Por Dante Velázquez (*)
En la Argentina actual, donde las promesas ruidosas de cambio desde arriba empiezan a mostrar sus límites, los gobiernos locales volvemos a ser el ancla de la vida democrática. No es casualidad que, en las últimas elecciones legislativas de la provincia de Buenos Aires, hayan sido los intendentes —muchos de ellos sin cámaras, sin grandes campañas y sin aparatos nacionales— quienes sostuvimos el vínculo con nuestras comunidades y consolidamos triunfos allí donde parecía difícil.
El resultado del 7 de septiembre dejó una certeza: el modelo de cercanía, de gestión concreta y de escucha activa que encarnamos los gobiernos locales sigue siendo valorado por los vecinos. En tiempos de polarización, los intendentes volvimos a ocupar un rol central. Y no porque hayamos buscado protagonismo, sino porque el territorio nos empujó a estar presentes donde otros se retiraron.
Mientras el discurso libertario se fragmenta entre consignas abstractas y ajuste sin contención, fuimos los municipios los que pusimos el cuerpo. Cuando la macroeconomía se vuelve distante y las decisiones nacionales no llegan al barrio, la gente no le habla al Estado nacional: nos habla a los intendentes.
La elección bonaerense reflejó eso. Muchos jefes comunales, incluso en distritos complejos, salieron fortalecidos. No por magia ni marketing: por presencia real. Porque estuvimos cuando hubo que gestionar la salud, acompañar a los comercios, asistir a las familias, mejorar una calle, o simplemente escuchar. Esa presencia, esa coherencia, fue leída como un acto político profundo. En un contexto donde lo nacional se vuelve cada vez más volátil, lo local se convierte en certeza.
Gobernar una ciudad no es una tarea menor. Requiere equilibrio entre urgencias y planificaciones, entre escuchar y decidir, entre sostener y transformar. Los intendentes, muchas veces sin recursos suficientes, resolvemos lo cotidiano: desde la recolección de residuos hasta la seguridad comunitaria, desde la educación inicial hasta la contención social.
Pero además, hoy enfrentamos desafíos que antes eran propios de otras jurisdicciones: gestionamos salud pública, atendemos emergencias habitacionales, promovemos empleo, defendemos el ambiente, protegemos derechos. La descentralización de responsabilidades sin financiamiento es un hecho. Pero aun en ese marco adverso, seguimos estando. Y eso, en estos tiempos, es profundamente político.
El día que el espejo devolvió otra imagen: las razones detrás de la derrota del relato libertario
El federalismo no se construye solo entre Nación y provincias. También se construye desde los municipios. Somos los gobiernos locales quienes mejor conocemos el pulso de nuestras comunidades, quienes más rápido podemos intervenir ante una crisis y quienes más legitimidad tenemos para proponer soluciones.
En muchos casos, la relación entre Nación y municipios está mediada por estructuras lentas o intereses partidarios. Por eso, fortalecer a los gobiernos locales no solo es necesario: es estratégico. Implica reconocer que en cada intendencia hay una usina de innovación política, de gestión cercana y de democracia real.
Si algo mostró esta elección es que la política sin territorio es solo un discurso. La comunidad valora a quienes estamos cerca, a quienes no desaparecemos después del acto, a quienes caminamos los barrios no para sacarnos una foto, sino para escuchar lo que duele. El país necesita reconstruir confianza. Y en ese camino, los intendentes no somos actores secundarios. Somos articuladores sociales, gestores de lo posible, garantes de derechos. No esperamos la orden de arriba para actuar: actuamos porque el vecino no puede esperar.
Desde La Quiaca, lo entendemos con claridad. Aquí también, como en tantos puntos del país, los desafíos nos interpelan todos los días. Y también aquí estamos convencidos de que el camino hacia una Argentina más justa y más equilibrada empieza desde abajo, desde lo local, desde el cara a cara con nuestra gente.
Hoy más que nunca, revalorizar el rol de los gobiernos locales es apostar por una democracia con raíces profundas. Porque las transformaciones reales empiezan donde empieza la vida: en el territorio.
(*) Intendente de La Quiaca