Nueva transformación para Martín Churba. El diseñador y artista, que durante al menos las últimas tres décadas estuvo enfocado en el metier de la indumentaria, ahora está presentando la muestra Mutación, hasta el 30 de julio, en la galería Herlitzka & Co (Libertad 1630, CABA).
Si bien Churba se caracterizó por eludir los límites disciplinarios y ya tuvo experiencias anteriores en la escena de las artes visuales, el grueso de la veintena de piezas expuestas las desarrolló entre febrero y mayo de este año, después de finalizar la etapa de Tramando, la marca de moda que cerró a finales del 2024.
Sobresalen las monocopias de simetría imperfecta, tal cual las define la socióloga Daniela Lucena en el texto de sala. Y es en esos paños monumentales, donde se sale de los contornos a los que lo tenían habituados las prendas, y hace visible la dialéctica entre lo industrial y lo artesanal, otra constante en su abordaje textil.

Además, en esta exposición, asimila poéticamente un tópico que el sistema genera, pero con frecuencia omite: la basura. En ese sentido están las obras de cartón originadas en maples de huevos descartados.
Expresión que inevitablemente lo traslada al recuerdo de la primera pieza que hizo, cuando tendría alrededor de 12 años y una lata abollada que encontró en la vereda, vinculada a un corcho de escritorio, se volvió esa obra inicial. Así quedó confirmada su destreza para sublimar desechos en objetos de deseo.
El otro grupo de creaciones es el resultado de un rasgo insoslayable en su trayectoria: el modo de hacer colectivo. Alcanza con volver a mirar los proyectos textiles que desarrolló con organizaciones sociales en distintos lugares del país. Esta vez conformó “Tsufwelej” (“abrazos”, en lengua wichí) con la artista Fidela Flores, oriunda del Chaco salteño, y la curadora Candelaria Aaset para realizar piezas en chaguar intervenidas por el ojo, y por ende el gesto inquieto de Churba.
–¿Cómo fue la convocatoria de la galería?
–La invitación no es solo para esta muestra, sino para ser parte del staff. Esa formalidad del arte contemporáneo no se maneja en temporadas, sino en años, en carreras, tal vez en décadas. Los artistas tienen etapas que son más lentas, distintas al mundo del que vengo. Esa lentitud la atesoro.
–Terminaste con esa etapa, la de la moda, y te pusiste a hacer obra… ¿fue catártico?
–No, porque a partir de enero me puse a producir. La obra la tenía, lo que me puse a hacer fue la serie. Hay un trabajo de los que voy a mostrar que considero que tiene 20 años de gestación o más. Lo de los maples y la resignificación sobre la pieza, ya la hacía en los años 90.

–¿Cómo surgió?
–Los maples siempre están en la calle tirados, son piezas descartables. Me llaman la atención porque tienen un montón de virtudes: la materialidad, la prolijidad, el estado en el que se tiran que en general es bueno. Mi ojo se entrenó mirando la basura. Si miro la ciudad, los cúmulos están en los volquetes, esas pilas de cosas a mí me pueden, me convocan.
–La definición de mutación también tiene que ver con algo azaroso, porque no se sabe hacia dónde va a ir. ¿Cómo se dio ese título?
–En la conversación con Daniela Lucena, quien escribió el texto de sala, ella lo relacionaba más con una metamorfosis, pero una metamorfosis tiene una meta, un guion, y tiende a haber un “de acá para allá”. En la mutación es distinto, porque hay un “de acá” y puntos suspensivos.
–Por eso la pregunta por lo azaroso. ¿Cómo vas llevando esa mutación?
–Cambiaría la palabra “azar” por la palabra “ser”. Porque no sé qué me puede pasar. Eso es lo que está bueno, porque no sé qué es antes de que sea. Ahora que va a estar expuesta vamos a decir: “okey, es esto”.
–Si bien tus prendas eran para usar, por la valoración que le daban tus seguidores podrían haber sido consideradas como obras de arte. ¿Qué pensás en ese sentido?
–La gente que tiene mi trabajo o lo tuvo, va a sentir un punto de valor. Y esa valorización viene por lo anterior y por lo que venga. No sé si hay mucho para pensar hacia atrás. Hacia adelante me siento con oportunidades. El futuro es lo que me interesa.

–Antes, al momento de diseñar, también pensabas en un usuario y en los modos de hacer, eso estaba impreso en tu trabajo. ¿Qué pasa ahora por tu cabeza?
–Al haber encontrado un galerista me da la posibilidad de que él piense en esas cosas. Yo dejo que me abunden las ideas. Me dejo entusiasmar.
–¿Recuperaste el asombro como cuando eras el adolescente que hizo la primera obra?
–Tengo más tiempo para eso, para sacar las ganas de transformar y jugar con la materia. Hay una valoración distinta, la de un jugador, mi galerista, que se juega por mí, en la moda no pasaba eso. Me propone hacer una carrera, y no solo una muestra. Y es una carrera que ya empecé. No soy un artista nuevo, si soy nuevo en el mundo del arte contemporáneo. En este momento, el tiempo es lo más preciado y la posibilidad de que haya un espacio para que lo que apareció, durante estos años, en el medio de todo el quilombo, ahora aparezca con la valoración que se merece.
–Cada vez más pensadores están revisitando esa idea del tiempo del ocio para la creación…
–Claro, porque está la Inteligencia Artificial (IA). Por eso creo que está bueno preguntarle cosas que no puede contestar. Ahí donde no entiende, todavía queda un lugar deshabitado. Eso pasa con los maples, porque es tan grande la mutación de la pieza original a lo que termina siendo, que si le ponés una foto a la IA no sabe qué es. No llega a un lugar conocido, es nuevo. Con las telas también pasa, porque si alguien se acerca a las monocopias gigantes se pregunta si lo hizo una máquina o un pincel.
–También trabajas con la basura, algo que es tabú, de lo que no se habla porque incomoda. ¿Qué podés decir en ese sentido?
–Hablemos de rechazo y deseo. Lo que produce la basura y lo que van a producir estas piezas. Ese cambio de percepción en nosotros, los seres humanos, por la presencia de una intervención artística en una materialidad, me fascina. Se puede corroborar, es fáctico. Lo ven y lo rechazan, lo intervengo, lo vuelven a ver y lo desean. Esa idea de transformación, mutación, alquimia, sublimación, me tiene hace mucho convocado.

–El trabajo colectivo es un leitmotiv en tu trayectoria, aunque en una sociedad individualista parece tomar más trascendencia. ¿Qué mirada tenés al respecto?
–A Candelaria (Aaset) y a Itamar (Hartavi) de la plataforma UNCU los conocí en Tilcara, a donde viajo hace 20 años a trabajar con las tejedoras de la red Puna. Cuando me encontré con ellos fue un flash, porque pensé que ya estaba todo habitado allá. Existía esa idea que en Jujuy no me iba a pasar una cosa nueva, pero solamente había trabajado con la lana de llama y no con el chaguar.
–¿Y cómo hacen las piezas?
–Es un trabajo creativo conjunto donde elegimos puntos, paletas, morfologías y materialidades para convivir en ese mundo de tejido originario. Y contemporizar el momento del encuentro con una técnica.
–Cambió la situación expositiva, antes hacías un desfile, donde era un rato y la preparación era más engorrosa… ¿Cuál es la expectativa?
–La expectativa es que no me vuelva a pasar lo mismo. Que no sea obligatorio seguir, seguir y seguir, sino que haya tiempos y lugares para volver a alimentarse y a dar. Que pueda seguir creando y proponiendo porque eso es lo que me mantiene vivo.
Martín Churba básico
- Con formación en artes escénicas y diseño gráfico, descubrió su pasión por lo textil. En los 90 conformó la empresa TrosmanChurba y en 2002 comenzó a gestar Tramando, emprendimiento que combina investigación textil con desarrollo estratégico del diseño.
- Su estilo abarcador reúne una unidad de diseño textil, el diseño de indumentaria, de objetos para vestir la casa y la consultoría de imagen y el diseño de campañas para empresas.

- Sus colecciones de vanguardia son presentadas en performances escénicas y comercializadas en los locales que su marca tiene en Argentina.
- Sus productos se exportan a varios países teniendo como principal destinatario a Japón.
Martín Churba. Mutación, hasta el 30 de julio, en la galería Herlitzka & Co (Libertad 1630, CABA).