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sábado, junio 7, 2025

Mariana Callejas, la espía que organizaba tertulias literarias en un cuartel de la DINA

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Eran encuentros llenos de vida y alegría, en medio de la oscuridad de la dictadura pinochetista. Pese al toque de queda, como si el terror no existiera, escritores que prometían y otros ya consagrados se daban cita cada semana en el tercer piso de una extraña casona del barrio de Lo Curro. La anfitriona se llamaba Mariana Callejas y coordinaba el taller literario, recibía con comida y bebida a sus invitados, y elegía la música con la que se bailaba. Era madre de cinco hijos. Era escritora vocacional. Y era agente de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA).

Callejas y su marido, el estadounidense Michael Townley, llegaron a esa propiedad de tres pisos antes de que ese rincón de la ciudad de Santiago de Chile fuera la zona residencial exclusiva que es hoy. La casa fue un regalo de la DINA, un premio, de hecho, por haber asesinado en el barrio argentino de Palermo al militar y exministro del Interior de Chile Carlos Prats y su esposa, Sofía Cuthbert. En el marco del Plan Cóndor, ambos le pusieron una bomba en el auto y los despedazaron al detonarla a distancia.

Por entonces, en la ladera del cerro Lo Curro no había gran cosa, ni transporte público siquiera que llegara hasta ahí. Por eso, lo que sucedía en esa casa custodiada por militares quedaba fuera de la vista de vecinos curiosos. Ni las tertulias literarias, ni las sesiones de tortura a opositores secuestrados, ni la elaboración de gas sarín para eliminar a una persona adulta en pocos segundos, ni el asesinato del diplomático español Camilo Soria, ni la crianza de los tres hijos menores de la dueña de casa.

“Me interesaron sus crímenes y su literatura, pero también su vida doméstica”, dice ahora a Clarín el periodista y académico chileno Juan Cristóbal Peña (Santiago de Chile, 1969), autor de Letras torcidas. Un perfil de Mariana Callejas (Ediciones UDP), un extraordinario recorrido por una vida desconcertante.

En su oficina del Departamento de Periodismo de la Universidad Alberto Hurtado, en Santiago, es jueves a la tarde y el periodista trabaja rodeado por un afiche de Roberto Arlt, una foto de sus hijos, una suculenta del tipo Sansevieria Laurentii y una pizarra donde lo reclaman algunas tareas pendientes. Cuatro libros se apilan sobre la mesa: Sicarios de Pinochet, de Benedicto Castillo; Animales mitológicos, de Rocío Casas Bulnes; Primer viaje alrededor del mundo, de Antonio Pigafetta; y El simple arte de escribir, de Raymond Chandler. Peña se dispone a responder las preguntas de Clarín mientras una banda metalera ensaya en los patios de la institución. “Francamente, no sé si es una banda tributo o una banda parodia de un grupo como Judas Priest, Scorpions o Mötley Crüe”, dice.

Juan Cristóbal Peña durante la presentación del libro Letras torcidas. Un perfil de Mariana Callejas, en la UDP. Gentileza, editorial UDP.
Juan Cristóbal Peña durante la presentación del libro Letras torcidas. Un perfil de Mariana Callejas, en la UDP. Gentileza, editorial UDP.

–Su libro fue publicado en 2024. ¿Cuál era la percepción en el país sobre Mariana Callejas entonces?

–De Mariana Callejas se escribió mucho en los años ochenta y noventa en la prensa, en parte porque ella misma gozaba con la exposición, en parte por ese extraordinario historial que cruza crimen y literatura. También se la ha procurado descifrar desde el cine, la literatura y la dramaturgia. Todos son lecturas posibles y complementarias que contribuyeron a conformar una leyenda negra. Yo quizás la veo de un modo más prosaico. Me interesaron sus crímenes y su literatura, pero también su vida doméstica. A fin de cuentas, era una señora a la que uno podía encontrársela en un almacén de barrio, en la consulta de un médico, en el lanzamiento de un libro. De hecho, tenía una vida social más o menos activa, en parte porque nunca pagó por sus crímenes y gozó por tanto de impunidad y desenfado.

–Callejas se interesó, a lo largo de su vida, por el socialismo, luego viajó a un kibutz en Israel para colaborar con la construcción del país, vivió y narró la Nueva York de los años 50 y terminó trabajando como espía de la DINA. ¿Cómo es posible cambiar tanto o, en todo caso, qué de todo esto era auténtico en ella?

–Me parece que todo eso era auténtico, aunque estaba guiada por la curiosidad, por la aventura y por el mero placer de la adrenalina. Como escribió Borges en el cuento «El muerto», que sirve de epígrafe de mi libro, «no sabe de qué lado está la razón, pero le atrae el puro sabor del peligro, como a otros la baraja o la música». En ese sentido, que haya terminado ejerciendo de agente de la policía política de Pinochet fue accidental y útil a sus necesidades materiales del momento, en un período en que no tenía trabajo y pensaba que podía hacer una carrera como compositora de canciones o bien, en última instancia, como escritora. Hay, de cualquier modo, una gran banalidad en sus acciones, un despropósito y, como me dijo su hijo mayor, una falta de convicción política que hace que todo lo que hizo como agente del terrorismo internacional sea todavía más brutal y perverso.

–Ha dicho usted que “Mariana Callejas nunca respondió al estereotipo de alguien de la DINA”. ¿Cuál era el perfil general de alguien de la DINA y por qué la organización mantuvo a alguien con un estilo tan distinto como ella?

–En su enorme mayoría, los agentes de la DINA eran militares o policías que vestían de civil y tenían modales e intereses castrenses: gente conservadora y católica, guiada por un anticomunismo ciego y elemental. En ese sentido, Callejas y su esposo tenían poco que ver con ese perfil. Eran anticomunistas, claro, tan iletrados en materia política como los otros, pero a diferencia del promedio de los agentes de la dictadura eran más bien liberales, algo hippies, cosmopolitas, de intereses más sensibles y diversos, especialmente ella: la literatura, por ejemplo, le interesaba mucho más que la política, que le aburría. ¿Y por qué la DINA se interesó en ella? Bueno, porque operaba a la par con su marido y hacían una excelente pareja como agentes del terrorismo internacional. Como se ve en la serie The Americans, un matrimonio con hijos de clase media alta es una pantalla perfecta para encubrir operaciones y crímenes.

Fotografía de archivo del 18 de julio de 2003 de la chilena Mariana Callejas, una escritora que se convirtió en agente de la policía secreta de Augusto Pinochet y fue condenada por violaciones a los derechos humanos. EFE/ARCHIVO/Christian IglesiasFotografía de archivo del 18 de julio de 2003 de la chilena Mariana Callejas, una escritora que se convirtió en agente de la policía secreta de Augusto Pinochet y fue condenada por violaciones a los derechos humanos. EFE/ARCHIVO/Christian Iglesias

–Callejas argumentó ante la justicia que su rol en el asesinato de Carlos Prats y Sofía Cuthbert, así como en otros atentados (exitosos o fallidos) fue marginal o nulo, que apenas iba acompañando a su marido porque él era celoso. ¿Cuál fue el verdadero rol de ella en el caso Prats en particular?

–Ella era un complemento de Michael Townley, que era quien sabía cómo preparar y detonar explosivos, además de comprar equipos electrónicos en Estados Unidos para el espionaje y el contraespionaje, y arreglar jugueras, televisores y planchas para las esposas de los oficiales del ejército chileno. Townley estaba para todo servicio, digamos, pero ninguna de las cosas importantes que hizo en el extranjero pudo hacerlas sin el apoyo de su esposa, sin su presencia y sostén, porque a fin de cuentas ese hombre necesitaba confirmación y una mujer fuerte y segura a su lado.

–Tras la muerte de Prats, la DINA le regala a Callejas y a su familia una extraña casa en Lo Curro, que en lugar de transformarse solo en una vivienda familiar, devino en un cuartel militar, un laboratorio para producir gas sarín, un taller de electrónica y un taller literario. ¿Cómo convivían estas actividades?

–No sé si viste la película Zona de Interés, sobre la casa familiar del comandante a cargo de Auschwitz, colindante a este centro de exterminio del nazismo. Bueno, acá ocurre algo similar. La mansión de Lo Curro era un cuartel o centro operativo de la policía política de Pinochet, pero también era una casa de familia como cualquier otra –mamá, papá, hijos pequeños que iban y venían del colegio y que a veces invitaban a sus compañeritos de curso a pasar una buena tarde. Al igual que la familia Hoss en esa película, los Townley Callejas podían desdoblarse en varios planos a la vez, podían ser unos excelentes anfitriones de sus amigos, muy querendones con sus hijos y, al mismo tiempo, en esa misma casa cuartel, planificar asesinatos, recibir detenidos y albergar un laboratorio químico donde se fabricaba gas sarín. Como bien observa esta película y el libro en que se basa, y como lo observa también Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalem, la maldad nunca es absoluta, la maldad –de ahí la perversidad– puede convivir en paralelo con actitudes nobles.

–Es lógico que escritores jóvenes o aficionados se sumaran a un taller de Enrique Lafourcade en la Biblioteca Nacional de Santiago, pero menos comprensible que una novata se transformara en el centro de reunión de la siguiente generación literaria. ¿Cómo sucedió eso y quiénes la acompañaron?

–Ese sigue siendo un gran misterio, escritores y aspirantes a escritores que por al menos un par de años asistieron regularmente al taller literario que montó Mariana Callejas en su casa–cuartel de Lo Curro y que nunca notaron algo extraño, pese a todas las señales y evidencias. Creo que tiene que ver con un efecto de autoengaño: gente que no ve ni quiere ver lo evidente, que no quiere creer y escuchar hablar de los horrores, porque prefiere pasar un buen rato y bailar al ritmo de Abba y leer alta literatura antes de hablar de esos desagradables y mundanos asuntos de la política. Por otro lado, como dice con cierta ironía Bolaño en su novela Nocturno de Chile, que habla de esa casa y de la vida literaria en los setenta en Chile, en esos años de oscurantismo y podredumbre intelectual no había muchos más lugares donde ir y cultivar el espíritu y las artes más nobles.

–Revisa usted con detalle si las personas que se daban cita en Lo Curro una y hasta dos veces por semana para leer cuentos y celebrar fiestas podían ignorar lo que ahí sucedía. Hay cuentos y novelas que revelan una conciencia al respecto. Los testimonios recogidos en su libro dicen mayoritariamente que no. ¿Qué cree usted después de todo el proceso de investigación?

–Es difícil que los asistentes más frecuentes a las fiestas o a los talleres literarios de esa casa supieran que, además de una casa de familia, Lo Curro era un cuartel de la DINA. Pero también es difícil que no comprendieran que frecuentaban una casa vinculada al corazón de la dictadura. Las evidencias estaban a la vista: autos con antenas y radiotransmisores, guardias armados, equipos de telecomunicaciones, permiso para circular y hacer fiestas en horario de toque de queda. Tengo la impresión de que los escritores más habituales –Carlos Franz, Gonzalo Contreras, Carlos Iturra– simplemente hacían la vista gorda porque les era cómodo y estaban muy bien atendidos por la anfitriona y el servicio doméstico.

Juan Cristóbal Peña durante la presentación del libro Letras torcidas. Un perfil de Mariana Callejas, en la UDP. Gentileza, editorial UDP.Juan Cristóbal Peña durante la presentación del libro Letras torcidas. Un perfil de Mariana Callejas, en la UDP. Gentileza, editorial UDP.

–¿Es posible valorar los cuentos de Callejas sin dejarse condicionar por lo que se sabe de su vida y el accionar político?

–Me parece que no es posible abstraer la literatura de Mariana Callejas de su papel en el terrorismo de Estado. Es un dato de la causa insoslayable. No estamos hablando de una escritora que apoyó una dictadura, como Borges o Céline, siquiera de una funcionaria de una dictadura: hablamos de la mujer que protagonizó los crímenes internacionales más sonados de la dictadura chilena. Su literatura está permeada por sus crímenes, y viceversa, más todavía porque buena parte de sus cuentos fueron escritos en el período en que ejerció de agente del terrorismo internacional, y porque sus cuentos más valiosos, en mi opinión, fueron escritos precisamente en este periodo y tratan de guerrilleros de izquierda que detonan bombas y protagonizan secuestros y asaltos. Junto con los cuentos ambientados en Nueva York, los cuentos sobre guerrilleros me parecen los más rescatables, si es que no los mejores, sobre todo porque la mirada de la autora, lejos de contener un reproche moral a sus personajes, es compasiva, como si ella misma perteneciera a ese mundo.

–¿Le encuentra méritos literarios acordes a los reconocimientos que recibió (en ocasiones por intervención directa de Enrique Lafourcade)?

–Hay que considerar que son cuentos autoeditados, que en caso de haber tenido un trabajo profesional de edición, podrían haber mejorado muchísimo.

–Cuando comenzó la transición democrática en Chile, Mariana Callejas intuyó correctamente que el cambio no iba a favorecerla. ¿Cuáles diría usted que fueron los hechos determinantes que marcaron su vida desde entonces?

–Desde que su papel de agente secreta quedó al descubierto, en 1978, y sobre todo después del retorno a la democracia, a partir de 1990, se fue quedando cada vez más sola. Era una paria de las letras y de la política, despreciada tanto por opositores a la dictadura como por adeptos, que la consideraban una traidora por su colaboración con la justicia estadounidense en el caso Letelier. Y si bien estuvo cercada por la justicia de Chile y Argentina, que pidió su extradición por el asesinato de Carlos Prats y su esposa en Buenos Aires, no era lo que más le importaba. Ni la soledad, ni el desprecio ni el riesgo de pagar sus crímenes con cárcel. Lo que realmente le importaba era que el mundo editorial, pese a toda su porfía, pese a sus intentos y reclamos, le cerró las puertas una y otra vez. Esa, a fin de cuentas, fue la única condena posible. Inhabilitarla como escritora.

–Usted la entrevistó en algunas ocasiones, ¿cómo fueron esos encuentros y qué aspectos de ella y de su vida le revelaron?

–Si bien sostuve una serie de entrevistas en el ocaso de su vida, un año antes de que enfermara de Parkinson y fuera internada en un hogar, seguía siendo una persona vital e intrigante, de mirada penetrante, segura de sí misma, algo mística, con el mismo descaro de siempre, sin tomarle el peso a la gravedad de sus actos. Como se aprecia en esa serie de entrevistas que tuve con ella, más que confrontarla –porque una y otra vez negó los crímenes, como ocurre con la mayoría de los agentes–, me empeñé en comprender sus motivaciones y explorar aspectos domésticos y literarios que me ayudaran a entender la complejidad del personaje y los mismos crímenes de los que tomó parte activa. Creo que eso me ayudó a comprender la banalidad en su actuar.

Juan Cristóbal Peña básico

  • Nació en Santiago de Chile, en 1969. Es periodista y académico de la Universidad Alberto Hurtado, donde dirige el Magíster en Escritura Narrativa.
  • Es autor de los libros Jóvenes pistoleros (2019), La secreta vida literaria de Augusto Pinochet (2013), Los fusileros (2007) y La vida en llamas (2002).
  • Sus crónicas, reportajes y perfiles han aparecido en medios de Chile e Hispanoamérica y en libros como Ídolos (2023), Los malos (2015), Los archivos del cardenal (2014), Volver a los 17 (2013), Antología de la crónica latinoamericana (2012) y Lo mejor del periodismo en América Latina (2010).
  • Coordinó y fue coautor del proyecto multimedia El último civil de la dictadura (2023), sobre los cincuenta años del golpe de Estado en Chile, y estuvo a cargo de la edición de los libros Joyitas. Los protagonistas de los mayores escándalos de corrupción en Chile (2021), Antología de la crónica periodística chilena vol. I y II (2016 y 2017) y Mónica González. Apuntes de una época feroz (2015).
  • Ha sido reconocido con el Premio al Nuevo Periodismo Iberoamericano, de la Fundación Gabriel García Márquez; el Gran Premio Lorenzo Natali, de la Unión Europea; el Premio Periodismo de Excelencia, de la Universidad Alberto Hurtado; y el Premio Egresado Destacado, de la Universidad Diego Portales.

Letras torcidas. Un perfil de Mariana Callejas, de Juan Cristóbal Peña (Ediciones UDP).

Redacción

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