Lorena Salazar Masso creció en Quibdó, un pueblo cercano al Pacífico colombiano, se formó y trabajó como publicista en Medellín, pero no fue hasta que realizaba una maestría en escritura en España, cuando empezaba a dar el gran salto a la literatura, que se sintió más latinoamericana que colombiana. “Por un lado, por el contraste y el estar lejos, supongo le pasa a todo el mundo por la mera distancia –dice a Clarín esta jornada casi invernal en Buenos Aires, hasta donde llegó para participar del Filba desde mañana viernes–. Pero también porque me empecé a situar literariamente, como lectora, primero, y autora o escritora, luego. Antes, lo latinoamericano era para mí una pregunta más política. En España, me canso un poco ya de tantos autores europeos. Y necesito también buscar una mirada más allá de la exotización en la que nos ubica Europa: por fuera del asunto de la guerra, de la violencia y demás, qué más es Latinoamérica».

De regreso, Salazar Masso eligió pasar un tiempo en Montevideo, para estudiar in situ algunos autores que le interesaban –Marosa di Giorgio, Felisberto Hernández y Juan Carlos Onetti–. También para pensar en los procesos de escritura, después de la muy festejada Esta herida llena de peces, su primera novela, que la puso en el radar literario de la región, con cambio de editorial y participación en festivales literarios.
Fue entonces, mientras indagaba en esas escrituras y se habituaba a esa ciudad con una temporalidad propia, que encontró la voz narrativa de Maldeniña, su segunda novela, publicada en 2025 en la Argentina, también por el sello Concreto.
Maldeniña narra la historia de la niña Isa y su padre en un pueblo sin nombre, entre la carretera y la ruralidad, un lugar de paso donde no asoman ni la modernidad ni la tecnología. Sólo los camiones dan cuenta del mundo de la producción y son proveedores de algún aporte económico. Por eso cuando entran en paro, la existencia del pueblo peligra al quedar, literalmente, varados de dinero, insumos y alimentos. Isa, criada sin madre, vive con su padre, dueño un hotel venido a menos, con el que comparte el cuarto e incluso la cama, cada uno, en un lado.
De a poco él empieza a salir y a no volver, dejando a la niña alternativamente al cuidado de una hermana y una serie de personajes que circulan en torno al hotel y la cantina lindante. Isa añora, desesperadamente, su cariño y su regreso, algo que se intuye no ocurrirá. El maldeniña vaticinado por la loca del pueblo crecerá en su barriga, señal de los secretos y las preguntas sin respuesta. Una historia sobre una paternidad fallida y los efectos del abandono en los cuerpos.
–¿Después de Esta herida llena de peces –un novela que avanza río arriba, siempre en movimiento, con tensión creciente–, cómo surgió esta historia casi sin trama en un pueblo olvidado?
–En principio, aclaro que este no es un lugar que exista, o sí, pero en muchos lugares. Entre una ciudad y otra, entre un pueblo y otro, hay un lugar más pequeño que no aparece en ningún mapa, que es ese lugar de paso. Yo lo he visto en Colombia, en muchas partes, en España también lo vi. Esos lugares, justamente, me llaman la atención, un poco por pensar que son lugares relegados a nivel político, social y demás. También me interesa pensar las personas que viven allí, sin ningún protagonismo, qué hacen, en qué se ocupan, cuáles son sus necesidades, qué les falta, cómo piensan, con qué se entretienen. Una vez que apareció el lugar, y el hotel, entonces, aparecieron un par de personajes, en este caso eran Isa y el padre, para luego interesarme en todo lo que pasa alrededor, el resto de los personajes. Fueron creciendo como plantas de esa tierra.
–En la novela, los espacios –y los objetos– parecen determinar a los personajes.
–Para escribir esta novela, necesitaba entender y pensar la relación de los personajes con los lugares, el significado que hay detrás y cómo una persona se mueve o se puede mover allí y qué dice de ese personaje. Para ello, me apoyé mucho en la lectura de la Poética del espacio de Gastón Bachelard. Me pasa mucho que encuentro en las lecturas que se da mucha importancia, y en el cine también, a los personajes y no tanto a los objetos. Los objetos para mí tienen tanta importancia como los personajes. Bachelard dice, lo cito de memoria, que cuando se le da la importancia que merece a los objetos, “no se abre un armario sin estremecerse un poco”. Los objetos están cargados de significado, de historia, de memoria emotiva, significan algo, dan un contexto. Me interesaba el modo como los personajes que crecen en este pueblo están condicionados por este lugar de paso, que alberga muchas soledades, muchos adioses. Volví, también, a Onetti para escribir ese abandono y ese sentimiento cargado y que habla un poco de lo que es el lugar y de lo que son ellos mismos.

Una suerte de coreografía
Sin madre ni padre, Isa le escapa a la escuela, a los niños y las “cosas” de su edad: prefiere pasar el día entre los trabajadores, los borrachos que van a llorar sus penas a Vargas en la Cantina, y las malqueridas, a las que deja entrar al hotel para que pasen la noche y la pintarrajeen. En el hotel y deambulando en las calles, se vincula y genera intercambios en una suerte de coreografía: en la que entra y sale de comercios, hace mandados, es invitada, la alimentan, escapa, duerme en casas de otros o al aire libre en una tienda de campaña.
–La vida de Isa, como la de todo el pueblo, transcurre en un tiempo moroso, enmarcado entre amaneceres y atardeceres. Un tiempo circular ligado a la naturaleza y algunas mitologías ancestrales. ¿Cómo narrar el tiempo en una historia casi sin trama?
–Bueno, desde el comienzo yo quería una historia donde no pase casi nada. Digo este nada, en comparación a las grandes historias, donde suceden muchas cosas, incluso en mi primera novela ocurren un montón de cosas en una extensión muy corta, pero aquí quería que lo que pasara fuera más pequeño y acorde a lo que puede ser un día de uno de estos personajes: detenerme justamente en cómo vive o cómo puede ser un día de uno de estos personajes que si lo comparamos desde la ciudad, donde todo se mueve, no es nada. De acuerdo a las posibilidades de cada lugar, un acontecimiento puede ser el estreno de una película, la llegada del circo, pero en este lugar, el acontecimiento es que nazca una col, por ejemplo, o que empiezan a florecer ciertos tipos de flores, o que hay una cosecha de ajíes, o sea, cosas muy relacionadas a la naturaleza y muy de la mano del trabajo de los personajes. Entonces, esas cosas pequeñas están directamente ligadas a los personajes y los personajes que nacen de esa tierra con sus soledades, sus angustias. Mi inspiración principal fue Julio Ramón Ribeiro, un maravilloso autor peruano con una tradición literaria de personajes “perdedores”, porque están enfermos, o no tienen trabajo, o no tienen pareja, o sus luchas no llegan a buen puerto, entre el humor y la tristeza. Me llamaba mucho la atención entender sus faltas, sus ausencias junto a esas pequeñas alegrías que los alimentan. En Colombia decimos que es “vivir con el diario”, hay gente que trabaja y gana ese día con lo que va a dormir, a comer el día siguiente, y la escritura también de algún modo se alimenta con el diario. El escritor es un jornalero, es como lo entiendo, la escritura es eso: tomas lo que va pasando en el día, lo que vas aprendiendo, lo que vas estudiando para escribir, y lo haces con las manos; la escritura es un trabajo manual, artesanal.
–Además de decir bastante sobre las familias y los vínculos, ponés el foco en la vulnerabilidad de las infancias.
–Si bien yo quería centrarme en el abandono del padre, era inevitable que la pregunta por la madre apareciera de algún modo, una madre que no se sabe si la abandona a Isa o murió. La ausencia de la madre configura la presencia de la misma. Más en general, me interesa pensar en la soledad de los niños, algo que me aflige bastante. Hoy, muchos niños son abandonados porque hay condiciones económicas, políticas, sociales difíciles. Por otro lado, me parece que no hay una verdadera comprensión de la infancia: los adultos nos hemos olvidado de lo que es ser niño, de tener esa mirada, de la atención, del cuidado, porque vivimos en función de la producción. Por ello me parece que los niños están mucho más cerca de los adultos de más edad, de los ancianos, que tampoco sirven a la producción, según los estándares que vemos.
–Tampoco hay lugar para la inocencia…
–Bueno, en este caso no, porque ella se ve forzada a ser grande. Una muestra es que aprendemos a sufrir, así como aprendemos a caminar. Isa ve a los borrachos de la cantina llorar sus penas con esas canciones de tristeza y despecho, como decimos en Colombia, y luego es lo que ella hace: una imitación, no hay nadie que le muestre el mundo, solo ve que lo que hacen otros, en este caso, las personas cercanas que considera su entorno familiar. La cantina, la calle en la que ella está. Lo que ella hace es aprender de ellos.
Biblioteca de la oralidad
Si en la charla, Salazar enumera toda la literatura que la influye, e incluso la que releyó especialmente para la escritura de la novela, en Maldeniña también es protagonista el registro de la oralidad, desde el modo como se retoman y encarnan mitos y leyendas ancestrales, la voz de los personajes en su decir cotidiano, y todo un universo que está dado por la música que se escucha en la cantina, y que para Isa será a la vez una forma de arrullo, contención y educación sentimental.
–En la novela se lee un elogio a la cultura popular, a través de muchas letras de temas populares que cantan o recuerdan los personajes: boleros, rancheras, incluso un tango como “Balada por un loco”.
–Sí, mi papá siempre escuchó mucho tango y a mí me encanta: el tango son grandes historias. Además, crecí entre dos cantinas y ya después de tanto escuchar las canciones, porque los borrachos las pedían y las repetían, entonces dejaba de escucharla como canción, y empezaba a leerlas. La música para mí es tan importante como los libros. Me interesa además porque narran pequeñas situaciones, no hay una canción popular que esté contando la guerra, pero sí hay canciones que hablan de amor, de desamor, de los hijos, de los nietos, de una casa, de la pérdida de una casa, en fin.
–Se dice y se ve que a los personajes les gusta escuchar. Sobre todo Vargas, el cantinero, pero incluso él necesita que lo escuchen, y lo usa a Caracortada, el vendedor de café, para que ese día “sea su cantinero”…
–Eso del hablar, del escuchar, viene porque crecí con eso en Quibdó, donde es importante la tradición oral. Las historias, los mitos, las leyendas, digamos, pero casi que la biblioteca de la región está en la tradición oral. Para mí es importante que esté y es importante que se conserve. Las personas mayores están grandes y mueren, las personas jóvenes están interesadas en otras cosas, pero para mí la tradición oral es tan importante como la música y como los libros.
–Al final, también es una leyenda ancestral donde anida el asunto del maldeniña, ese malestar que Isa localiza en su barriga, pero en algún punto, abate a todo el pueblo.
–Lo que quería dar a entender con el maldeniña es que todo ese dolor, todas esas angustias, todas esas preguntas de una niña, se sentían en el cuerpo. Una forma de manifestar todo ese dolor y ese abandono constante, que muchas veces es difícil poner en palabras. La pretensión de encontrar palabras para algo tiene un límite y el asunto de los síntomas en el cuerpo me ayudaba a contar todo eso que ella sentía. Se pueden dar otras interpretaciones, pero esa misma soledad y angustia que tiene Isa la tienen todos los personajes del pueblo.

- Nación en Medellín en 1991. Es publicista y escritora, magister en Narrativa por la Escuela de Escritores de Madrid.
- Publicó cuentos en las revistas La rompedora y Casapaís. Su debut literario, Esta herida llena de peces (Concreto, 2022), fue en la Argentina, Colombia y España, y traducida a varios idiomas.
- Su segunda novela, Maldeniña (Concreto, 2025) fue publicada en Colombia y España.
Lorena Salazar Masso estará mañana viernes a las 18 en el panel Poéticas de la ausencia en el Malba y el domingo a las 18 en la lectura Bitácoras del Filba en ArtHaus.
Sobre la firma
Natalia Ginzburg
Periodista y editora
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