Si en algo están de acuerdo los británicos, ricos o pobres, del norte o del sur, de izquierdas o de derechas, es que los trenes no funcionan. No solo son brutalmente caros (hasta cinco veces más que en Francia), sino que llegan tarde, son poco fiables y cuando el servicio no se ve afectado por huelgas, es por averías u obras de mantenimiento. Un desastre.
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