Estamos en el lobby de un hotel en Junín, justo en una esquina frente al edificio de la Universidad Nacional del Noroeste, que está toda pintada de rosa. Suenan clásicos de rock argentino de una radio local. Martín Kohan baja las escaleras de este hotel para encontrarse con Clarín. Viaja mucho por el país a lo largo del año participando en distintas ferias. La conversación empieza por ahí: “Tengo una valoración intrínseca de que se sigan generando estos espacios que habilitan la posibilidad de contacto e intercambio con los lectores. Cada gesto interesante de invitación que tienen conmigo se corresponde con un gesto de aceptación y gratitud. Son espacios extraordinarios para mí, tremendamente estimulantes. Es más lo que te pueden aportar los demás a vos que lo que uno puede decir o no de su obra. ¿Por qué tendría que perderme eso?”.

–El Kohan público, ¿cómo lo fuiste construyendo?
–Me ayudó la docencia. Eso es lo que puedo responder. Después va en el temperamento de cada cual y en lo que uno se siente cómodo. A priori es razonable que alguien que se dedica a escribir, que de por sí es una práctica de retraimiento, pueda encontrar inhibición o que no lo convoque una escena de exposición pública, es razonable. Borges, por ejemplo, padecía la exposición pública. En mi caso, lo disfruto mucho y viene de la docencia, porque hablamos de la literatura. En otras escenas públicas soy totalmente retraído, me inhibe la sociabilidad.
En este momento, en las mesas de novedades de las librerías hay un texto nuevo de Kohan, El tiempo más feliz (Siglo XXI) para chicos, junto a la reedición de la novela Los cautivos (Literatura Random House).
“El motor de la escritura de cada nuevo libro es el deseo de escritura que eso puede generar”, dirá Kohan más adelante. Docente, narrador y, a la vez, es un escritor que no le escapa a opinar sobre la realidad más urgente. Incluso, en el último tiempo, se vio envuelto en polémicas que tuvieron su resonancia en redes sociales. Dice: “Estamos en un periodo de hostilidad, degradación y defenestración que no para de repiquetear. Es una época de embrutecimiento general, para todos. Y me preservo como puedo, a veces mejor y a veces peor.” Sin embargo, su lugar es la escritura y lo que puede lograr con ella. Y, algo nada menor, la felicidad que cada libro futuro le trae (ahora mismo tiene entre manos tres manuscritos en distintos grados de culminación). Desde esa trinchera se posiciona para hablar: es alguien que lee, escribe y que encontró en esa zona un destino que amplía en cada nueva historia que publica. La charla con Clarín sigue desde ahí.
–Estás en un momento donde se unen reediciones con un libro nuevo de literatura infantil. ¿Cómo te relacionás con esa superposición de tiempos que no son lo del escritor?
–Son capas de tiempos que están fuera de uno. Tiene que ver con la relación que desde siempre tuve con lo que escribo que es de realmente de desprendimiento, y yo no tiendo a desprenderme de cosas. Con la escritura me pasa. Eso de que cuando algo se publica deja de ser de uno para ser de los lectores lo suscribo, y lo siento genuinamente así, no tengo que hacer ningún esfuerzo. Me entusiasma pensar que los libros hagan sus recorridos sin uno. Mi conexión siempre es con el libro siguiente: ahora tengo tres entre manos que están en distintos procesos de corrección. Me gusta esa doble frecuencia de lo que todavía está en la jurisdicción del escritor y lo que ya está en la jurisdicción de los lectores. No estoy detrás de los libros una vez que se publican, me quedo a un costado. No me interesa custodiar ni vigilar mis libros pasados.
–Se reedita Los cautivos. ¿Todos los escritores argentinos necesitan pasar por la gauchesca en algún momento?
–Hay una tendencia, que no es actual, de volver y reversionar el siglo XIX. Es que se trata del siglo de la independencia y organización, o desorganización. Es notable que el siglo XX también vuelve una y otra vez sobre la gauchesca y sobre Sarmiento. Hay una clave ahí. Y yendo a Los Cautivos, la figura es Echeverria. Yo había pensado, en un sentido amplio, reescribir El matadero en la primera parte y La cautiva en la segunda. Trabajar la idea del choque brutal de lo que significa imaginar a Echeverría en medio de La Pampa y de los gauchos escribiendo El matadero. Echeverría es, en palabras de Sarmiento, el civilizado que escribe un clásico de la literatura argentina metido en el territorio de la barbarie. Le agregué a eso la idea de que los gauchos lo miran desconcertados. La segunda parte está ligada a la idea de la heroína surcando La Pampa. Pensé Los cautivos en esas claves, y además parodiando el concepto sarmientino de civilización y barbarie. En un momento se satura la parodia de la barbarie y lo que empieza a ser parodiado es la mirada del civilizado, y no la barbarie de la que se ocupa. Lo pienso al libro en sintonía con los gauchos de Pablo Katchadjián, con Cabezón Cámara, entre otros. La gauchesca es la resolución de la literatura y de la cultura argentina del lugar que en la formulación de lo argentino va a tener un imaginario de lo popular. Es inexorable que no deje de interpelarnos.
–¿Qué operación de escritura llevaste adelante?
–Yo una línea entre varios libros de ficción que yo escribo sobre mitos de lo argentino. Y que son novelas que fueron leídas en otras claves, lo cual es legítimo. La figura de San Martín como padre de la patria y Echeverría como poeta fundacional de la literatura argentina para mí hace serie con Dos veces junio (el mito en el futbol) y Ciencias morales (el mito del colegio de la patria). Son mis versiones de mitos patrios, y al mismo tiempo son novelas muy diferentes. Sobre todo, porque en Los cautivos hay humor que no está en los otros textos. Hay una exageración en la mirada del civilizado, pero siempre que en una intención de autor se trata de establecer una dicotomía rígida y enfrentada entre la civilización y la barbarie, la cosa se empieza a desbaratar, algo que le pasó al propio Sarmiento y al mismo Echeverría. Los cautivos está en esa línea: narra al civilizado, repudia a la barbarie y eso se desbarata por demasía, porque lo que queda caricaturizado es el prejuicio del civilizado. Es un registro de humor.
–Pensando en la gauchesca y tu trabajo con los mitos nacionales, ¿es posible rastrear y definir un gen argentino?
–En el siglo XIX es cuando más claramente se disputaba cómo iba a definirse lo argentino, y creo que por eso volvemos siempre a ficcionalizar esa época. Por otra parte, no hay un gen argentino, como no hay gen de ninguna otra índole para ninguna otra nación. La identidad no es genética. Por eso es interesante ver cómo hay procesos históricos, culturales, ideológicos y literarios, entre otros. Esos procesos configuran la identidad, y las afirman o la desestabilizan o encuentran certezas o las pierden a lo largo de la historia. La identidad de una nación quizás se vislumbra entre lo que está dado y lo que se compone, es una construcción con lo que hay y lo que pasa. Por ejemplo, la idea de lo argentino no es la misma la que tuvo la generación del 37 que la tuvo la Argentina con la llegada de la inmigración a comienzos del siglo XX. La relación con la identidad nunca es algo fijo ni estable, se va resolviendo y problematizando una y otra vez porque, justamente, no responde a una definición genética, es una construcción y disputa.

–Y en ese aspecto, uno de los elementos de esa identidad en disputa siempre aparece la educación pública como tensión.
–En la Argentina, una de las cosas que uno puede recuperar, revalidar y reivindicar es el lugar de la educación pública. No son tantas las cosas que los argentinos podemos decir que nos salió bien, pero esto es una de esas. “Se ve que vivís del estado”, me dijeron alguna vez. Sí, contesto, con mucho orgullo, soy docente de la educación pública argentina en la Universidad de Buenos Aires. Hay una ola de desprecio a todo trabajo en el estado, yo no voy a asumir eso como parte de mi vida. Estoy orgulloso de mi trabajo como docente. De todas formas, lo que sucede acá es una situación mundial. Esta época, que espero no dure demasiado, será recordada como el momento en el caímos un poco bajo. Fuimos a parar a cualquier lado.
–¿Cómo aparece El tiempo más feliz, un libro para chicos?
–Fue una propuesta que vino de la editorial Siglo XXI y en principio la rechacé porque creí que no iba a poder escribir un libro así. Y resultó que sí podía. Lo que definió la escritura fue, simplemente, que sentí ganas, o deseo de escritura. No habría escrito este libro, ni ninguno otro, si no hubiera aparecido el deseo. No escribí ninguna página que no estuviera sostenida en el deseo de escribir. Cuando se me ocurrió la idea la escribí con muchas ganas. Mi relación con la escritura es de puro disfrute. Y tengo la perspicacia, que no tengo en otros rubros de la vida, de aparatar o desalojar cualquier cosa que distorsione ese vínculo de disfrute. No sé escribir de otro modo. Eso no lo negocio.
–¿Te convertiste en el escritor que querías ser?
–Yo nunca una idea del escritor que quería ser. La única idea, la certeza, que siempre tuve fue: me gusta leer y quiero escribir. Y pensar un modo de vida que me permitiera hacer esas dos cosas. Tener tiempo para escribir, tener tiempo para leer. Quería un vínculo con esas dos cosas. Jamás pensé en un lugar al que tenía que llegar.
Martín Kohan básico
- Escritor, crítico literario y docente. Licenciado y Doctor en Letras por la Universidad de Buenos Aires.
- Ha publicado las novelas: La pérdida de Laura (1993), El informe (1997), Los cautivos (2000), Dos veces junio (2002), Segundos afuera (2005), Museo de la revolución (2006), Ciencias Morales (2007) –Premio Herralde de Novela–, Cuentas pendientes (2010), Bahía Blanca (2012), Fuera de lugar (2016), y Confesión (2016).
- También, ha publicado los libros de cuentos: Muero contento (1994), Una pena extraordinaria (1998), Cuerpo a tierra (2015), Desvelos de verano (2021); y los libros de ensayo: Imágenes de vida, relatos de muerte. Eva Perón, cuerpo y política (1998) (en colaboración), Zona urbana. Ensayo de lectura sobre Walter Benjamin (2004), Narrar a San Martín (2005), Fuga de materiales (2013), El país de la guerra (2014), Ojos brujos Fábulas de amor en la cultura de masas (2016), Me acuerdo (2020), La vanguardia permanente (2021).
- Es profesor de Teoría y Análisis Literario en la Universidad de Buenos Aires y también desempeña actividades de docencia en propuestas académicas de diversas universidades, entre las que cuenta la Especialización en Lectura, Escritura y educación (FLACSO-Argentina). Habitualmente publica artículos sobre literatura en medios académicos y periodísticos.
El tiempo más feliz (Siglo XXI) y Los cautivos (Literatura Random House), de Martín Kohan.
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