La discusión ya está instalada en las mesas de café, en los pasillos de las oficinas, en los foros de internet -si es que todavía existen- y, obviamente, en las redes sociales. La primera piedra la arrojó Rodrigo De Paul, a un par de meses de la consagración en Qatar 2022, cuando aseguró que la Scaloneta, como equipo, era la mejor Selección Argentina de la historia. Le saltaron a la yugular otros campeones del mundo vintage. Los de 1978 y los de 1986. Con razón o sin razón, esgrimieron sus argumentos y cada uno sumó sus respectivos acólitos para bordar una polémica que puede ser infinita. Y es verdad. Resulta difícil, sin profundizar, decir cuál es la mejor. Sobre todo porque las tres tuvieron sus méritos, sus virtudes y sus defectos. Porque cada una, la de César Menotti, la de Carlos Bilardo y la de Lionel Scaloni, sumó una estrella que tiene el mismo valor, aunque bajo diferentes contextos.
Sin embargo, dos años después de que De Paul se animara a la comparación -odiosa como todas las de su condición-, afloran las razones para colocar al equipo que todavía comanda Lionel Messi por encima de los otros dos. Porque la consigna no debería pasar por definir cuál el mejor seleccionado campeón del mundo de la historia, sino por conceptualizar cuál es el mejor proceso histórico a nivel resultados. Y no sólo las estadísticas les dan la derecha a los conquistadores de la tercera estrella. Entrando a los terrenos de la subjetividad, esta Selección, y su juego vistoso y efectivo, hace que valga la pena pagar la entrada para verla en vivo y en directo -aunque en estos tiempos resulta difícil juntar el mango para llegar a valores tan onerosos-.

Sobran las palabras hasta ahora. Lo que vienen son los números. La Selección de Menotti tuvo el mérito de ser la que puso la piedra fundamental. «La más importante», como sintetizó Jorge Valdano porque colocó, por fin, a la Argentina en el plano internacional. Y eso es indiscutible. Además de la vuelta olímpica en el Mundial 1978, jugó dos veces la Copa América (no pasó de la primera ronda en 1975 y tampoco lo hizo en 1979) y otro Mundial, el de España 1982, con eliminación a manos de Brasil e Italia en una segunda fase que hacía las veces de previa de las semifinales. En ese lapso de ocho años, Argentina jugó 79 partidos, con 42 triunfos, 19 empates y 18 derrotas y con 148 goles a favor y 81 en contra.
Américo Rubén Gallego fue el futbolista con más presencias (66) y Daniel Passarella fue el máximo goleador (22, uno más que Leopoldo Luque y cinco más que Mario Kempes) de un ciclo que fue ultrapositivo, aunque colmado de irregularidades. Por ejemplo, sólo una vez ganó cuatro partidos consecutivos y su mejor racha fue de 10 partidos sin caídas (siete victorias y tres empates, todos en amistosos) entre 1980 y 1981. Ese lapso fue, con la incorporación tardía de Diego Maradona, el que más enamoró con su juego.
En el costado negativo, padeció una seguidilla de tres derrotas consecutivas (Alemania Federal, Yugoslavia e Inglaterra) entre 1979 y 1980 y en España 82 perdió tres de los cinco partidos que jugó (Bélgica en el partido inaugural y Brasil e Italia por la segunda fase). El ciclo, incluso, estuvo bajo revisión en 1977 cuando la AFA, por presión de la dictadura de Videla, le exigió que tuviera balance positivo en una serie de amistosos internacionales jugados en Buenos Aires a un año del Mundial.

El ciclo de Bilardo, que tocó el cielo con las manos (de Dios y de Diego) en el estadio Azteca, fue mucho más irregular. Incluyó también dos Mundiales, con el título en México 1986 desplegando un fútbol de altísimo vuelo y la final de Italia 1990 producto de un milagro maradoneano. Le fue mal en las dos Copa América que jugó, una en Argentina en 1987 y otra, dos años después, en Brasil.
Fueron también 79 partidos, con 26 victorias, 30 empates y 23 traspiés, con 87 goles a favor y 74 en contra y con Jorge Burruchaga como el jugador emblema (56 apariciones) y Maradona como máximo goleador (19). Los números, sin embargo, marcan más dificultades en el tránsito de esos casi ocho años. Lo mejor del ciclo fue por lejos lo que ocurrió en aquel bendito 1986, cuando enhebró una seguidilla de ocho encuentros sin derrotas (un empate y siete victorias). Tuvo además, dos rachas de cinco victorias: una en 1985 (un amistoso y cuatro partidos de Eliminatorias) y otra en tierras aztecas (Bulgaria, Uruguay, Inglaterra, Bélgica y Alemania).
El resto fue más complejo. Resistencia desde el inicio, incluso soportando campañas mediáticas y políticas en su contra. Y flojas presentaciones entre los dos hitos mundialistas. De hecho, estuvo nueve partidos sin ganar entre 1988 y 1990 (cinco empates y cuatro derrotas) y siete sin marcar goles. Por momentos, con o sin Diego, el equipo jugaba muy mal.
Seleccionados campeones comparados
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Lo de la Scaloneta, en cambio, es un recorrido abrumador. Tiene, eso sí, un Mundial menos -ya se avecina el de 2026-. Pero hay que contar la gesta de Lusail y alrededores que ya todos conocen y tres copas América, con un tercer puesto y dos vueltas olímpicas. El bonus track es la Finalissima contra Italia que ganó en Wembley. A nivel títulos pasa el trapo. Y también en el arqueo de la campaña, que cuenta ya con 84 partidos, con 59 sonrisas, 17 igualdades y apenas 8 derrotas, con ¡168! goles a favor y apenas 45 en contra.
Dos veces enhebró rachas de ocho victorias. La primera en 2023 sin encajar goles y la segunda entre 2023 y 2024 con dos goles en contra. De 17 partidos, ganó 16. También, desde la última derrota con Brasil hasta el palazo que le pegó Arabia Saudita en el inicio en Qatar 2022, estuvo 36 encuentros sin perder (25 ganados y 11 empatados). Nunca fue derrotado en dos partidos seguidos. Y, por primera vez, ganó en el Maracaná y en el Centenario en partidos por los puntos. Algo inédito en la historia de la Selección. Desde 2018 para acá, con Scaloni en modo pasante y con Scaloni en modo prócer, la Selección Argentina acostumbró a los hinchas a ganar y, lo más importante, a gustar. Nunca antes el romance estuvo tan afianzado. Todos quieren ver a Messi y compañía. Se trata de un fenómeno asombroso. Y que la da un brillo distintivo a la tercera estrella.
