El ferrocarril fue, en su día, la llave que abrió el progreso industrial en medio mundo. En América Latina, sin embargo, quedó atrapado entre montañas, selvas y prioridades distintas. Hoy, el continente se embarca en un renacer ferroviario con ambiciones descomunales: volver a tejer territorios fragmentados y acercarse al pulso global.
De redes inconexas al regreso de los grandes proyectos

Durante gran parte del siglo XX, países como Argentina, México y Brasil vivieron un auge ferroviario que pronto se desmoronó. Las líneas nacieron para mover productos agrícolas y mineros hacia puertos de exportación, sin pensar en redes integrales para pasajeros. La falta de visión estatal, la privatización y la inestabilidad política terminaron por quebrar muchos sistemas.
Hoy la historia cambia. México apuesta por el Tren Maya y por 3.000 kilómetros adicionales que cruzarían hasta Estados Unidos. Argentina, con apoyo de CAF y empresas chinas, destina 16.000 millones a modernizar vías. Chile y Perú trabajan en corredores costeros y metro, mientras Colombia reabre la discusión sobre conectar regiones aisladas.
El desafío colosal de Brasil y la Ferrovia Bioceánica

Brasil concentra más de 50 proyectos con un presupuesto estimado en 81.600 millones de dólares. La meta es duplicar su red ferroviaria para 2054 y ampliar el transporte de pasajeros. Pero la joya de la corona es la Ferrovia Bioceánica: 3.700 kilómetros que unirán Santos, en el Atlántico, con Bayóvar, en el Pacífico.
Este corredor atravesará Brasil, Bolivia y Chile, con posibles extensiones hacia Argentina y Paraguay. Su objetivo: transportar más de 10 millones de toneladas de mercancías al año. No es casual que se lo compare con un “canal de Panamá en tren”, un eje que redibujará el comercio regional y, al mismo tiempo, facilitará a China mover minerales y productos agrícolas con rapidez inédita.
El papel de China y los retos del renacer ferroviario

China no es un observador pasivo. Financia proyectos, aporta tecnología y se asegura un lugar estratégico en la región. Para Pekín, estos rieles son mucho más que transporte: son una vía para consolidar su presencia geopolítica en Sudamérica.
Pero los obstáculos son formidables. La inversión total, de 384.000 millones de dólares hasta 2050, exige coordinación interestatal, estabilidad política y capacidad de resistir a climas extremos. Solo en un tramo, lluvias superiores a 1.000 mililitros paralizaron las obras. Aun así, algunos segmentos podrían comenzar a funcionar en 2028, marcando un hito en este renacer ferroviario que promete cambiar la historia del continente.