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sábado, abril 19, 2025

Marina Yuszczuk: «Me fui decepcionando de Moreno a medida que leía sobre él»

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“Nunca son los temas los que me convocan a escribir. Son los lugares. Lo material”, le cuenta a Clarín Marina Yuszczuk cuya última novela (Historia natural, Blatt & Ríos), está ambientada en los comienzos del Museo de Ciencias Naturales de La Plata. Tal como se lee en las primeras páginas, está “basada libremente”. De hecho, inventa un personaje, la hija de Francisco P. Moreno, el fundador del Museo, y narra la historia desde su punto de vista.

“Mis hermanos y yo habíamos crecido entre esqueletos, animales embalsamados, puntas de flechas, restos de vasijas. (…) nos estremecíamos de placer cada vez que llegábamos en coche desde la ciudad y la visión del museo nos salía al encuentro en toda su grandeza (…) dirigiendo la vista al ángel de la Ciencia allá en lo alto y dándonos la viva impresión de que habitábamos un castillo, en el medio de la nada, y mi padre era el rey”, escribe.

Revela un poco más acerca de la génesis de esta obra: “Fui al museo muchas veces, la primera vez estaba sola, un día de semana. Fui la única persona que hizo la visita guiada y entonces pude hablar mucho con la guía, que me contó en detalle cómo se estaba revisando esto de exhibir restos humanos de los pueblos originarios, y cómo de a poco, y con mucha dificultad, algunos se estaban restituyendo a las comunidades que los reclamaban”.

Ganadora del Premio de Novela Sara Gallardo 2021 por La Sed, encuentra una ligazón con esta novela: “Si en algo se parece al Cementerio de la Recoleta es que es uno de esos lugares en los que uno puede ver, si presta atención, distintas capas, que se remontan hasta el siglo XIX. Eso es lo que me vuelve loca. El pasado, el tiempo, el paso del tiempo, las huellas, los restos. Soy melancólica”.

La escritora Marina Yuszczuk. Foto: Anita Bugni, gentileza editorial.
La escritora Marina Yuszczuk. Foto: Anita Bugni, gentileza editorial.

En esta novela, la escritora, también editora del sello independiente Rosa Iceberg, construye una trama que dialoga con la historia argentina y las representaciones en torno a las poblaciones indígenas acalladas y utilizadas como pieza de exhibición de manera descarnada por la ciencia más dura, moldeados bajo el ojo del hombre blanco. Al mismo tiempo, todo está narrado con sutileza, sin subrayados innecesarios y con destellos del gótico que suele caracterizar a su prosa.

–¿Cuánto investigaste al respecto? ¿Cómo trabajaste esto? ¿Te interesaba atenerte de cierto modo a los hechos reales o no te preocupaba tanto?

–Leí mucho, empezando por los viajes de Moreno. El material más importante para mí fueron las investigaciones de Irina Podgorny sobre Ameghino y de Máximo Farro sobre los primeros años del museo. Ambos son investigadores del Conicet. La investigación académica es la droga dura y, además de estar llena de datos. Te permite llegar a una comprensión bastante global de un período que de otro modo no podrías tener. Me fui decepcionando de Moreno a medida que leía más sobre él. Entonces pensé: en la novela esto tiene que aparecer. Después, todo el proceso de escritura es ir separándose de eso, tomando vuelo. En ese sentido, escribir una novela siempre es un poco leer y olvidar. Si no, no hay manera de crear una historia que tenga su propia lógica. El personaje de Virginia es el primer gesto de separación, porque es puramente ficcional.

–Podría pensarse que la novela indaga sobre voces invisibilizadas (los indígenas, la propia Virginia Moreno, hija de Perito Moreno, aunque es una invención ficcional). ¿Te interesa abordar estas voces desde la literatura?

–Mmm, te diría que no lo pienso en esos términos. Elegí trabajar con personajes que tienen otra mirada sobre la Historia argentina, más bien en tanto personajes secundarios, si se quiere. Es innegable que Moreno es el prócer, la figura, y hay un relato oficial sobre él como fundador del Museo, perito en el conflicto con Chile, como uno de los padres de la Nación, y acá aparece contado desde el punto de vista de una hija que lo adora, que lo desea, por decirlo así (o desea todo lo que él representa) pero también desde el punto de vista de estos indígenas que, a su manera, dicen que los blancos son ladrones, que son traidores. Me interesa mucho cómo se cuelan esas voces y cierta verdad sobre su experiencia en los relatos oficiales. Por ejemplo, de los indígenas que se llevaron cautivos al museo son varios (incluido Moreno) los que dicen que “no quieren trabajar”, que por supuesto desde el punto de vista de ellos es una condena: no sirven, son vagos, lo llevan en la sangre. Pero lo que uno puede leer ahí es un relato de la resistencia porque eran prácticamente esclavos. Y es muy impresionante que en las mismas palabras resuene la voz de la clase alta sobre los pobres y los inmigrantes hasta el día de hoy; de hecho, creo que es una idea que escuchamos todos los días.

La escritora Marina Yuszczuk. Foto: Anita Bugni, gentileza editorial.La escritora Marina Yuszczuk. Foto: Anita Bugni, gentileza editorial.

–Una de tus novelas anteriores (La Sed) también está narrada desde el punto de vista de una mujer vampira. Para que sepan que vinimos también (Fernanda). Aquí también hay una voz femenina que narra ¿Te interesan en particular las narradoras mujeres?

–A mí no me “interesan” las mujeres, me atraviesan. Me atraviesa todo lo que tiene que ver con la experiencia femenina, y no me parece que esté suficientemente narrada como para que una diga “bueno, ya está, busquemos un poco de variedad”. En estos libros aparece la relación de las mujeres con la muerte, con la procreación (que son dos caras de la misma moneda), la maternidad, el cuerpo, la violencia, la sangre. Aparece el cuerpo deseante de las mujeres y también cierta lucha, quizás, con varones que siempre están tratando de erigirse en protagonistas. Esta es la lógica en la que crecimos. Las mujeres empezamos a cuestionarla no hace tanto, y lo estamos pagando carísimo.

–Aparece también la cuestión de la otredad desde el punto de vista del indígena, algo también abordado por autores argentinos como Gabriela Cabezón Cámara, César Aira, Osvaldo Baigorria, Sylvia Iparraguirre, Sara Gallardo, entre otros. ¿Alguno de estos autores, u otros, te influenciaron?

–No es tanto la literatura lo que tuve en mente. Trabajo mucho con fotografías cuando estoy escribiendo una novela de este tipo; las fotos que describo existen, y leí bastante sobre cómo se retrataba a los indígenas desde la mirada del hombre blanco, cómo se los hacía posar, qué prejuicios se plasmaban en esas fotos. Es muy raro ver una foto de indígenas que no esté completamente filtrada por un modelo de retrato que les era ajeno por completo. Te diría que no hay. También tomé algunas pinturas icónicas, como La vuelta del malón, que me encanta. Hay algo de la experiencia de estos indígenas que es totalmente inaccesible para nosotros, pero que aparece de vez en cuando en un destello, una frase. Como cuando Inacayal grita que los blancos le robaron sus tierras. Entonces, de repente aparece él, su voz, su manera particular de hablar el español, y todo lo que no se muestra en los retratos que le hicieron. En la novela trabajo ese tipo de registro más “realista” si se quiere, y lo cruzo con las representaciones de la literatura, sí, pero del siglo XIX: Echeverría, Mansilla, el propio Moreno.

La escritora Marina Yuszczuk. Foto: Anita Bugni, gentileza editorial.La escritora Marina Yuszczuk. Foto: Anita Bugni, gentileza editorial.

–Es interesante y arriesgado también cómo aparece la sexualidad, sobre todo entre el personaje de Virginia y Lákax, uno de los indígenas que viven en el Museo. Cómo aparece allí el erotismo de un modo sutil. ¿De qué manera lo trabajaste?

–Hay algo del fetichismo con la raza del que sentí que tenía que hacerme cargo al escribir sobre blancos e indígenas conviviendo en el mismo espacio; es algo que está muy presente en nuestra tradición, toda la imaginería en relación a la virilidad y la fuerza de los indios, que aparece sin ir más lejos en La vuelta del malón, con esos jinetes musculosos con las crestas al viento y la mujer blanco con el pecho desnudo, rendida. Es la fascinación, el horror, y la explotación, todo al mismo tiempo. En mi caso, encontré la clave para entrar a este tema cuando leí que uno de los indígenas que estaban cautivos en el museo, que era yagán, se masturbaba mucho. Ahí es donde se te arma un personaje, porque te hacés preguntas. Es alguien que había vivido llevado de acá para allá, que nunca había podido elegir nada, pero que podía hacer eso: masturbarse. ¿Tendría que ver con darse placer, con escandalizar, con un gesto de rebeldía, de profanación? Porque evidentemente no se escondía demasiado. También me parece muy potente el dato porque desarma un poco esa imagen del cautivo, de la víctima. Para escribir a los indios me basé en todos esos pequeños gestos de rebeldía que fui encontrando.

Marina Yuszczuk básico

  • Nació en Buenos Aires en 1978.
  • Publicó Lo que la gente hace (Blatt & Ríos), Madre soltera (Mansalva), La ola de frío polar (Gog y Magog), La inocencia (Iván Rosado, reeditada por Blatt & Ríos), Los arreglos (Rosa Iceberg), ¿Alguien será feliz? (Blatt & Ríos) y La sed (Blatt & Ríos). Con esta última obtuvo el Premio de Novela Sara Gallardo en 2021.
  • En 2020 publicó su poesía reunida bajo el título Madre soltera y otros poemas (Blatt & Ríos).
  • Es editora del sello Rosa Iceberg.

Historia natural, de Marina Yuszczuk (Blatt & Ríos).


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