En un mundo en plena reconfiguración, donde las zonas de influencia se desplazan más allá de los ejes tradicionales, Marruecos traza con lucidez su propio rumbo hacia América Latina y el Caribe. Esta proyección diplomática, coherente y sostenida, va mucho más allá de una mera apertura geográfica: encarna una visión estratégica de largo plazo basada en la diversificación de alianzas, la afirmación de un liderazgo regional maduro, y la consolidación de apoyos firmes a sus causas esenciales, especialmente la defensa de su integridad territorial.
Durante los últimos años, el Reino ha desplegado una diplomacia de inteligencia estratégica: flexible, paciente, y multidimensional. Una diplomacia de terreno que se adapta a la diversidad política de la región y apuesta por la cercanía cultural y humana para construir relaciones sólidas y duraderas. Esta estrategia no solo se apoya en los canales tradicionales de la diplomacia estatal, sino que integra con fuerza dos actores clave: la diplomacia parlamentaria y la diplomacia partidista. Esta sinergia amplía el radio de acción de Marruecos, dándole mayor profundidad e influencia en los espacios políticos latinoamericanos.
Embajadores, parlamentarios y representantes de partidos políticos marroquíes —muchos de los cuales mantienen relaciones históricas con fuerzas políticas de América Latina— actúan de manera complementaria para proyectar una imagen auténtica del Marruecos de hoy: un Estado estable, soberano, africano y abierto, que cree en la cooperación Sur-Sur y en el respeto mutuo como fundamentos de una política exterior moderna.
Gracias a esta estrategia, la propuesta marroquí de autonomía para el Sáhara ha ganado apoyo en varios países influyentes de la región, donde empieza a ser vista como una solución realista, seria y conforme al derecho internacional.
En este marco, se han multiplicado las iniciativas: foros económicos, visitas parlamentarias, encuentros culturales, seminarios académicos, acuerdos de cooperación en sectores clave como la energía, la agricultura, la salud o la educación. Estas acciones permiten a Marruecos desplazar el eje de su política exterior más allá del tradicional vínculo eurocéntrico, hacia un espacio latinoamericano receptivo a las lógicas de codesarrollo y a la construcción de nuevas alianzas horizontales.
Este giro no es circunstancial, ni responde a una moda pasajera. Es la expresión de una doctrina diplomática renovada, que rechaza el aislamiento, invierte en regiones estratégicas a menudo desatendidas por otras potencias, y construye una legitimidad internacional basada no en la confrontación, sino en la coherencia, la continuidad y el compromiso.
En contraste, mientras Marruecos construye, explica y convence, Argelia opta por una diplomacia reactiva, obsesionada con frenar el creciente reconocimiento de la marroquinidad del Sáhara, movilizando recursos diplomáticos, mediáticos y militares en una estrategia cuyo único combustible es la hostilidad.
Marruecos, sin embargo, avanza con paso firme, con serenidad, con convicción. Su diplomacia no impone, propone. No grita, persuade. En América Latina, ya no es un actor periférico: es un socio creíble, con identidad plural —africana, árabe, amazigh, mediterránea y atlántica— y con una visión que apuesta por un mundo multipolar, justo y cooperativo.
En definitiva, el despliegue marroquí en América Latina refleja una elección de Estado y una apuesta de futuro: la de tejer alianzas políticas y estratégicas que refuercen su soberanía, promuevan el desarrollo compartido y posicionen al Reino como un actor global en pleno ascenso.