En Gandesa, mi abuela descendía de Cal Patró porque, a su vez, su abuelo, oriundo de Xerta a la vera del Ebro, se ganaba las garrofes como patrón de llaüt , esas embarcaciones de vela que surcaban el río acarreando bienes, personas, lignito y algún que otro particular servicio como el de Madamfransuá. Todo ello sucedió antes que los embalses enterrasen el transporte fluvial, deglutieran pueblos enteros como Fayón y Mequinenza y arramblaran con las toneladas de sedimentos que durante siglos arrastraron las aguas conformando uno de los parajes más sublimes del mediterráneo: el delta del Ebro.

El Río Ebro a la altura del Assut de Xerta, en una imagen de archivo
Xavi Jurio
Uno de mis antiguos directores de periódico, avezado al sarcasmo, solía repetir que, para desazón de nacionalistas, el mejor libro de la literatura catalana, Camí de sirga , lo había parido un aragonés. Obviando la burla, si no estaba en lo cierto poco le faltaba. Jesús Moncada traza en su novela un mándala de personajes de pueblo –en donde todo se esconde y todo se acaba sabiendo en las tertulias de bar– con el epicentro en la villa de Mequinenza y el río Ebro como elemento vertebrador del comercio de carbón de las minas. Un siglo de malograda historia, mitigada a base de relatos hilarantes, sin que Moncada eluda ni disputas políticas, sociales o de clases y en donde la igualdad que imaginan y persiguen sus habitantes durante la Segunda República solo se materializa, en los años setenta, en el nuevo emplazamiento vecinal de casas blancas, idénticas y mortecinas. Las aguas se llevan por delante a las familias Torres, Sellares, Graells y Segarra, a Nelson, a Arquímedes Quintana, al boticario, al matasanos y a Madamfransuá, que con sus espectaculares curvas regenta el casquivano Edén.
Si ‘Camí de sirga’ se centra en el río, ‘Terres de l’Ebre’ lo hace en el Delta
Moncada superó el tupido tamiz del nacionalismo y Camí de sirga (1988) se incluyó en las lecturas de bachillerato. No así la novela Terres de l’Ebre (1932 ), de Sebastià Juan Arbó, uno de los más desconocidos tesoros de la literatura catalana escrita más allá del Ebro. Juan Arbó –nacido en la Ràpita pero afincado en Amposta y Barcelona, donde trabajó en La Vanguardia – personificó la erudición y, además de obtener numerosos premios durante el franquismo, publicó biografías de Cervantes y Verdaguer y tradujo, entre otros, a Stendhal y Pushkin.
Si Camí de sirga se centra en el río, Terres de l’Ebre –obra cumbre del existencialismo catalán de influencias rusas– lo hace en el Delta y el cultivo del arroz a través de tres infaustas generaciones de Joans. Desgarradora y tormentosa, el autor esquiva la realidad política y social del primer tercio de siglo XX para dirigir al lector hacia los infortunios de la vida en las barracas y los flagelantes amoríos del joven de la saga, en un ambiente pueblerino asfixiante y plúmbeo. Arbó maneja temas tan actuales como la violencia machista, el maltrato animal, los excesos del patrono, el bullying o el centralismo tortosino.