La frontera física que separa el Camp de Tarragona y las Terres de l’Ebre se sitúa en el Coll de Balaguer. Para quien desconozca la zona, es la sierra que se alza frente a la nuclear de Vandellòs, desde donde se divisa una nítida panorámica del Delta. Tras este pequeño macizo emerge la planicie del valle del Ebro y al sur, la Serra del Montsià, casi pegada al mar. Si estuviera más alejada del litoral, la comarca quizá evitaría los recurrentes estragos de riadas e inundaciones, como el episodio de este fin de semana. Pero la lluvia torrencial descarga sobre la sierra y se acumula en rieras y barrancos, entre los que se alzan algunas poblaciones, sin tiempo suficiente para dispersar el agua antes de desembocar en el Mediterráneo.

Vecinos de godall retirando objetos inservibles por las inundaciones
Miquel Muñoz / Shooting / Colaboradores
A esta determinante ubicación, podemos sumar otros factores circunstanciales y más mundanos: la maldita mano del hombre. La plaga urbanística, la mayoría de segundas residencias, se adueñó de este pequeño espacio de terreno, taponando y obstruyendo la evacuación libre de los aluviones. De ahí, que las Cases d’Alcanar sea uno de los municipios más azotados y, desgraciadamente, cada dos años. Si viviera allí estaría enfadado, muy enfadado. Porque puestos a buscar culpables, más allá de la propia naturaleza, rebusquemos entre quienes permitieron semejante despropósito constructivo.
Puestos a buscar culpables, rebusquemos entre quienes permitieron semejante despropósito constructivo
Por supuesto influyen los fenómenos meteorológicos, como la elevada temperatura del mar y los vientos, el cambio climático –pese a lo que digan los pseudoprofetas– y la orografía. En la Terra Alta, resguardada por los Ports y las sierras de Pàndols y Cavalls, las dichosas danas llegan debilitadas y la lluvia caída el domingo fue bienvenida. Pero en el Baix Ebre y el Montsià, y quizá en ningún otro paraje, no existe territorio que pueda soportar los 350 litros caídos en Freginals, o los de 300 de Santa Bàrbara o Alcanar.
Si la naturaleza tiende a vengarse, paradójicamente siempre se ceba en los mismos. De ahí que el único camino que nos quede sea la prevención, incluyendo desandar lo avanzado hasta ahora. La prevención no sólo incluye los servicios de emergencia o las alertas tempranas a la población –que en este caso o en el incendio de Paüls de julio resultaron decisivos– sino también empeñarnos en no cometer los mismos errores, por ejemplo, los urbanísticos. Por ello sorprende la cerrazón de algunos políticos en seguir construyendo sobre terrenos inundables, como en el litoral levantino, o en Tortosa con el antiguo solar para el nuevo hospital de La Cinta. Pero siempre existirán ciertos desalmados que o bien se niegan a admitir los errores o bien pretenden lucrarse levantando nuevas construcciones en un palmo de terreno. Si su fortuna o sus votos dependieran de las vicisitudes meteorológicas, como a los payeses del Ebro, el cielo estaría menos lleno de nubarrones y más repleto de bienintencionados.