
Con más de 40 años de carrera en la que figuran algunas de las películas más taquilleras de Francia y franquicias de alcance global, Luc Besson, como director o productor, no ha parado nunca de trabajar. Por eso que le cuente a El País — vía Zoom vaya uno a saber desde dónde— que le quedan apenas un par de películas para decir todo lo que tiene para decir, es toda una declaración.No es la primera vez que lo anuncia, es cierto.
El Drácula de Besson, subtitulado “un cuento de amor”, tiene a Caleb Landry Jones (Tres anuncios para un crimen) como el conde transilvano que viaja a París (cuando el centenario de la Revolución Francesa) para reencontrarse, sin que ella lo sepa, con Elisabetta (Zoe Blue, la hija de Patricia Arquette), su amada esposa asesinada hace 400 años. Christophe Waltz es un sacerdote que hace el papel de Van Helsing en la historia original.
Foto: SHANNA BESSON
Aunque la película tiene escenas cercanas al imaginario de los vampiros, Besson privilegia los aspectos románticos de la historia: el conde está más enamorado que sediento y esto es más sobre el corazón que sobre yugulares.
En su primer fin de semana en cines franceses, la película convocó 266.000 espectadores en 559 salas, el mejor estreno de una película de Besson en varios años. Es, de acuerdo a Le Figaro, la película francesa de mayor presupuesto del año, con más de 45 millones de euros de inversión.
Nacido en París en 1959, Besson integró lo que algún crítico definió como “Cinéma du look”, dado el cuidado de las apariencias de películas comoDiva de Jean Jacques Beiniex o Subway (1985) y Azul profundo (1988) de Besson. Se lo solía llamar el más hollywoodense de los franceses.
Una intensa primera etapa de su carrera incluye hitos como Nikita (1990), El perfecto asesino (1994), la grandiosa El quinto elemento (1997) con Bruce Willis y la Juana de arco (2000) con Mila Jovovich. Pocos cineastas consiguen una seguidilla de ese calibre.
Desde ahí su filmografía ha sido un poco más irregular aunque siempre personal y ambiciosa. Entre lo mejor de lo reciente están la adrenalínica Lucy (2014) con Scarlett Johansson y Valerian y la ciudad de los mil planetas (2017), la película independiente y europea más costosa de la historia y que resultó una inversión riesgosa. Produjo, además, la saga Búsqueda implacable con Liam Neeson que recaudó más de mil millones de dólares. También está detrás de El transportador, la de Jason Statham.
Su próxima película es un regreso a la ciencia ficción con The Last Man, producida e interpretada por el rapero Snoop Dogg y definida como una relectura de «El planeta de los simios».
Besson —quien produce sus películas a través de EuropaCorp, la empresa que dirige con su esposa, Virginie Besson-Silla— es un cineasta independiente de gran presupuesto, un aventurero con influencia real en el cine de acción y mirada de autor aunque los críticos tiendan a citarlo con recelo. A veces tienen razón.
Casi exclusivamente centrado en su Drácula, tal como se había acordado, Besson charló un ratito con El País.
—He leído que esta es su “producción más ambiciosa” desde Valerian y la ciudad de mil planetas. ¿Cómo se puede medir ambición en una película?
—Esas cosas no significan nada para mí. Lo difícil es tratar de usar tu cerebro, tu corazón y tus entrañas para hacer lo mejor que puedes hacer en una película. En Drácula éramos un equipo de 900 técnicos y todos trabajamos juntos para hacer lo mejor. Esa debe ser la única ambición. No importa si la película es pequeña o grande: quiero darte un regalo e intento entregártelo de la mejor manera posible. Mi miedo es que lo abras y me digas, “¡ya tengo uno igual!” (se ríe). Mi deseo, que lo abras y digas, “¡Oh, Dios mío! ¡Esto es lo que estaba esperando!”. Con eso alcanza.
—Lo debe haber estado contestando todo el día pero, ¿qué hace a Drácula tan fascinante y por qué contarlo como una historia de amor?
—Mi fascinación viene de Caleb Landry Jones con quien trabajé en mi anterior película, Dogman, y fue una experiencia maravillosa. Estábamos buscando que queríamos hacer. Hablamos de Mao, Napoleón, Jesús…
—Personajes pequeños…
—Eso. Es que se necesita un personaje así para su dimensión como actor: puede hacer realmente todo. Y de repente dijimos Drácula. Así que volví a leer el libro y presté atención a la dimensión romántica de la historia, no la parte del terror. Me impactó porque había olvidado que este hombre había sobrevivido 400 años solo para volver a ver a su esposa. Y es un buen mensaje para una sociedad que se ha vuelto tan cínica.
—Sin espoilear, la última escena parece subrayar eso…
—Sí, es casi como Romeo y Julieta. Muy bonito.
—¿Qué tiene un actor necesita para encender esa chispa en usted? ¿Le sucedió a menudo?
—Primero, tiene que ser generoso. Cuando un actor es una estrella, es más difícil porque las estrellas se miran a sí mismas y son muy autoconscientes. Necesito un actor generoso que comparta con los otros actores y que trate de hacer lo mejor para complacerte. Soy el que pide el color rojo y necesito un actor que me diga “¿qué tipo de rojo quieres? ¿claro u oscuro?” Que intente interpretar lo que quieres. Y Caleb me da todo lo que le pido y lo intenta todo, además de ser muy inteligente y creativo. ¡El problema es que a veces nunca hace dos tomas iguales! Siempre es diferente. Pero es un placer trabajar con este tipo. No teme a nada.
—¿Qué queda en usted de aquel muchacho de Azul profundo y Subway?
—En el set, soy el mismo y siento la misma pasión. Lo que cambió es que tengo más conocimiento, sé hacer mejor mi trabajo y por eso puedo ser más preciso. Creo que como director, estoy cada vez mejor. No quiere decir que la película te vaya a interesar más o menos, pero en mi trabajo me siento cómodo y siempre intento ir más lejos. Mi única preocupación cuando termino una película es cómo puedo hacer que la siguiente sea mejor. Esa es mi más pura motivación.
—¿Cuál ha sido, desde siempre, su mayor preocupación cuando está haciendo una película?
—Al principio era que, por favor, me dejaran hacer una película. Y cuando terminé la primera que, por favor me dejaran hacer otra. Y cuando hice Azul profundo, “déjenme hacer tres y los dejo tranquilos”. Fue así por al menos cinco o seis películas. Y después de eso me di cuenta de que tal vez tenía el crédito para una o dos más. Pero siempre estaba consciente de que se podría terminar mañana. Y solo quería hacer una más y otra más. Cuando sienta que no tenga nada más que decir —lo que no está muy lejos ahora, quizás uno o dos películas más— le dejaré mi lugar a un director joven, porque se lo merece. Sí, me quedan un par de películas por hacer.
—¿No decía lo mismo hace 20 años? ¿Eso que iba a hacer solo 10 películas o algo así?
—Es verdad y era superhonesto cuando lo decía en ese momento. Quería hacer solo 10 porque pensé que no tendría nada que decir después de eso. Y cuando llegué a las 10, dije, “Dios, empiezo a entender cómo funciona ser director”. Y siento que todavía tengo cosas que decir. Y digo, bien, hagamos dos o tres más. Pero ahora puedo sentir que con la edad —ya no tengo 25 años— eso está más cerca.
—¿Qué le queda por decir?
—No lo sé exactamente, pero creo que un artista siempre reacciona a cómo es la sociedad en ese momento. Por ejemplo, si tomas Nikita, por entonces la sociedad francesa era muy chica, muy de derecha, todo era muy agradable. Yo tenía 26, 27 años y solo quería patear traseros. Ahora cuando veo lo bruta y cínica que se ha vuelto la sociedad en todo el mundo, y cómo ha aumentado la distancia entre ricos y pobres, incluso aunque no hablamos exactamente de este tema, cuando haces un película, quieres llevar algo a la gente que, por lo menos durante dos horas, les ayude un poco.
—¿Y eso está en Drácula?
—Drácula es de otro tiempo, de otro modo de amar, otra forma de hablar con Dios. Y espero que traiga algo a la gente para pensar y estar contenta con eso.
—Una característica de su cine es que hay humor y eso se ve incluso en Drácula…
—Es así. De hecho, cuando voy teniendo la sensación de que me tomo a mí mismo demasiado en serio, tengo que hacer un chiste. En la película, lo hago todo el tiempo porque nunca quiero olvidar que no es más que una película. Es mi manera de guiñarles el ojo a los espectadores. E incluso en escenas muy emotivas, si después hay una sonrisa o una risa, la escena es mucho mejor.