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sábado, julio 26, 2025

Maestra de escritores: Clara Obligado comparte las claves de su legendario taller literario

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Clara Obligado, escritora argentina residente en Madrid desde 1976, comenzó a coordinar un taller de escritura creativa en 1978, dice, casi por casualidad. La propuesta era un poco exótica, un poco inhabitual, un poco audaz. Pero la muerte del dictadorísimo Franciso Franco había abierto las puertas a casi todo y, ¿por qué no juntarse a leer y escribir?

La historia ha sido contada así por ella misma: «Cuando llegué a España como filóloga ya me gustaba mucho enseñar. Me junté con un grupo de amigos para escribir un libro en equipo y naturalmente yo coordinaba la tarea. Luego me invitaron a dar pequeños cursos, por fin me contrataron en un Ayuntamiento. Cuando me despidieron, tuve que darme de alta en el paro y lo hice como “Taller de escritura”. Y allí apareció el término, que fue incorporado junto a talleres mecánicos, de prótesis dentales y cosas por el estilo. De esto hace ya más de 47 años».

Desde entonces, su carrera como escritora fue construyéndose con libros de cuentos (El libro de los viajes equivocados, La muerte juega a los dados y el reciente Tres maneras de decir adiós) ensayos (Una casa lejos de casa. La escritura extranjera y el reeditado siete veces Todo lo que crece. Naturaleza y escritura) y novelas (La hija de Marx y No le digas que lo quieres), entre muchos otros.

Y a la par con esas reuniones que, además de constituirse como el pionero Taller de Escritura Creativa Clara Obligado, se extendieron a la Universidad Nacional de Educación a Distancia, el Círculo de Bellas Artes y la librería Mujeres de Madrid, entre otras instituciones. Por esas reuniones pasaron varias generaciones de escritores y escritoras que hoy ven sus nombres en noticias sobre premios y lanzamientos.

Dos veces integrante del Jurado de Honor del Premio Clarín Novela, mientras termina de corregir su próximo libro, dedicado a los árboles, Clara Obligado desayuna esta mañana en la confitería La Ideal mientras pasa un mes en Buenos Aires entre entrevistas y, ¡cómo no!, talleres de escritura. Y dice estas cosas.

Los talleres de Clara Obligado son una fiesta. Una fiesta de rigor, experiencia y alegría de escribir.

–Hay quien dice que es imposible aprender a escribir literatura. Vos llevás casi cincuenta años coordinando un taller de escritura creativa en Madrid. ¿Se puede aprender a escribir?

–Mi hija, Camila, recopiló todo el archivo del taller desde el inicio y los está analizando en el marco de una tesis que demuestra cómo los talleres de escritura llegaron a Europa a través de un montón de exilados, de la Argentina y de otros lugares. Hablamos de papeles de los años 80, cuando esa era una idea de gente instalada, en general con una cultura muy patriarcal (todo hay que decirlo), que opinaba que no se puede enseñar a escribir. Recuerdo de esos años a un escritor que me dijo: «Yo no creo en los talleres». Le respondí: «Mira, no es un problema de fe. Puestos a creer, yo tampoco creo en el derecho y vos sos abogado y me parece mucho más dañino lo que puede hacer un abogado mientras que la literatura no te va a hacer nunca daño». De manera que he tenido este debate hasta hasta la náusea: ¿Se enseña a escribir? ¿El escritor nace o se hace? Llegó un momento en que comencé a decir: «Todos los escritores hemos nacido, es evidente que el escritor nace. Luego veremos cómo se hace”. A mí me parece un privilegio mi trabajo. Es cierto que, en este momento y por muchas razones, podría dedicarme solo a escribir. Pero no lo voy a hacer ni loca. Mi vida es eso que transcurre en torno a una mesa hablando de literatura con gente que me cae muy bien. Ahora, el taller tiene distintos grupos que llevamos Camila Paz, Valeria Correa Fiz, Javier Morales o Nuria Barrios. Todos elegimos un tema por año y todos los cursos trabajan el tema, aunque cada uno como le da la gana. El año que viene hablaremos de la amistad.

Clara Obligado retratada en el Jardín Botánico. Foto: Fernando de la Orden.
Clara Obligado retratada en el Jardín Botánico. Foto: Fernando de la Orden.

–Cuando empezaste a fines de los 70 con los talleres, ¿llevabas desde la Argentina alguna experiencia al respecto o inventaste un método?

–Uno inventa y no inventa. Yo llevaba de aquí a Paulo Freire. No solo la lectura de su obra, yo había hecho alfabetización y, con Paulo Freire, había aprendido a enseñar. Además, traigo una vocación por la enseñanza, que también tiene toda mi familia: mi abuelo enseñaba, mi tío enseñaba, mi hermana enseñaba, mi sobrino enseña. Es algo que se nos da bien, pero hablo de enseñar en el sentido de charlar, no de pontificar, y Paulo Freire no es Sarmiento. Con esa experiencia, que me marcó mucho, empecé en Madrid. Pero, como siempre digo, yo no llegué con un plan de empresa. Se fue dando.

–¿Cómo te fuiste transformando en la maestra de escritores que sos hoy?

–No sé si soy una maestra. Yo siempre me considero un frontón vasco. La gente tira con una pelota y yo se la devuelvo. Se me da muy bien devolver. Esa quizás es mi eficiencia: puedo contestar muy rápido. Por otra parte, creo en el debate profundamente, creo que lo que nos puede salvar es poder hablar y a veces con bastante fuerza, con bastante exigencia sobre mi propio carácter, que puede ser autoritario. De manera que en cada grupo, trabajamos en base al debate. Cada uno piensa lo que quiere, pero todos nos respetamos. Y la literatura es también un punto de encuentro y la palabra es un puente. Yo tomo de Freire la idea de que la palabra nos puede cambiar.

–Si el motor del trabajo en el grupo es el debate, ¿cuáles son las lógicas de ese debate? ¿Todas las opiniones siempre sirven a quien lee su texto?

–Yo trabajo con el nivel medio y alto, o sea que trabajo proyectos de libro. Lo primero es entrevistar a todas las personas que se postulan al taller y formo los grupos con gente que, por alguna razón, opino que puede trabajar bien conmigo o con alguno de los otros talleristas. Nunca tomo gente que quiera trabajar conmigo si yo considero que no debe trabajar conmigo. Porque la relación es como la de un matrimonio y no me caso con todo el mundo. Para mí, meterme en el texto de otro es un trabajo importante que está muy en el filo de la amistad. Entonces, eso sería lo primero, la elección. Después, en clase, tenemos un sistema que funciona bien. La gente trae textos. En ocasiones, responden a algo que yo propongo, pero siempre les digo que la obediencia no es una virtud literaria. Cada quien lo lee en voz alta y pido opiniones. ¿A todo el mundo? No. Yo sé quién le puede contestar bien. En general, las opiniones no coinciden en todo, pero sí marcan un mismo síntoma. Por último, abro turno al final, por si alguien quiere decir algo, pero se lo corto muy rápido sí veo que no aporta. Entonces, le recomiendo al autor que, si tres personas dicen que hay algo, se lo piense. También voy apuntando lo que dicen y les hago una devolución. Pero esa devolución no se discute. De ninguna manera. Podés hacer lo que te dé la gana, claro. Podés escribirlo de nuevo, tirarlo a la basura, opinar que mi opinión es muy mala.

Desde el primer minuto hubo conexión, mucha empatía y críticas tan atinadas que en gran medida yo mismo comparto. Nadie allí hizo «preguntas tontas», sino intervenciones inteligentes.

–¿También se elogian los textos?

–Todos son lectores muy buenos y yo no trabajo la adulación. Es decir que al taller ya deben venir heridos. Lo digo en broma pero ellos entienden que es cariñoso. Pero también es duro. A veces vienen con un texto del que están muy orgullosos y se lo tiran abajo. La gente que trabaja conmigo no llega ahí para que yo les diga qué lindo que sos. Es demasiado caro para eso, y es una tontería. Así no aprenden. Y después leemos mucho también. Ahora, en verano, hacemos un plan de lecturas y a lo largo del año hacemos siete conferencias sobre esas lecturas.

–¿Cómo se aprende a leer para escribir, Clara?

–Eso es lo que sí se puede enseñar. A pensar y a pensarte. Y a pensar tu propio texto y a tomar distancia. Todo eso se puede enseñar. A ser escritor no hay quien te puede enseñar, eso no se puede enseñar. En el taller, hacemos dos tipos de lecturas. Hacemos, por ejemplo, a principio de curso un tipo de lectura de la ciudad. Leímos urbanistas o a Martín Kohan. Nada de eso te sirve para escribir, pero sí para pensar. Después, destripamos textos. Una vez, hicimos un texto copiando todas la sintaxis de Borges pero vaciándole la semántica. Un ejercicio buenísimo. Un tema que discutimos un montón es la idea de robo, de copia y cuál es el límite. Hay un libro que me gusta mucho de un escritor cubano que se llama Ronaldo Menéndez que se llama Covers. En soledad y compañía (Páginas de Espuma). Ronaldo es un tipo muy particular, vive en Madrid y le pedían textos para Iberia. Él necesitaba ganar dinero y no se le ocurría nada. Entonces, empezaba, por ejemplo, con un con el comienzo de “El Aleph”. Toda la frase. Y desde ahí se soltaba y seguía con otra cosa. El libro recoge todos esos textos. A mí me parece que la literatura está ahí para ser usada. Lo que pasa es que usar la literatura significa saber leer muy bien. O sea, no para que copies un personaje, eso es una tontería.

–La primera reacción ante un comentario es defender el propio texto. “Lo que yo quería decir es…”. ¿Cómo manejás eso?

–Está prohibido. Vos no podés responder, responde el texto por sí mismo. Solamente la primera vez, en general, les digo: “Pensá que es la última y única vez que vas a poder hablar sobre tu texto, así que decí todo lo que quieras decir”. Porque, les pregunto, ¿vas a acompañar cada ejemplar de tu libro y se lo vas a explicar al lector? Lo que no explica el texto que no lo explique el autor.

Clara Obligado retratada en el Jardín Botánico. Foto: Fernando de la Orden.Clara Obligado retratada en el Jardín Botánico. Foto: Fernando de la Orden.

–¿Y qué hacen en esa situación?

–Te explica lo que quiso decir y, mientras lo está haciendo, se siente ridículo. De manera que a partir de ahí, escuchan y agradecen porque sinceramente que haya 10 o 12 personas que te quieren bien, pero no son tus amigos, que están formados y que te van a dar honestamente una opinión, no tiene precio. Además, se produce un efecto curioso. Si a mí un texto me gusta mucho, lo critico mucho también. Si no me interesa mucho o está muy flojo, le marco algunas cosas porque no puede afrontar toda la corrección a la vez.

–¿Cómo funciona para vos la lectura del otro, cuando sos también escritora? ¿Cómo lográs no intentar transformar a todos en otra versión de vos misma?

–Bueno, yo soy muy disociada. Estoy,a esta altura, muy formada para eso. Puedo escuchar al otro perfectamente desde el otro. Y cuando se me confunde, lo aclaro. Puedo decir: “Mira, este es un texto que plantea el tema del idioma. A mí me interesa particularmente. Entonces, no sé si lo que te estoy diciendo, te lo estoy diciendo porque me gusta o porque es verdad. A mí me encanta”. De la misma forma, hay textos que a mí no me interesan nada y, sin embargo, es como dice el poeta Pedro Salinas en «La voz a ti debida»: “Es que quiero sacar de ti tu mejor tú”. Tengo un participante que trabaja una mezcla de lenguaje casi judicial con la ironía. Entonces, ¿yo qué hago? ¿Lo comparo con Pedro Lemebel? No. Lo comparo consigo mismo. Y mi trabajo sería buscar lecturas que a él lo acompañen. Yo leo muchísimo y soy de sostener a mis alumnos con lecturas.

–¿Cómo sabes que esa lectura, en la que vos encontrás conexiones, va a ser visible para el estudiante?

–Es su problema. No es el mío. O sea, yo sé que tu remedio es este, que te va a hacer bien. Tómalo si querés, no es mi problema. Pero tiene las herramientas para hacer que esa lectura se vuelva un remedio, porque a veces es pura potencia y después la persona no tiene la capacidad. Lo charlamos mucho. Es una mecánica muy afable y al mismo tiempo muy participativo, además me discuten y me te creas que me hacen mucho caso. No, no les importa un pito. El año pasado me dijo un alumno: “¿Sos consciente de que has recomendado 322 libros este año?”.

Las preguntas eran inteligentes, informadas, de gente que (como cualquier escritor, siempre) estaba tratando de resolver sus problemas con la palabra.

–¿Y eras consciente?

–No, ni ahí. No. A mí me aprietan la nariz y te recomiendo libros. Dame cinco minutos y te recomiendo a vos. Por eso me parezco más un frontón vasco que otra cosa. Tiran contra mí y yo les contesto. Si les va bien, me alegro. Si no les va bien, también. Y cambio de opinión. Entonces, les digo: «Mira, creo que ayer me equivoqué o se me ocurrió esto otro».

–Es esperable que alguien que va a un taller durante años quiera ser escritor. ¿Pasa lo contrario?

–Nunca los fuerzo. Nunca jamás, porque sé el peso que tiene una carrera literaria. Jamás. Tengo un alumno que es un superdotado. Es un lector impecable, es un amor de persona, pero no quiere ser escritor. Entonces, yo se lo he dicho ya muchas veces: «Como no quieres, no quieres». De todas formas el taller tiene una editorial desde la que hacemos, a veces, libros de autor y otras una antología. Este año vendimos 800 ejemplares en un solo día de la Feria del Libro de Madrid.

Clara Obligado básico

  • Nació en Buenos Aires. Exiliada política de la dictadura militar, desde 1976 vive en España.
  • Es licenciada en Literatura, y ha dirigido los primeros talleres de Escritura Creativa que se organizaron en este país, actividad que ha llevado a cabo para numerosas universidades y diversas instituciones y que realiza de forma independiente.
  • En 1996 recibió el premio Femenino Lumen por su novela La hija de Marx y en 2015 el premio de novela breve Juan March Cencillo por Petrarca para viajeros.
Clara Obligado retratada en el Jardín Botánico. Foto: Fernando de la Orden.Clara Obligado retratada en el Jardín Botánico. Foto: Fernando de la Orden.
  • Ha publicado las antologías Por favor, sea breve 1 y 2, señeras en la implantación del microrrelato en España, y los volúmenes de cuentos Las otras vidas, El libro de los viajes equivocados (que mereció el IX Premio Setenil al mejor libro de cuentos de 2012), La muerte juega a los dados y La biblioteca de agua.
  • Tiene numerosos libros de ensayo, entre otros, Una casa lejos de casa. La escritura extranjera y, el más reciente, Todo lo que crece. Naturaleza y escritura.

Redacción

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