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martes, abril 8, 2025

María Gertrudis Medeiros, una heroína de Salta

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Las memorias sobre mujeres que participaron en la Guerra de la Independencia son escasas y no porque no hubiesen merecido ser nombradas. La mezquindad masculina de entonces se encargó de ocultarlas y ello se refleja claramente en la documentación de que disponemos; aunque, más condenable resulta la complicidad de historiadores contemporáneos que todavía niegan o retacean su notable protagonismo. Hubo enormes figuras femeninas en nuestro pasado, los casos más conocidos son los de la «teniente coronel de Milicias del Alto Perú, Juana Azurduy», única mujer en los registros del ejército que irónicamente figura como Juan; y el tardío reconocimiento de la «sargento mayor de caballería del Ejército Auxiliar del Alto Perú, María Remedios del Valle Rosas». Ambas de indiscutible y protagónica participación. Hubo otras que no fueron reconocidas en proporción a su relevancia y e infinidad de heroínas anónimas. Todas, merecedoras de ser homenajeadas. Este artículo rescata ciertos pasajes de la vida de una destacada dama salteña que abrazó tempranamente la causa de la libertad y su identidad perduró gracias a los escritos de algunos grandes hombres de la patria.

Las memorias sobre mujeres que participaron en la Guerra de la Independencia son escasas y no porque no hubiesen merecido ser nombradas. La mezquindad masculina de entonces se encargó de ocultarlas y ello se refleja claramente en la documentación de que disponemos; aunque, más condenable resulta la complicidad de historiadores contemporáneos que todavía niegan o retacean su notable protagonismo. Hubo enormes figuras femeninas en nuestro pasado, los casos más conocidos son los de la «teniente coronel de Milicias del Alto Perú, Juana Azurduy», única mujer en los registros del ejército que irónicamente figura como Juan; y el tardío reconocimiento de la «sargento mayor de caballería del Ejército Auxiliar del Alto Perú, María Remedios del Valle Rosas». Ambas de indiscutible y protagónica participación. Hubo otras que no fueron reconocidas en proporción a su relevancia y e infinidad de heroínas anónimas. Todas, merecedoras de ser homenajeadas. Este artículo rescata ciertos pasajes de la vida de una destacada dama salteña que abrazó tempranamente la causa de la libertad y su identidad perduró gracias a los escritos de algunos grandes hombres de la patria.

En su acta de nacimiento figura como Gertrudes, pero todos la llamaron Gertrudis. Segunda niña de cuatro hijos del matrimonio del Joseph de Medeiros Gerónima Martínez de Iriarte, nació el 9 de abril de 1780 en la ciudad de Salta; y no se conoce razón por la que fue bautizada dieciséis días más tarde.

Debido a la notoria posición de su padre y a las relaciones que mantenía en la cerrada sociedad de la época (recordemos que las familias acaudaladas estaban integradas por peninsulares nativos o sus descendientes directos), le permitieron acceder a la instrucción pedagógica impartida por renombrados maestros del medio. Uno de sus hermanos varones falleció siendo niño y el menor, Francisco Ignacio, estudió en la Universidad de Charcas y se doctoró en Teología y Abogacía.

A poco de cumplir diecinueve años, Gertrudis Medeiros recibió de parte de su padre una cuantiosa dote días antes de casarse con el coronel de milicias de caballería Juan José Fernández Cornejo, quien, además, se desempeñó como miembro de la Junta de Gobierno de Salta. El reciente matrimonio alternaba su estadía entre la ciudad de Salta y la hacienda de «La Concepción o La Población del Campo Santo»; propiedad que el coronel heredó de su padre.

Hay que entender el contexto social y político de entonces, pues la familia Medeiros y algunos parientes del coronel estaban alineados con el proceso impuesto por la corona española, y cuando acontecieron los movimientos revolucionarios en el Alto Perú en 1809 y el germen revolucionario se trasladó a Buenos Aires, doña Gertrudis y el coronel decidieron apoyar la causa patriótica. Desde un primer momento hicieron diversos aportes, donativos y servicios; noble impulso patriótico que entonces no fue visto de forma aceptable, debido a la incipiente tendencia a luchar por la independencia en contraposición a los intereses y beneficios que muchas familias obtenían del tráfico de mulas y otros fines comerciales con las ciudades de Potosí y Lima, y con España e Inglaterra; e inclinados a sustentar la continuidad de ese régimen. Esta orientación política expresada en su conducta notoriamente pública, irritante para muchos, motivó cierto alejamiento de parientes y conocidos que acataban y apoyaban las disposiciones reales.

El sacrificio de una salteña

La constante decisión de ambos fue asistir a la causa emancipadora haciendo entrega de caballos y ganado al Ejército Auxiliar del Alto Perú en varias ocasiones.

Luego de la desastrosa «Campaña del Desaguadero», la dispersa tropa que regresaba al mando del general Pueyrredón fue reunida, sostenida y provista de equipo, a costa del coronel Juan José y su esposa. Aquel distanciamiento, se hizo más evidente poco tiempo después de la temprana muerte del coronel, ocurrida en diciembre de 1811. Al año siguiente, algunos cuerpos del ejército permanecieron acantonados en Campo Santo esperando la llegada del nuevo jefe.

El general Belgrano, al ver el deplorable estado y abatimiento de los soldados decidió permanecer allí para que recuperasen la salud, curarlos y alimentarlos debidamente con ayuda de los lugareños. Cuarenta días después y con ánimo renovado, mejor armados y equipados, partieron hacia Jujuy, pero debido al peligro de una nueva invasión realista, el general dirigió la columna del recordado Éxodo rumbo a Tucumán. Mientras Gertrudis permanecía en la Quinta y Hacienda de Medeiros, propiedad de sus padres y actual Mercado Artesanal, las tropas realistas tomaron la ciudad y la hicieron prisionera con otros pobladores que se habían declarado a favor de la causa patriótica. El mismo día del triunfo en la Batalla de Salta, el general Belgrano los dejó en libertad.

Otra vez prisionera

En los primeros meses de 1814 y estando en la hacienda de La Concepción, una partida de trescientos realistas que se retiraba hacia Jujuy la tomó prisionera. Aunque no hay documento que lo verifique, existe una versión popular muy arraigada confirmando que «doña Gertrudis fue amarrada al algarrobo cercano a la Parroquia de Nuestra Señora de la Candelaria para que pasara la noche con el fin de escarmentar a quienes colaboraban con los patriotas».

Al día siguiente la llevaron caminando dieciocho leguas, adonde llegó como lo deseaban sus verdugos, jadeante de fatiga y con los pies destrozados, pero para rabia y vergüenza de ellos, arrogante y altiva de espíritu como la causa que abrazaba. Recluida en San Salvador de Jujuy, pero con posibilidades de desplazarse y aún a riesgo de su vida, se ocupó de hacer una extraordinaria labor de espionaje.

El reconocimiento

El coronel mayor Martín Miguel de Güemes recibió durante esos años «los mensajes más verídicos, precisos y circunstanciados». Fue liberada a mediados de 1817 al ser expulsados los invasores. Ese año inició los trámites ante el Gobierno Nacional por la pensión militar por los méritos y servicios de su finado esposo y elevó varias notas de aval.

Entre otras, Güemes escribió: «(…) Siendo como realmente es constante cuánto Doña Gertrudis Medeiros, viuda del finado coronel del ejército don Juan José Fernández Cornejo, expone en su pedimento: devuélvasele para que, sirviéndole este certificado en forma, sea también una justa recomendación de sus méritos, sacrificios y padecimientos por su virtuosa y honrada adhesión a la gran causa de la libertad, (…)». Belgrano expresó: «(…) No obstante ese estado, su viudedad y tener dos tiernas niñas cuyo porvenir podía alarmarla, doña Gertrudis no tasó sus larguezas. La Patria estaba para ella antes que todo, primero que los mismos pedazos de su corazón, y sin cuidarse de sí ni de los suyos, siguió contribuyendo con cuanto auxilio hallaba a su alcance. Honraba así la memoria de su esposo y satisfacía una pasión nobilísima de su alma».

De Cornelio Saavedra: «(…) Por lo que respecta a doña Gertrudis Medeiros, aseguro a V.E. que en todo excedió a su finado marido. Que ha merecido siempre el concepto de una de las más distinguidas, honradas y virtuosas señoras de su vecindario, y en cuanto a su adhesión al sistema del país, sus servicios y trabajos, creo que es inimitable. En esta dolorosa situación de la viudedad, cargo de familia, y atenciones, agotados ya sus recursos tuvo la generosidad de franquearse el resto de sus bienes para el sostén de los Ejércitos (…)».

De Díaz Vélez: «(…) sin duda en ella tuvo el Ejército una Madre y bien hechora, y la Patria una heroína cuyos servicios detallados formarían un volumen que podría ocupar con justicia un lugar muy preferente en la historia de nuestra gloriosa revolución (…)». No recibió mención ni le otorgaron gratificación alguna.

Después de Jujuy

Semanas más tarde y ante rumores de una nueva avanzada enemiga, se trasladó con sus hijas Juana Manuela, Juana Josefa, Faustina, Juana y Salomé a la hacienda Zárate, en Trancas. Las dos mayores se casaron con los hermanos Alejandro y Felipe Heredia, militares que oportunamente gobernaron Tucumán y Salta.

De Faustina sabemos que regresó para casarse en Campo Santo y falleció pocos después. Juana formó matrimonio con Francisco de la Vega Velarde y Salomé lo hizo con Nicolás Espeleta.

La señora Gertrudis regresó varias veces a Salta, arrendó su finca del Campo Santo, finalmente vendida en 1839, además de otras propiedades. Juana Manuela falleció en 1846 y en su testamento dejó manifiesto que «mi padre había sido sepultado al pie del altar del Rosario en la Catedral» y nombró a su madre, tutora de su hijita adoptiva María Mercedes del Carmen. El último documento que registra su firma está fechado el 7 de mayo de 1847.

Finalmente, estimo apropiado pensar que la señora Gertrudis falleció en su hacienda de Zárate y que fue sepultada en la capilla familiar que allí existía y de la que no quedan vestigios. Ese pequeño templo funcionaba como vice parroquia del curato de Trancas, según figura en el contrato prenupcial de Juana Josefa y Alejandro Heredia. El archivo de la iglesia de Trancas resguarda documentos desde principios del siglo XVII al XIX; actas de bautismo, matrimonio y defunción. Lamentablemente se ha perdido un solo libro y es el de «Defunciones 1848 – 1852». Entonces tenía entre 67 y 72 años y es factible que haya fallecido en ese período.

Redacción

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