No se ven. No se sienten. Pero están ahí. En el agua embotellada que tomamos, en el aire que respiramos, y, cada vez con más frecuencia, en los alimentos que consumimos. Los microplásticos son partículas diminutas de plástico que se convirtieron en un contaminante ubicuo, persistente y preocupante. “Donde busques, si el estudio está más o menos bien hecho, vas a encontrar microplásticos”, advierte el químico Ricardo Faccio, profesor titular del Departamento de Experimentación y Teoría de la Estructura de la Materia y sus Aplicaciones, en la Facultad de Química de la Universidad de la República (UdelaR).
Faccio trabajó durante años en la preparación y caracterización de materiales, incluyendo plásticos, en el laboratorio. Su formación lo llevó a especializarse en el reciclaje y comportamiento físico de polímeros, y desde hace un tiempo su investigación se cruza con un tema que crece en la agenda ambiental global: la detección e identificación de microplásticos en el ambiente y en organismos vivos.
“Empezamos a colaborar con colegas de Rocha, del Centro Universitario Regional del Este (CURE), que venían trabajando en la presencia de microplásticos en ambientes costeros. Como nosotros tenemos técnicas para identificar polímeros, nos sumamos para poder determinar de forma precisa con qué tipo de plásticos estamos tratando”, dijo Faccio en diálogo con El País.
La complejidad del diagnóstico
Identificar un microplástico no es tan sencillo como mirarlo al microscopio. En sus primeros años, los estudios sobre este tema se basaban en inspección visual: se separaban las partículas y se clasificaban entre naturales y sintéticas. “Eso hoy no alcanza. Las revistas científicas te exigen protocolos rigurosos, análisis espectroscópicos o cromatográficos para confirmar si una partícula es realmente un polímero sintético y cuál”, explicó.
Más allá de la dificultad técnica, lo que sorprende es la frecuencia con la que se encuentran. “No es una excepción encontrar plásticos en sedimentos, en ríos, en peces. Lo preocupante es que ya no estamos hablando solo del sistema digestivo de los peces, sino del músculo, o sea, de la parte que efectivamente consumimos. Eso implica que el microplástico llegó más lejos en el organismo”, señaló Faccio.
El trabajo en curso, en conjunto con estudiantes de tesis y el equipo del CURE, busca establecer métodos confiables para detectar esas partículas en tejidos comestibles. “Lo más desafiante es detectar nanoplásticos, que son partículas aún más pequeñas, de menos de una micra. Esas sí pueden atravesar barreras celulares, distribuirse por el cuerpo y alojarse en órganos”, advierte.
¿De dónde salen?
Una parte significativa de los microplásticos proviene de la fragmentación de objetos más grandes: botellas, bolsas, envoltorios, tapitas. Pero hay otros, incluso más peligrosos, que son fabricados directamente en tamaño microscópico para cumplir una función específica. “Las microesferas que se usaban en pastas de dientes, exfoliantes o productos de limpieza facial son un ejemplo. Son partículas diseñadas deliberadamente para ser pequeñas. Y cuando las eliminás por el desagüe, terminan muchas veces en el ambiente”, expresó Faccio.
“Durante años nos cepillamos los dientes con microplásticos sin saberlo. Y no solo los eliminamos por la boca, a veces incluso los ingeríamos”.
Aunque muchas de estas aplicaciones ya están prohibidas en la Unión Europea, el problema persiste por la existencia de otras fuentes, como las fibras sintéticas de la ropa. “Cada vez que lavamos ropa de poliéster o nylon, se desprenden microfibras que terminan en las aguas residuales. Y si el sistema de tratamiento no las filtra adecuadamente, van al mar”, advirtió. “Eso explica por qué el Río de la Plata, por ejemplo, tiene alta presencia de microfibras”.
El caucho de las cubiertas de autos es otra fuente relevante: se desgasta con el uso y genera partículas que se esparcen en el ambiente. “A eso se le llama microplástico secundario: uno que surge de la fragmentación por uso mecánico, luz solar o intemperie”, explicó el investigador.

Foto de Archivo.
Una amenaza creciente y subestimada
¿Qué efectos pueden tener estas partículas en la salud humana? Faccio pide precaución antes de hacer afirmaciones categóricas, pero subrayó que las señales son claras. “Hay más estudios que muestran correlaciones entre presencia de microplásticos en órganos y ciertas patologías. En algunos casos se habla de inflamación crónica, estrés oxidativo, o la capacidad de estos plásticos de actuar como transportadores de patógenos”, dijo. “No es que vamos a morir mañana por los microplásticos, pero tampoco es cierto que sean inertes. Eso es un mito”, acotó.
El investigador cree que Uruguay aún está en una etapa incipiente en cuanto al monitoreo sistemático. “La mayoría de los estudios son puntuales, muchas veces cualitativos. No hay una red institucionalizada que monitoree de forma regular sedimentos, aguas o fauna. Eso requiere protocolos de muestreo, seguimiento temporal y recursos que hoy no están asignados de forma clara”, comentó.

Foto: Freepik.
Educación, regulación, y rediseño: el triángulo clave
Faccio insiste en que la solución al problema de los microplásticos no pasa exclusivamente por el reciclaje. “El reciclaje es necesario, pero si no pensás en el reciclaje desde el diseño del producto, ya empezás mal”, afirma. “Un tetrapack, por ejemplo, es un producto excelente desde el punto de vista de la ingeniería: multilaminado, durable, barato. Pero es un desastre para reciclar”, afirmó.
“Hay que pensar en materiales monocomponente, que aunque salgan un poco más caros, aumentan la reciclabilidad. Y además, hay que educar al consumidor para que entienda por qué eso importa”, añadió.
También señala que muchos planes, como el Plan Vale que lanzó el Ministerio de Ambiente, están bien orientados pero todavía incompletos. “Falta información clara sobre qué tipo de plásticos se recolectan, cómo se deben preparar para su reciclaje, y sobre todo qué destino final van a tener. Porque si lo juntás todo mezclado y sucio, no sirve”, aseveró.
Y concluyó con un mensaje que mezcla realismo con responsabilidad: “Hace años que convivimos con el plástico. No es el único contaminante, y quizás no sea el más tóxico. Pero está en todos lados. Si no actuamos de forma coordinada —desde los gobiernos hasta cada ciudadano— vamos a seguir agravando un problema que ya está instalado”.