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viernes, julio 25, 2025

Lisandro Aristimuño, de la Patagonia a un vínculo muy especial con Uruguay: “No quiero dejar de jugar”

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Lisandro Aristimuño.

Foto: Valentín López López

Quizás tenga que ver con la Patagonia. Quizás es eso, dice Lisandro Aristimuño —eso: la naturaleza, las siestas, el agua, la vida tranquila—, lo que lo conecta tanto con Uruguay. Cada vez que viene aquí, se queda “como encantado”. Cada vez que se hace amigo de alguien que nació de este lado del río, siente una conexión que a lo mejor no aparece con otras personas de otros territorios. “Viste que yo tengo algo así, como muy especial, con los músicos y con la gente de ahí”, dice a El País, como si no hicieran falta más palabras.

Lo volverá a confirmar el próximo viernes 1° de agosto, cuando se presente en Sala del Museo, ahora en formato de trío. El “trío económico”. Así lo llamará después, cuando explique que esta formación nació de la necesidad, y a pesar de lo mínimo guarda la contundencia de una multitud.

El show (con entradas en venta en Redtickets) tiene algo de electrónica mezclada con otros mundos. Respaldado por bajo y batería, Aristimuño actuará en modo pulpo, estirando los dedos sobre guitarras, máquinas, secuencers. También rescatará su otra versión, la del “fueguito”, la guitarra y la voz, que completará el mapa de un artista inquieto, que aún se reconoce en los primeros discos que hizo hace ya —ya— 20 años.

El lazo con Uruguay se reforzó recientemente con su participación en el último disco de Laura Canoura para la bellísima “Runaway”, en la que ambas voces, tan distintas, demuestran la potencia del contraste. “Fue regeneroso de su parte el querer que yo esté ahí. Quedé superfeliz de conocer a Laura y toda su música”, asegura. “Después me puse a investigar canciones de ella y dije: ‘Wow. Lo que me estaba perdiendo’”.

Antes del regreso, Aristimuño —uno de los músicos más personales de la canción argentina, tan artesanal como vanguardista, ganador de nueve premios Gardel—, conversó con El País. Aquí, parte de esa charla.

—Sos un artista que se caracteriza por la inquietud, por estar en movimiento o modificar su obra. ¿Mirás para atrás? ¿Hacés algún tipo de evaluación de tu camino?

—Sí, soy de leer mis libros viejos (se ríe). A veces pongo los discos, también como una cuestión de identidad. No sé, creo que me identifico mucho con mis primeros discos también. No es que ahora soy tan distinto a eso. Musicalmente quizás fui buscando variantes y fui creciendo y madurando en muchas cosas, pero esos discos tienen esa inocencia que no quiero perder. Es como ir a buscar a ese niño que era muy joven y muy jugado, también. No quiero dejar de jugar ni de seguir cambiando. Los escucho más que nada para eso, para reconocerme a mí. Ahora soy el mismo, pero más grande. No sé cómo decirlo: más viejo, más maduro. Más grande. Pero sigo buscando todo el tiempo esa visión que tenía cuando era adolescente.

—Hay una idea de madurez que muchas veces se confunde con solemnidad, cuando quizás la parte más interesante es la claridad que se gana, sin tener que resignar el juego. Y en un punto tu último disco, El rostro de los acantilados, tiene algo de eso y se conecta bastante con tus primeros trabajos.

—Sí, hay algo, una cosa de agarrar un poco de lo de antes. Incluso ya el título, El rostro de los acantilados, habla del mar de Viedma, donde hay acantilados. Para nosotros era como nuestro patio de verano, ir ahí al mar, con reposeras, mate, y estar todo el día hasta que se haga de noche. Sí, hay un poco de esa búsqueda. Después en lo sonoro, obviamente que la tecnología va cambiando y yo soy como muy investigador de las máquinas y de lo electrónico, del sonido nuevo, entonces las canciones quizás vuelven al origen, pero la sonoridad no. Siempre me gustó investigar. No considero que cada cosa que haga sea un hecho y tenga que ser así. Como que siempre me gustó, como dice una canción mía, mutar. Siempre me encantó meterme en personajes y en cosas de otros, en cosas nuevas.

—¿Qué es para vos lo nuevo? ¿En qué situaciones o detalles de la vida encontrás la novedad?

—Te voy a responder con una cosa que me pasó ayer. Yo tengo una hija, Azul, que tiene 13 años y está muy copada con Stranger Things y todas estas nuevas series. Y ayer le digo, “Mi amor, ¿vos viste E.T.?”. “No, pa”. “Bueno, vamos a mirarla”. Y la vimos y se juntaba mucho con Stranger Things, el bosque, la imagen de las bicis, aunque la película tiene más de 40 años. Y en la música también pasa eso, ¿no? Ahora escuchás bandas que suenan de los 80, con teclados de los 80, y la moda es conseguir el teclado más viejo o la guitarra más vieja para que suene más, y entonces no sabés si es una evolución o no, o si es volver a rescatar esas fuentes, esos sonidos e instrumentos. Pienso que un poco es eso lo que hago con lo que te decía de volver a escuchar mis discos anteriores: buscar sonoridades que quizás en ese momento eran novedad y ahora quedaron como algo clásico. Y me da mucho orgullo, porque mi primer disco, Azules Turquesas, salió hace 21 años. El otro día mi hija me puso un tema de Serú Girán, y yo dije: qué increíble que es la música, porque me parece que a veces no tiene tiempo. Las industrias intentan encasillarla en un año o un tipo de moda, y en realidad la música es como el vino. Van pasando los años y se pone mejor.

—En esto de buscar y encontrar, llegaste a un formato trío que también es una novedad en vos. ¿Qué sentís que te da esta versión?

—La verdad es que nunca toqué con tan poca gente en el escenario. Viste que siempre éramos como 8…

—O la banda enorme o el solo set.

—Claro, siempre tan equilibrado (se ríe). El trío está buenísimo sobre todo porque estamos haciendo un repertorio de canciones que por ahí nunca tocaba, y eso me reestimula porque… No es que me aburra, pero sí que a veces digo: ¿siempre voy a cantar las mismas canciones? Entonces la idea fue buscar esas canciones que por ahí no toqué tanto y que en este formato quedan buenísimas. Y también está el hecho de que es una batería, un bajo, la guitarra y la voz. Es como: vamos con poca ropa, mi cuerpo es así. No me lleno de capas.

—Y a su vez, con eso puede bastar para sostenerlo todo. Cada vez que veo a Divididos, por ejemplo, pienso en cómo alcanza con esos tres elementos para armar un mundo.

—Claro, pero el otro día fui a verlos acá al Movistar Arena y habían puesto un set de vientos, y Diego Arnedo me decía: “Me siento superraro. Estamos tan acostumbrados a que suene la guitarra de Ricardo, la batería yo, y de repente pusimos estos brasses y ahora es como que no quiero dejar de tocar con ellos”. Como que le pasa medio al revés que a nosotros, ¿viste? Yo siempre tuve cuerdas, estuve siempre muy adornado, y ahora realmente entrás a este show y es como si fuera uno de esos barcitos de pueblo donde hay una banda under tocando y poniéndolo todo. Eso es un poco el trío: estamos los tres, vos ves y somos tres, pero suena grande.

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El cantante, compositor y productor argentino Lisandro Aristimuño

Foto: Valentín López López

Redacción

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