Cuatro kilómetros de caos ilustran la peor amenaza en décadas para Mali y el Sahel. La estación Petro Golf del barrio de Koulikoro en Bamako, amaneció ayer con una hilera de cientos de vehículos que desde hace días esperan, en fila y desesperados, para poder llenar de combustible sus depósitos. La imagen, que se repite en decenas de puntos de la capital, es el resultado de un desafío fundamentalista que jamás había llegado tan lejos: el 3 de septiembre, el grupo yihadista Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM por sus siglas en árabe y ligado a Al Qaeda), impuso un bloqueo de combustible que paralizó primero las principales carreteras y ciudades del país, algunas de ellas sin electricidad desde hace semanas, y llegó esta semana a la capital sin que el ejército haya sido capaz de contener a los fundamentalistas ni evitar que hayan quemado decenas de camiones cisterna y secuestrado a sus conductores.
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