«Un día yo vi un camino y me puse a caminar. Y anduve, anduve y anduve mezclando dicha y pesar», canta Atahualpa Yupanqui y por la rendija de una pequeña caja se ve toda la magia y un tractor de cartón arando la tierra que después de unos segundos deja que surjan los verdes cultivos.
El diminuto espectáculo, que contiene la simpleza y profundidad que hacía sentir Rene Lavand en escenarios de todo el mundo, representa la añoranza de un muchacho, que hoy está cumpliendo la pena que ordenó la Justicia, por el trabajo que realizaba en el campo junto a su padre.
Las manos creadoras de ese universo poético pertenecen a los integrantes de la Unidad Penitenciaria 7 de Azul coordinados por Matías Madrid, un actor egresado de UNICEN que trabaja bajo la dirección de la profesora Analía Umpierrez en el programa de educación en cárceles de la Secretaria de Extensión de la casa de estudios.
Hace 14 años que Madrid, que podría tener como apellido cualquier otra capital del planeta por su andar sin límites, aunque su punto de gravedad está siempre entre los arroyos y escenarios de Tandil y Juárez, es parte de este espacio en el que se trenzan pedagogía, sensibilidad e imaginación y los frutos son, como lo escribiera el escritor y aviador francés, Antoine de Saint-Exupéry, mediante un zorro, invisibles a los ojos, pero esenciales y transformadores.
– ¿Qué es el teatro en miniatura para ustedes?
– ¡El teatro en miniatura es tan lindo! Trabajar las cosas del corazón. Poder decir con poco un montón de emociones. Amasar el barro para poder volver a los lugares de la infancia. Embarrarse de pie a cabeza. Remontar un recuerdo. Pintar con colores las rejas. Abrir la ventana. Por un ratito vivir nuestro mundo interior. Habitar una sonrisa. Poder vivir con poco. El teatro en miniatura es una forma de tomarse la vida. ¡Hoy fuimos libres por un rato!
– Describí algún momento de creatividad colectiva.
– Hoy empezamos a pensar las posibilidades escénicas. Vamos creando futuras historias. También se trabajó en la escenografía. Un rancho de barro a lo Molina Campos. Una calesita. Un hipódromo. Y la siempre presente historia de Malvinas. Una clase hermosa. Abundó la creatividad y la predisposición al trabajo colectivo.
– ¿Querés compartir apuntes de la escritura en el taller?
– Sí, mirá: ¡Que no te llegue a cruzar en la calle porque te voy a reventar de un abrazo! Ayer bailamos cumbia en el penal. ¡Alta joda! Se re picó. Tomé un refresco. Comer los budines más ricos del mundo mundial. Mirar por una mirilla la felicidad en tus ojos. Ver en imágenes de cine lo hermoso del compartir el viaje de hacer lo que nos quita el sueño. Compartir el complejo de departamentos. Colgar las cobijas en la ventana. Por más que nos aten las manos vamos a escribir con los pies. Nuestros corazones serán libres por un rato. Tenemos las miradas de nuestros abuelxs, madres, tías, padres y sobrinxs. Seremos esa ráfaga de viento que hizo un remolino en la esquina del barrio. El foquito que alumbra la calle de tierra. La sombra del árbol del patio. Ojalá te den la pulser…
Madrid deja que el silencio domine la escena ahora y con la vista puesta en el horizonte hace disfrutar de la pausa en la entrevista realizada en el espacio Cultural de Yrigoyen 990 de Tandil para cerrar explicando que hace unos días su taller parecía el de unas abuelas concentradas con agujas de tejer, lo que representa para este cronista una buena invitación para pensar en las invisibles prisiones sin candados y en los distintos vestidos que se prueba esa novia hermosa que se llama libertad.
