en especial de sus líderes. También sabemos que el criterio para colocar a un líder entre los memorables tiene que ver con haber sido un tipo extraordinario, formar parte de un gran país y defender una gran causa.
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