06-04-2025 La joven Licenciada y Doctora en Astronomía, un día decidió dejar todo atrás junto a su compañero Raúl. En exclusiva le contó a MinutoG su experiencia y la travesía que está viviendo en las profundidades del mar.
Por: Juli Dipardo
Se trata de Manuela Sáez, criada en Mar de las Pampas, quien, entre pinos, médanos y el mar forjó un vínculo profundo con la naturaleza que marcaría su vida para siempre. En las noches geselinas, sin muchas luces, el cielo también fue parte de su mundo, despertando una curiosidad que la llevó a estudiar Astronomía en la Universidad Nacional de La Plata, se graduó con honores en 2014, recibiendo el premio Joaquín V. González como egresada destacada. Luego hizo un Doctorado en la misma casa de estudios, financiado por el CONICET, donde se especializó en oscilaciones de neutrinos. Durante este camino, vivió y trabajó en países como Estados Unidos, Alemania y Japón, fue investigadora en la Universidad de Berkeley en California y en el Instituto RIKEN en Japón, publicó más de 15 artículos en revistas científicas de alto impacto y dictó clases en distintas facultades de la UNLP.
Sin embargo, Manuela no se sentía plena, sentía la necesidad de abrirse a otras formas de vida, con otros ritmos y horizontes, fue entonces que decidió, dejar su carrera como Investigadora en Astrofísica en UC Berkeley y Japón para emprender esta travesía en vela y poder recorrer el mundo junto a Raúl, su compañero de vida.
“El Tupac Amaru”, oxidado y abandonado en un Puerto de Uruguay, fue encontrado por Raúl, quien se dedicó a su restauración con mucho amor, paciencia y destreza, convirtiéndolo hoy en su hogar flotante. “El barco aún se encuentra en plena reparación, pero lo esencial para navegar funciona bien”, nos cuenta Manuela mar adentro.
La geselina, zarpó el 26 de noviembre de 2024, desde La Paloma, Uruguay, y desde entonces ha recorrido más de 1000 millas por la costa de Brasil. “Cada Puerto es distinto, cada fondeo nos regala una escena irrepetible. No se trata solo de movernos, sino de habitar, de vivir una vida donde los días están marcados por el viento, la corriente y la intuición. En cada puerto, en cada encuentro aprendemos y compartimos. Nos mueve la idea de dejar algo bueno en nuestro paso, de generar conexiones reales con las comunidades que visitamos, de vivir con menos, pero ofrecer más. Vivir en un velero es aprender a convivir con lo mínimo y valorar lo esencial. El agua dulce no se desperdicia, el sol es nuestra fuente de electricidad. El espacio se comparte y, sin embargo, nunca me sentí tan libre”, dice la joven.
Manuela se sumó a esta aventura que le propuso Raúl, sin saber nada de navegación, está aprendiendo a reparar el barco, que es casi un trabajo full time, izar velas, ajustar cabos, cada maniobra pone su cuerpo a prueba, pero el cielo la acompaña y las estrellas que conoció de chica, ahora la guían en el mar.
Además, reflexiona “sigo pensando que el mar y el cosmos están profundamente conectados. Navegar y hacer astronomía comparten algo esencial: nos enfrentan a lo vasto, a lo desconocido, a lo que no controlamos. Y a la vez, nos enseñan que con algunas herramientas —una carta náutica, una carta celeste— podemos orientarnos. Podemos movernos, elegir. Cuando navegamos, estamos completamente solos, en medio de la nada. La radio VHF —nuestro único medio de comunicación— tiene un alcance limitado, la sensación de aislamiento en el mar es muy real. Es intensa, pero también profundamente transformadora.
Después de tantos años dedicados a la ciencia, con sus logros y exigencias, decidí frenar. No porque no amara lo que hacía sino porque el precio era demasiado alto, me dolía el cuerpo, era un ambiente muy competitivo, me pesaba el desarraigo, me angustiaba la autoexigencia sin tregua. Me sentía una extraña, incluso en los lugares que había elegido. Cambiar de vida fue una mezcla de vértigo y alivio, sentí culpa, miedo, pero también sentí algo nuevo: que por fin me estaba eligiendo a mí”.
Durante este tiempo, Manuela estuvo trabajando de forma remota como data scientist, pero ahora busca algo que le regale más tiempo libre para el barco y sus demandas. Quiere dar clases de matemáticas o astronomía, realizar talleres. También está escribiendo un libro que une la navegación y la astronomía, donde se cruzan el cielo, el mar, y las preguntas que siempre la han acompañado a lo largo de su vida. Además, colabora con ONG dedicadas a la conservación marina. “Me gustaría también desarrollar propuestas educativas y llevar material didáctico a distintas comunidades costeras, especialmente en zonas remotas a las que puedo acceder con el velero. Como nacida en Villa Gesell, siento un compromiso profundo con el Mar Argentino y con acercar el conocimiento a quienes viven cerca de él. Deseo seguir fortaleciendo ese camino. Algo que me gustaría también en el futuro cercano es poder involucrarme en lo que es la educación terciaria/universitaria en villa Gesell. Me encantaría en algún momento volver y poder dar clases allá. Soñar no cuesta nada”. Concluye Manuela.
Para aventurarte en su viaje podés seguirla a través de su Instagram: @tupacamarusailing. Y para contactarla vía mail: [email protected].