No había jactancia en la tarjeta personal que Manuel Alvarez Argüelles entregaba cuando, junto a su esposa María del Carmen Cheda, estaban al frente del Hotel Europa, que alquilaban en el centro de Mar del Plata. Detallaba las virtudes del establecimiento -a tres cuadras del Casino y de la Playa Bristol, el servicio de «comida esmerada»-, y aclaraba: «Atendido por sus dueños», una frase que encerraba más que simple información comercial. Denotaba la conexión directa con los huéspedes, su dedicación al trabajo, y un orgullo genuino y comprometido por la atención.
Precisamente, es la distinción del grupo hotelero que fundó el matrimonio y que este martes celebra el cumpleaños del que para ellos fue «un sueño», la apertura del primer 5 estrellas de Mar del Plata, el Hotel Costa Galana, la joya de un emporio hotelero que ya incorporó a la tercera generación de la familia. El lujoso hotel, que reposicionó a Mar del Plata, cumple 30 años.
Se inauguró el 28 de enero de 1995, día del cumpleaños de Manuel, que no llegó a ver zarpar a la nave insignia del grupo: falleció cinco meses antes. En los tiempos en que no se hablaba del liderazgo de la mujer o peor, en que su gobierno generaba suspicacias, María del Carmen y su hija Claudia quedaron al frente del negocio.
Días después, ya en marzo, hubo una inauguración formal a la que asistió el entonces presidente Carlos Menem. Fue en los primeros tiempos de su gestión, los años del recordado 1 a 1, un peso un dólar, que el matrimonio comenzó a visualizar el 5 estrellas, en realidad, «a soñar con un hotel que todos los elogiaran«.
Ocurría entonces lo que siempre pasa cuando el cambio es favorable al bolsillo de los argentinos: los turistas elegían destinos del exterior. Y muchos de estos viajeros, al regresar, por ejemplo de Río de Janeiro, y volver a pisar Mar del Plata, indirectamente terminaron por azuzarlos: «No sabes, Manuel, allá tienen esto, esto y aquello», le describían entusiasmados los huéspedes las experiencias que habían tenido en la hotelería fuera del país.
Por eso, los esfuerzos económicos de este matrimonio descendiente de inmigrantes españoles, gallegos ellos también, fueron enfocados a la compra de los terrenos linderos al Hotel Iruña, el que siguió al Hotel Europa y que marca, por ser el primero que pudieron comprar, en 1958, la fecha fundacional del grupo hotelero.
Contrataron a un arquitecto consagrado, Mario Roberto Alvarez, autor de diseños emblemáticos como el Teatro y Centro Cultural San Martín, en la avenida Corrientes; la Casa Podestá, el edificio de Posadas y Schiaffino, la Bolsa de Cereales, el Túnel Subfluvial que une Paraná y Santa Fe, entre otros, además de decenas de edificios de propiedad horizontal. El Costa Galana fue el primer hotel de su portfolio.
Pero Alvarez no tuvo buenas noticias en su primer encuentro: el terreno que el matrimonio había comprado no sumaba los metros suficientes para el desarrollo de un proyecto cuyas dimensiones necesarias Manuel tenía muy claras.
«Había mucho de visionario en mi padre», lo recuerda su hija Claudia Alvarez Argüelles, contadora pública, presidente y CEO del grupo hotelero, que vuelve a recorrer la historia de su familia para contar cómo una mañana su papá regresó al Iruña y avisó que ya tenía el lugar donde erigir el 5 estrellas, entonces en un sector alejado, frente a Playa Grande. «Tenían un vínculo estratégico, él yendo siempre más allá, ella un tanto más conservadora, si se quiere, pero acompañando», explica sobre sus padres.
Pero para llegar hasta aquí, el matrimonio había recorrido un largo y duro camino que comenzó cuando eran adolescentes y desde el Puerto de Vigo viajaron a Buenos Aires. Vivían en pueblos cercanos de Galicia, aunque allí no se conocieron.
Los padres de ambos, en los difíciles tiempos de post guerra civil española, habían emigrado en busca de un futuro mejor, dejando allí a sus hijos, y trabajando con el objetivo de poder al fin costearles el viaje para reunir a su familia, lo que ocurrió años después.
María del Carmen llegó cuando tenía 13; sus padres, que emigraron cuando ella tenía 2 años, alquilaban una pensión en el barrio de Montserrat, en Buenos Aires. Manuel llegó con 14 años; conoció a su papá en Buenos Aires.
En tanto terminaron la escuela primaria, ambos tuvieron su primer contacto con el oficio que luego abrazaron: ella fue mucama y lavandera en la pensión de sus padres; Manuel comenzó a trabajar en el bar donde lo hacía su padre.
Se conocieron en un picnic organizado por la comunidad española en Buenos Aires, ella con 16, él con 21. «Cuando ella salía de la escuela, veía que él pasaba por su casa. La tercera vez que lo vio, de manera directa, como es mi mamá, le preguntó por qué lo hacía siendo que no le quedaba de paso: ‘Paso a verte’, le confesó él. Al año se casaron, y no se separaron más», recuerda Claudia.
Era 1951 y Mar del Plata estaba en boca de todos. Ese mismo año, los padres de María del Carmen hicieron pie en estas playas, donde compraron una pensión. El joven matrimonio Alvarez Argüelles trabajó casi tres años allí, «haciendo de todo», pero fundamentalmente ella como mucama y él en la cocina o como mozo. Su idea siempre fue independizarse, dinero que ganaron, lo ahorraron: así llegaron a comprar el fondo de comercio de «un pequeñísimo hotel», el Europa, en la calle Belgrano 2400 (ya no existe), «atendido por sus dueños».
De allí pasaron al Hotel Iruña, en Diagonal Alberdi y la costa, entonces un edificio de dos pisos. Una foto de esos primeros años denota el empuje que movilizaba a la pareja: en blanco y negro, el frente del hotel anunciaba con grandes carteles: «Abierto todo el año. Calefacción central». Toda una innovación: los hoteles, en esos años, abrían aquí solo en verano.
Años de mucho trabajo. «Entre 18 y 20 horas por día; bajábamos a la playa una o dos veces al año«, recuerda María del Carmen en un libro de memorias: «Se repetía el desafío; mejorar las habitaciones, los yesos caídos, falta de pintura. Retomamos el ritmo que veníamos sosteniendo, de mejora permanente como nuestra forma de trabajar».
Tuvieron dos hijos, Alberto y Claudia, y su casa fue el Iruña. Todavía es la de su madre: «Nunca quiso irse del hotel», cuenta su hija, que a los 12 años, como un juego, comenzó a trabajar en un área -en esos años- neurálgica del hotel, como telefonista.
«Ellos trabajaban muy enfocados, me apasionaba verlos, disfrutaban trabajando, viendo los detalles, anticipándose a los deseos de los huéspedes», cuenta en la charla con Clarín en la biblioteca del Hotel Costa Galana, que redefinió el perfil de la ciudad como anfitriona.
Ni bien abrió sus puertas, albergó comitivas de los Juegos Panamericanos de 1995, de los que Mar del Plata fue sede; la lista de eventos en sus tres décadas y de personalidades del mundo -del espectáculo, del deporte, del poder- que pasaron por el hotel es vasta y sorprendente.
Desde su apertura sorprendió con un «área de bienestar» (entonces nadie hablaba de spa), con restaurantes de alta cocina, para el que eligieron en principio la mano creativa del chef Jean Paul Bondoux, para La Bourgogne, la mesa más francesa de Mar del Plata, y ahora, desde el verano pasado, «Mar Cocina Suratlántica», inmerso en el tercer piso, de cara al mar del que se nutre, a cargo de otro creativo, el chef Pedro Bargero.
La insignia de Alvarez Argüelles Hoteles luce en marcas con su sello, además de Costa Galana: la batería la integran Grand Brizo, Brizo Hoteles, Collection, Unit y FLAAT Apartamentos. Actualmente, cuenta con una docena de establecimientos entre propios y gerenciados en Buenos Aires, Mar del Plata, La Plata, Salta, Neuquén y Santa Rosa, y proyectos en diferentes ciudades de Argentina y más allá, emprendiendo el camino de retorno a la tierra de los fundadores.
Ese paso es la «internacionalización» de la bandera Alvarez Argüelles, que hace 12 años incorporó a la tercera generación familiar. Matías Basanta Argüelles, hijo de Claudia, administrador de empresas, que de algún modo repite la historia de haber absorbido la vida de un hotel desde su infancia, y de haberla construido: pasó por todas las áreas, desde el depósito, el área de mantenimiento o la cafetería, y de llevarla adelante hoy, apuntalando el próximo paso: la expansión del grupo hotelero en el exterior.
Integra con su madre el directorio, para el que no hay que imaginar una larga mesa con ejecutivos tomando decisiones. «Somos un directorio operativo», se definen.
No hay fecha establecida, aunque no falta mucho tiempo, y si está claro cuál será el destino: España. La compañía ya no solo se muestra como capaz de gestionar su negocio familiar, sino como una gestora de activos de negocios.
Una empresa dedicada al management hotelero en la que la hospitalidad que prometía don Manuel en aquella tarjeta personal «continúa siendo el corazón del negocio», testimonio de que el trabajo, el cuidado del detalle y la calidez pueden trascender generaciones.
AS