23 Jul Manos Unidas en Guatemala: Cuando emigrar deja de ser la única salida Una región donde a pesar de tener tierras fértiles, las oportunidades escasean
Publicado el 08:13h en actualidad por Marta Almela
En el Altiplano Occidental de Guatemala se da una paradoja difícil de comprender para quien no conoce la región: pese a contar con tierras fértiles y un notable potencial económico, las oportunidades escasean. En este contexto, miles de personas se ven forzadas a migrar hacia el norte en busca de un futuro mejor. Para muchas de ellas, especialmente para las personas jóvenes, la migración se ha convertido en un camino casi inevitable.
“Durante años, el trabajo ha sido escaso, informal y mal pagado”, explica Inés Molinero, técnica del proyecto. “A menudo, la única salida percibida es emigrar. Pero esto, gracias al trabajo de Manos Unidas, de sus socios locales y del apoyo financiero de la Unión Europea, está empezando a cambiar”.
Kayibal: pensar para transformar
Impulsado por Manos Unidas, en colaboración con organizaciones locales, y cofinanciado por la Unión Europea, el proyecto busca transformar la falta de oportunidades en desarrollo, esperanza y dignidad.
El programa se desarrolla en 16 municipios de los departamentos de Sololá, Totonicapán, Quetzaltenango y San Marcos, una de las zonas con mayores índices de pobreza del país. En Guatemala, más del 70% del empleo es informal, una precariedad que impacta de forma desproporcionada a mujeres indígenas y jóvenes rurales (Encuesta Nacional de Condiciones de Vida – ENCOVI – 2022).
Kayibal promueve la generación de empleo digno, equitativo y sostenible a través de tres ejes estratégicos: el fortalecimiento institucional, el fomento del emprendimiento y la innovación en MIPYMES -micro, pequeñas y medianas empresas- lideradas por mujeres.
La lógica es simple: cuando las personas cuentan con alternativas reales, formación, reconocimiento y medios para generar ingresos, la migración deja de ser la única salida. Mucho más si en los países de destino les espera un entorno cada vez más hostil. Bajo esta premisa, Kayibal trabaja para empoderar a quienes han sido históricamente marginados, especialmente a mujeres jóvenes indígenas, que enfrentan una doble exclusión: por su género y por su condición socioeconómica.
“A través de cursos de cocina, costura, administración, peluquería y muchos otros más, ayudamos a cientos de mujeres y jóvenes a encontrar un trabajo digno con el que desarrollar sus vidas”, explica Inés Molinero.
Transformar sin imponer
Uno de los pilares del proyecto es el acompañamiento a MIPYMES lideradas por mujeres. Se promueve la innovación, la producción sostenible y el acceso a redes comerciales. Las emprendedoras reciben asesoría empresarial, diagnósticos personalizados y apoyo para incorporar tecnologías limpias y digitalizar sus negocios.
«Una parte fundamental del proyecto es el apoyo económico para adquirir maquinaria y equipos necesarios para sus emprendimientos. Esta financiación les permite dar un salto cualitativo que, de otro modo, sería muy difícil«, añade Molinero.
El enfoque del proyecto parte de una idea clave: las soluciones reales y que funcionan a largo plazo nacen desde las propias comunidades. Por eso, el proyecto Kayibal prioriza la escucha, el acompañamiento y el trabajo con las comunidades para que sean ellas quienes propongan y diseñen sus propios caminos profesionales.
“No imponemos ningún curso ni hoja de ruta. Damos un impulso a trabajos que ya se estaban realizando, pero de manera muy precaria, sin formación y sin equipos. Les ayudamos a crecer a partir de sus propias ideas”, resume Inés.
En un viaje al territorio, Manos Unidas ha sido testigo del impacto de Kayibal. Un cambio que se percibe en las aulas donde se enseña cocina internacional y peluquería; en los mercados, donde emprendedoras venden delantales que antes no imaginaban. Pero, por encima de todo, Manos Unidas ha visto la confianza renovada de jóvenes que hoy creen en su capacidad para salir adelante sin dejarlo todo atrás.
Desempleo y desigualdad de género
La brecha de género en el acceso al trabajo en Guatemala sigue siendo profunda. Mientras que el 86% de los hombres participa en el mercado laboral, solo el 39% de las mujeres lo hace. Esta desigualdad se agrava aún más en las zonas rurales, donde el trabajo de las mujeres no siempre es reconocido ni remunerado, y donde sus responsabilidades domésticas limitan las posibilidades de formación o emprendimiento. En el caso de las jóvenes, la situación es aún más precaria: solo 1 de cada 4 jóvenes ocupadas es mujer.
La pandemia del Covid-19 golpeó con especial dureza a quienes ya vivían al límite en esta zona de Guatemala. En una región donde 8 de cada 10 personas trabajan en la economía informal, el acceso al empleo digno siempre fue escaso, pero el confinamiento y la parálisis económica dejaron a muchas familias sin ninguna fuente de ingresos. Las más afectadas fueron las mujeres, y en especial las mujeres indígenas.
Esli Rebeca Aguilar sabe lo que esto significa en carne propia. Durante la pandemia, se quedó sin opciones de trabajo, ni siquiera de autoempleo. Pero, gracias a los talleres de corte y confección del proyecto, no solo aprendió un oficio, sino que encontró una forma de generar ingresos para su familia y recuperar su autoestima.
“Gracias al curso de corte y confección, hoy mi emprendimiento es la elaboración de delantales, de manera tradicional y moderna, y adaptados al bolsillo de cada cliente. Es mi forma de expresarme y servir a mi comunidad”, explica Esli.