Las cosas nunca son como parecen sino que todo está atravesado por profundas corrientes subterráneas. Los habitantes de Toronto lo saben bien pues, con sus 30 kilómetros de pasillos bajo tierra –la ciudad subterránea más grande del mundo–, aprenden desde niños que hay una vida arriba y otra abajo. Su escritora viva más importante, Margaret Atwood (Ottawa, 1939) nos muestra ahora, por primera vez, todo aquello que latía bajo sus ficciones en las memorias Libro de mis vidas (Salamandra), que se publica en la Argentina en diciembre.
Libro de mis vidas, de Margaret Atwood (Salamandra). Foto: gentileza.Atwood, risueña, elegante, cargando una bolsa de compras y acompañada de una amiga, no parece la autora de una de las distopías más vendidas del mundo (El cuento de la criada, 1985). Recibe a este diario poco antes de atender a Dua Lipa por videoconferencia (la cantante tiene un podcast de libros), en una sala de la biblioteca de la Universidad de Toronto, que custodia su archivo.
-Los críticos han buscado siempre elementos de su biografía en sus novelas, y usted respondía que aquello era ficción. Pero, ahora, vemos cuáles eran las respuestas correctas. Y, lejos de autoglorificarse, se presenta como una mujer bien normal.
-En algunas memorias y autobiografías los autores presentan una versión inflada de sí mismos y omiten las partes malas. Pero para mí, unas memorias son lo que uno recuerda, con bastante frecuencia tonterías que uno hizo, cosas estúpidas que hicieron otras personas, catástrofes y sorpresas. Uno no recuerda qué desayunó a menos que lo anote en su diario. Y eso puede ser bastante aburrido. Así que incluyo las cosas que me impresionaron, que suelen ser cosas fuera de lo común aunque, sin embargo, ocurrieron en el entorno de una vida bastante normal. No viví en la miseria ni en la opulencia. Eh, no soy Marcel Proust. Y, además, añadiré que los canadienses, por regla general, no se glorifican a sí mismos.
-¿Y cómo fue su infancia?
-La gente busca una fórmula: si tienes cierto tipo de infancia, te convertirás en una persona creativa. Lo cierto es que las personas creativas tienen infancias muy diferentes. Lo único que puedo decir al respecto es que, si creces en el bosque, como yo, sin electricidad ni agua corriente, sin televisión, mucho antes de los teléfonos, sin cines, sin escuela, sin ópera, sin sinfonías, pero con muchos libros… acabas siendo científico, escritor, bibliotecario, algo que tenga que ver con los libros.
-Describe el acoso que sufrió de niña por parte de su compañera Sandra.
-¿Las niñas pequeñas pueden ser malas? Sí, y mucho. Es un tipo de maldad diferente a la de los niños. Los niños tienden a ser más jerárquicos: hay un chico que manda y los demás están abajo. Normalmente se basa en alguna habilidad que tenga el chico, como ser bueno en fútbol. Y esa estructura de poder es muy estable. Pero las niñas pequeñas son más como una corte bizantina, con chismes, secretos, grupos de pertenencia y grupos de exclusión… Incluso ahora, cuando las niñas se han vuelto posiblemente más físicas, sigue siendo así. Y es más voluble: la abeja reina de hoy puede ser la marginada de mañana con mucha facilidad. ¿Me fue útil esta experiencia? Por supuesto, los escritores lo aprovechan todo y yo lo convertí en mi novela Ojo de gato (1988).
-Usted pasó de víctima a verdugo…
-Pasada la infancia, años después, nos hicimos amigas, en la adolescencia. Pero, para entonces, la persona un poco cruel era yo.
-¿Cómo eran sus padres?
-Haré con ellos lo que hago con los personajes de mis novelas. Siempre analizo la fecha de su nacimiento, porque eso nos dice lo que han vivido, el contexto histórico. Nacieron en Nueva Escocia en la primera década del siglo XX. Mi padre, en 1906. Mi madre, en una granja, en 1909. Ella era patinadora y montaba a caballo. Mi padre creció en una zona muy remota que no tuvo electricidad hasta 1959, todo funcionaba como en el siglo XIX. Y, gracias a su interés por los insectos, logró ascender en el mundo de la entomología hasta convertirse en profesor de la Universidad de Toronto, no estoy segura de que eso sea posible hoy en día. También pasaron por la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Vivieron sin automóviles, tuvieron los primeros teléfonos, escucharon las primras emisiones de radio, vieron las primeras películas y luego la televisión y los inicios de internet.
-¿Quién fue Mary Webster y qué relación tiene con usted?
-Le dedico parte de El cuento de la criada. Era una puritana de Nueva Inglaterra del siglo XVII, originaria de Massachusetts, acusada de brujería. La llevaron a Boston, la juzgaron y la absolvieron. Era inocente. Pero los habitantes de su pueblo no estuvieron de acuerdo con el veredicto y, al más puro estilo americano, la ahorcaron de todos modos. Mi abuela decía que era nuestra antepasada, pero luego se arrepentía porque no era alguien respetable y rectificaba: «Bueno, quizá no lo sea». Cuando fueron a bajar el cuerpo de Webster por la mañana, seguía viva y por eso la apodaron «la medio ahorcada». Imagínese estar colgada de una cuerda toda la noche y seguir viva por la mañana. ¿Qué estaría pensando?
-Hay mucho alcohol en el libro…
-Mi abogado Michael Bradley, al descubrir cómo era el mundo de los escritores, me dijo que estaba seguro de que Donwoods -un selecto centro de desintoxicación alcohólica- estaría lleno de gente de mi profesión. Le respondí: «No, Michael, hay mucha gente de la tuya porque nadie quiere a un abogado borracho, y menos a un dentista o un neurocirujano. En cambio, los poetas admiran al borracho empedernido de Dylan Thomas, o a la Generación Beat, en la que para entrar tenías que tener algún tipo de adicción a las drogas. Nunca se me dio bien ninguna de las dos cosas. Bueno, se suponía que demostraba tu autenticidad. Ya sabe, un verdadero poeta está un poco loco. Por suerte, yo también era novelista, y ellos no tienen por qué estar tan locos.
-Revela mucho aquí sobre su vida privada, sus sentimientos, infidelidades, su vida amorosa… ¿Le resultó difícil? No estábamos acostumbrados.
-Claro que no sabe usted si miento. Soy novelista. ¿Lo estoy contando todo? Lo dudo… pero ¿sabe? es el pasado. A Robertson Davies le preguntaron por qué, de repente, volvió a escribir novelas a los 60 años. Respondió con tres palabras: «La gente murió». Cuando llegas a mi edad, mucha gente que has conocido ya ha muerto, así que puedes contar historias sobre ellos y sobre ti mismo que quizá no habrías contado 30 años antes. Los ancianos tenemos mucha libertad en ese sentido, porque sabemos que no nos queda mucho tiempo y no tenemos que preocuparnos por nuestra carrera.
Fotografía de archivo fechada el 10 septiembre de 2019 que muestra a la escritora canadiense Margaret Atwood durante la presentación de su libro «The Testaments», en Londres (Reino Unido). EFE/ Facundo Arrizabalaga-“Entre dinero y diversión, yo siempre elijo lo segundo”. ¿Puede explicarlo?
-¿Y de qué sirve el dinero si no te diviertes? Es más fácil divertirse si tienes suficiente dinero, pero tener dinero por sí solo es bastante inútil. El dinero es una invención humana. No existe en la naturaleza.
-Sobre El cuento de la criada, ¿cómo se le ocurrió la idea de convertir a Estados Unidos en una teocracia totalitaria?
-Escribí ese libro justo después de que Ronald Reagan fuera elegido. Y cuando la llamada derecha religiosa empezó a interesarse por la política y afirmó, en efecto, que las mujeres debían pertenecer al hogar y a ningún otro lugar. Me surgió la pregunta: si pertenecen solo al hogar y resulta que ya andan por ahí trabajando y usando tarjetas de crédito, ¿cómo se las reintegra al hogar? Y si Estados Unidos se convirtiera en una dictadura, ¿qué tipo de dictadura sería? Para entenderlo, hay que analizar la historia de un país, porque nada surge de la nada. Tenemos la Rusia zarista con un monarca absoluto, un servicio secreto y un gulag. Luego llega la revolución de 1918, que termina con un dictador absoluto, un servicio secreto aún mayor y un gulag aún mayor. Pero todo viene del pasado. Así que, remontándonos a la historia, en los Estados Unidos del siglo XVII encontramos una teocracia, no de un solo dictador, sino de un grupo. Es como las pirámides aztecas, que las construían encima de las antiguas, sin derribarlas. La antigua seguía debajo. Y, en la historia de cualquier país, lo antiguo permanece oculto en algún lugar y puede resurgir si se dan las condiciones adecuadas.
-¿Por qué la victoria de Trump cambió el significado de su libro?
-En 2016, cuando Donald Trump ganó las elecciones, estábamos filmando la primera temporada de la serie de televisión El cuento de la criada. Nos despertamos la mañana después de las elecciones y todos tuvimos el mismo pensamiento. Que la serie se había convertido en una cosa diferente, por el cambio de contexto. Y lo mismo sucedió con el libro: la gente ya no lo veía como una fantasía descabellada sino como una posibilidad cada vez más cercana. Y sigue acercándose cada vez más, ahora en su segundo mandato. Por eso la gente ve la serie y lee este libro con horror. No creo que lleguemos al extremo de tener los trajes rojos pero… Bueno, con un tono esperanzador, digamos que las manifestaciones anti-reyes que acabamos de tener representan la otra cara de Estados Unidos, la que sí cree en el pluralismo, la democracia, los derechos ciudadanos y la transición pacífica del poder.
-¿Por qué dice que no hace ciencia-ficción?
-La ciencia ficción y la ficción especulativa, que es lo mío, tienen orígenes distintos. El precursor de la ficción especulativa es Julio Verne, quien escribía sobre cosas que creía que realmente podían suceder y en las que la gente trabajaba en ese momento, como submarinos y dar la vuelta al mundo en globo. No escribía sobre extraterrestres. El precursor de la ciencia ficción es H.G. Wells, quien escribió libros revolucionarios, La máquina del tiempo y La guerra de los mundos, esos dos son libros clave de la ciencia ficción. Y Julio Verne, al leerlos, dijo: ‘Se lo inventó todo’. No puedo escribir ciencia-ficción, aunque leo mucha, porque no tengo talento para ello. La ficción especulativa incluye obras como Un mundo feliz y 1984, pero no Crónicas marcianas.
-¿Cómo influyó vivir en Berlín en El cuento de la criada?
-Fuimos a Alemania Oriental pero también a Checoslovaquia y a Polonia, países que en aquel entonces formaban parte del bloque soviético. Lo más destacable fue que la gente tenía miedo de hablar con nosotros. Sabíamos que nuestra habitación de hotel tenía micrófonos ocultos, el botones encontró uno en la lámpara de araña. Cuando proyectamos la primera película de El cuento de la criada (1990) en Berlín este, la gente aplaudió y exclamó: “¡Esta era nuestra vida!”. No se referían a la ropa, se referían a que no se podía confiar en nadie, una de cada cincuenta personas, si no más, espiaba para la Stasi. Podía ser tu pareja, tus hijos, cualquiera… Así que, simplemente, no decías nada. Muy parecido al terror durante la Revolución Francesa. Podías ser condenado por el mero hecho de tener pensamientos negativos, porque alguien sospechaba que tenías un pensamiento negativo. No podías refutarlo.
Esta foto del 21 de agosto de 2019 muestra a la autora Margaret Atwood posando para un retrato en Toronto, Canadá. (Foto de Arthur Mola/Invision/AP) -Ha sido una sorpresa descubrir que Augusto Pinochet también influyó en esa novela.
-No puse nada en el libro que no hubiera sucedido en algún lugar y en algún momento de la vida real. No inventé nada. La parte de Pinochet consistía en meter a la gente en un estadio deportivo para ejecutarla. Los estadios deportivos son muy convenientes para ese propósito. Tienen muchos asientos para espectadores y un espacio abierto muy visible.
-¿La libertad de expresión está en peligro hoy en día?
-Sí, en varios países. Basta mirar todos los periodistas asesinados cada año en el mundo, que se merecen un monumento enorme. Por eso apoyo al PEN Internacional, Amnistía Internacional e Index on Censorship. Ahora, en Estados Unidos, están atacando a bibliotecarios en muchos lugares. Bueno, la gente está resistiendo, y no hemos llegado a quemar todos los libros del país, todavía no tenemos eso en Estados Unidos. Hubo un pequeño intento en Canadá recientemente, pero duró aproximadamente un día, en Alberta. Así que sí, creo que resistir y plantar cara aún es posible. Otra cosa que el poder está intentando es controlar a los medios de comunicación y cerrarlos mediante extorsión. Es muy peligroso: en cualquier dictadura, una de las primeras cosas que hacen es apoderarse de los medios de comunicación.
-¿Y qué hay de Alice Munro?
-Nuestra amistad era literaria. Hablábamos de libros, obras de teatro y películas. ¿Sabía yo que tenía ese secreto, que calló ante el abuso cometido contra su hija? No, no lo sabía. Me horrorizó.
-Ha hecho algunos cameos…
-Uno para El cuento de la criada. Acabo de hacer otro en el rodaje de la secuela del libro, Los testamentos. Hice uno para una serie canadiense llamada Los misterios de Murdoch, en la que interpreto a una observadora de aves excéntrica. E hice otro para la miniserie de televisión Alias Grace, basada en mi novela de 1996 y ambientada en el siglo XIX, en la que llevo un sombrero e interpreto a un personaje llamado Mujer Desagradable. Es el nombre de mi personaje, ¿cree que me encasillan como antipática?
-¿Habría sido una buena actriz?
-¿Perdón? ¡Soy una buena actriz! No lo expresaría en condicional. Actué un poco antes, y hasta tuve un espectáculo de marionetas propio cuando era adolescente.
-En el libro, podemos ver la escena del aborto espontáneo de su madre, que inspiró algunas escenas de Alias Grace y El asesino ciego (2000).
-Fue impresionante: sangre en los camisones, en el suelo… Profundamente aterrador, especialmente para una niña. La madre que desaparece, y no sabes por qué. Una pesadilla que va rebrotado en mis libros. ¿Ha visto ‘Belén’?
-¿Qué?
-Una película argentina de este año, maravillosa. Es la historia de una chica que no sabía que estaba embarazada. Fue al hospital porque estaba sangrando. La acusaron de haber abortado y la metieron en la cárcel. Y luego un grupo de mujeres tuvo que sacarla, les costó mucho. Y ahora han hecho una película inspirada en los hechos reales, que ha sido elegida para representar a Argentina en los Óscar. De nuevo, todo el daño viene de una mala interpretación de lo que realmente hacen los cuerpos de las mujeres. Lo más loco de todo esto es que a menudo estas leyes las aprueban hombres, que no tienen ni idea de estas cosas. Perdón, seguro que usted sí.
-¿En qué proyecto está trabajando?
-Jamás lo diría… Bueno, me interesa la Revolución Francesa ahora mismo porque vivimos en una época revolucionaria. Y con revolución no me refiero a ¡viva la izquierda! ni nada por el estilo. Me refiero a que, como en la rueda de la fortuna, los de arriba acaban abajo, y los de abajo ascienden. Es un cambio de poder, no de igualdad para todos. Y llega diciendo: «¡Oh, estamos ante una época dorada! ¡Todo será maravilloso!». Pero suele haber una nota al pie, que dice «después de deshacernos de esa gente», porque siempre es así. Los momentos revolucionarios son muy interesantes, pero no son necesariamente el camino hacia una época dorada. A veces las cosas mejoran solo para algunos, y durante un tiempo.
© La Vanguardia





