“En el Vaticano, el silencio es tan importante como la palabra”, solía decir un eclesiástico español al servicio de la Secretaría de Estado, quien añadía: “Y, como gallego, sé descifrarlo perfectamente”. Aquel monseñor, científico de formación, llevaba muchos años en Roma y las había visto de todos los colores, desde el punto de vista institucional. Y ponía un ejemplo: “ser monseñor, con un cargo como el mío, no significa nada: es automático; ahora bien, no serlo, significaría mucho”.
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