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lunes, julio 28, 2025

María Luque: toda la belleza que se esconde en la vida de una maestra jubilada

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Budín del cielo (Sigilo) es el nuevo libro de María Luque, dibujante, ilustradora editorial y escritora rosarina, en el que narra parte de la vida cotidiana de Rosa, maestra jubilada que enseñaba matemática a “sus pichoncitos”, y ahora se dedica a contemplar a las palomas desde el balcón, o a las cotorritas entre las araucarias del parque desde su reposera dispuesta en forma de triángulo escaleno; a conversar con su vecina Norma o con sus plantas, y a emprender un viaje con algunos de sus exalumnos porque una integrante del grupo, Margarita, presenta un libro cuya protagonista, la señorita Violeta, está inspirada en la señorita Rosa; es decir, en ella.

Luque fue también autora de La mano del pintor (Sigilo, 2016), Casa transparente (Sexto Piso, 2017) –ganadora del primer premio de novela gráfica Ciudades Iberoamericanas– Espuma (Galería, 2018) y Noticias de pintores (Sigilo, 2019).

Escribir da más vértigo

Budín del cielo surgió a partir del personaje de Rosa”, cuenta la autora a Clarín. “Desde hacía un tiempo tenía ganas de pensar una historia que tuviera como protagonista a una maestra jubilada. El personaje está inspirado en mi tía abuela Roma, que me contó una y otra vez los recuerdos de las clases y sus alumnos. Creo que Rosa es la señora que me gustaría ser en el futuro”, reflexiona.

“Las matemáticas existen solo en la imaginación: no pueden verse pero sí se pueden dibujar. Por eso les pedía tantos gráficos, para darle forma a los números”, dice el personaje de Rosa, que encuentra figuras geométricas y dibujos por todas partes: “La órbita elíptica alrededor de la administradora fue llenándose de ideas horribles. Dijeron que las palomas eran sucias pero en el fondo creo que hablaban acerca de mí. La administradora era el Sol y los vecinos se convirtieron en planetas que giraban a su alrededor”, cuenta en un momento acerca de una reunión de consorcio. Debajo, como sucede en distintas páginas del libro, aparece la ilustración que acompaña el relato.

“Son lenguajes diferentes, aunque en el fondo los dos sirven para lo mismo, para contar historias”, explica Luque. “El dibujo es más corporal, para dibujar se usan varios músculos, puede generar incluso dolor de espalda o contracturas. Puedo dibujar sola o con gente, mientras hablo o escucho conversaciones. Escribir en cambio es una actividad que sucede en silencio, aunque esté en un café ruidoso. Para escribir me sirven los momentos del día en los que ya no hay sol, para dibujar prefiero la luz natural. El dibujo se convirtió en mi trabajo y a veces me cuesta encontrar emoción ahí, porque siento que lo manejo con destreza, con seguridad. Escribir me da más vértigo y me encanta esa sensación”.

Maria Luque. Archivo Clarín.
Maria Luque. Archivo Clarín.

Un viejo cuaderno de recetas

Luque comenzó a escribir Budín del cielo durante la última etapa de la pandemia, cuando pasaba gran parte de las tardes en el parque observando las flores y escuchando a los pájaros. “Descubrí que el benteveo que veía un día era el mismo de la tarde anterior”, cuenta.

“Empecé a advertir dónde estaban los nidos, los veía comunicarse entre ellos, intentaba entender sus movimientos y tomaba notas. Me pareció que Rosa podría ser el personaje ideal para descifrar esas intrigas que me generaba la naturaleza. Un día fui a almorzar con mis papás y me mostraron un viejo cuaderno de recetas de mi abuela. Cuando leí la receta del budín del cielo, cuando escuché ese nombre, algo se acomodó. Nunca llegué a probar ese postre cocinado por ella, pero mi papá recordó lo delicioso que era. Condensaba todo lo que la historia, todavía sin forma, necesitaba en mi imaginación: muchos ingredientes que por separado no significan nada, pero que juntos se pueden convertir en un postre delicioso”.

Nunca fui buena para la geometría, matemática siempre tuve que rendirla directo en marzo. Por eso elegí que Rosa enseñara matemáticas.

–¿Entendés el idioma de los pájaros y te interesa la geometría o fueron investigaciones para el libro?

–Sospecho que cualquier persona que les preste atención a los pájaros un ratito cada día puede entender algo de lo que dicen. Tienen el mismo tipo de conversaciones que tenemos nosotras: qué frío hace hoy, necesitamos más frazadas, qué lindo te quedó el pelo, te extrañé, cosas así. Deben hablar mucho sobre comida, sobre los peligros que los rodean o sobre estrategias para volver más confortables los nidos. Nunca fui buena para la geometría, matemática siempre tuve que rendirla directo en marzo. Por eso elegí que Rosa enseñara matemáticas, es lo más alejado de mis intereses que pude encontrar. La curiosidad por los triángulos apareció cuando noté que todos a mi alrededor, y yo misma también, empezábamos a tener una joroba. Intuyo que es por el tiempo que pasamos mirando los teléfonos, y en mi caso también por dibujar encorvada sobre el papel. En una excursión al parque descubrí que mirando las ramas altas de los árboles podía compensar un poco el daño que generaba pasar tantas horas mal sentada. Había hecho en mi cuaderno un dibujo de unos triángulos que explicaban eso, y la idea estuvo dando vueltas hasta que se unió con Rosa y su jorobita.

–¿Cuando pensás en las escenas que escribís las imaginás con colores, como tus dibujos?

–No estoy segura de que tengan colores ni corporeidad. Me parece que las palabras, mientras se escriben, se asemejan más a un fantasma: algo semitransparente que flota entre los ojos y la imaginación. Pero sí fantaseo con colores cuando leo, ¿será que todos lo hacemos? Me gusta pensar que hay tantas caras imaginarias de Rosa como lectores tenga el libro. Seguramente muchos le pondrán una cara parecida a alguna maestra querida de su infancia.

Maria Luque. Archivo Clarín.Maria Luque. Archivo Clarín.

–¿Por qué decidiste incluir la presentación de un libro en la trama?

–Fue sucediendo sin planearlo. No suelo tener claro el rumbo de la historia, lo voy encontrando en el proceso. Me divertía imaginar el vínculo de Rosa con la ficción, qué entendería ella cuando una alumna le cuenta que aparece como personaje en su novela.

–¿Por qué la elegir a Norma, la vecina, y a sus exalumnos como los personajes que interactúan con Rosa?

–Rosa y Norma comparten un cariño parecido al que se tiene entre parientes: se quieren y se cuidan, pero a veces no se soportan. Viven en el mismo edificio de maneras diferentes, Rosa tiene un balcón a la calle y puede ver si los negocios están abiertos, si hay gente. En cambio, en el contrafrente Norma no se entera de nada, solo ve más balcones y ventanas, el movimiento de la ciudad lo tiene que intuir. Imaginé que una mujer que fue maestra no logra nunca dejar de enseñar, si está jubilada igual va a encontrar con quien charlar de geometría, así sea con su vecina o con los pájaros. El reencuentro con sus alumnos le trae al presente los recuerdos, la lleva a rememorar sus días de maestra.

–¿Rosa no se quedó con ninguno de los novios porque Sandro era mejor?

–Rosa compara a Sandro con todos los hombres que conoce, con sus noviazgos frustrados. Imagina que, si se hubieran conocido, Sandro se habría enamorado de ella. Pero creo que Sandro es solo una fantasía, un pelo brilloso y una voz que hace suspirar. Rosa se cansa de sus novios problemáticos y decide en un momento que el romance no es para ella, que gustar es un trabajo demasiado pesado.

Budín del cielo, de María Luque (Sigilo).

Redacción

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