Hay días en los que escribir una opinión exige detenerse y tomar aire. No por prudencia —que también—, sino porque lo que uno quiere decir, si se formula con exactitud, implica asumir una responsabilidad que trasciende lo estrictamente periodístico. Hoy es uno de esos días. Mañana declarará ante la jueza de la dana la periodista Maribel Vilaplana, y no puedo evitar una doble sensación: la de quien contempla con tristeza un sufrimiento injusto y la de quien, con idéntica honestidad, entiende que ha llegado el momento de disipar definitivamente las sombras que aún permanecen sobre aquel día de la comida de El Ventorro.
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