Es oriundo de San Martín, pero vive desde hace décadas en Villa Crespo. Lleva con gran disimulo 78 años de vida. Imposible darle esa edad a este hombre que camina todos los días durante dos horas como parte de su proceso creativo. “Caminata que no es holganza, donde imagino y acopio. Cambio los circuitos y cada tanto me paro en una plaza, saco la libreta y escribo: salgo a pescar”, declara Mauricio Kartun, quien a pesar de estar oficialmente jubilado desde hace casi seis años -como profesor en la Escuela Metropolitana de Arte Dramático, EMAD, y de la Facultad de Arte de Tandil-, sigue escribiendo, dirigiendo, estrenando sus obras y ejerciendo la docencia.
Mauricio Kartun es dramaturgo y director teatral. Y desde no hace tanto, novelista -hace dos años publicó su primera y única novela: Salo solo. El patrullero del amor– y cuentista -acaba de lanzarse a la venta Dolores diez minutos-. Este jueves 25 de septiembre estrenó una obra que concibió hace más de 15 años. Se trata de Baco polaco y subió a escena en el teatro Sarmiento.
Lleva 51 años junto a la misma mujer, Mónica Estévez, quien fue actriz durante bastante tiempo y luego se dedicó a terapias alternativas, yoga, digitopuntura y otras disciplinas. “A ella le gusta viajar y a mí no, así que cuando puede, viaja. Viajé mucho por giras y no todas las disfruté”, dice.
Es padre de dos hijos. Julián (41), conocido por ser líder de la banda El Kuelgue y por su personaje Caro Pardíaco. Luciana (42) es psicóloga social y ahora está en Brasil. “Julián me dio la popularidad que me faltaba. Mis alumnas jóvenes me cuentan que me conocieron por él. Estudió Dirección de cine y televisión en TEA. Luciana es una hippie feliz, que viaja buscando la vida”, resume.
En sus caminatas, Mauricio se apropia de imágenes. “Muchas veces se pierde de vista que la escritura teatral no es otra cosa que la puesta en poesía de una zona muy vulgar que es la coloquial. El dramaturgo tiene que estar abierto a distanciarse de lo coloquial: observar la belleza de la construcción de una frase en alguien. No hablo de una belleza lingüística formal, sino lo contrario. Cómo muchas veces una improvisación en el habla crea fenómenos de una gran belleza”, explica.
Está respondiendo una pregunta, pero, al mismo tiempo, está dando cátedra. Es docente las 24 horas. “Es una actividad cerebral inevitable: reflexionar sobre lo que hago”. Dice enseñando; no con afán didáctico, sino contagiando pasión por el hacer teatral. Y eso no puede más que agradecerse. Por eso cuenta que en repetidas ocasiones, la gente le grita por la calle “maestro”, pero quien se lo dice “no sé si alguna vez fue a una clase mía”.

17.000 seguidores sin publicaciones y tampoco celular
Más de 17.000 seguidores en una cuenta de instagram que no tiene publicaciones. “Perdí la contraseña, intenté recuperarla y nunca pude. Y dije, por algo será”, afirma, pero los seguidores los siguen ahí. No tuvo ni tiene celular. Solo teléfono de línea. Dice que no es un acto de resistencia; no hay ideología en la decisión de no usar celular.
“Me di cuenta de que no me era imprescindible y que sumar un nuevo foco de atención a una vida como la mía, en la que para trabajar en el oficio necesito tiempo, me iba a quitar tiempo”, dice.
Su mujer sí usa celular y con eso tienen cubierta cualquier urgencia familiar que deba comunicarse. Para lo demás, se maneja por correo electrónico. Abrió un facebook y descubrió sus virtudes para la difusión durante la pandemia; actualmente lo mantiene activo y publica allí con frecuencia: sobre sus obras, material fotográfico de su archivo personal, comentarios.
“En pandemia, empecé a publicar relatos. Primero fue una saga humorística sobre la búsqueda del amor en un sesentón que terminó siendo mi novela Salo solo. Fue publicada por completo en Facebook durante la pandemia. Cada quince días publicaba un capítulo. Yo no sabía que estaba escribiendo una novela. Me lo reveló la editora de Alfaguara”, repasa.

Referente fundamental para cientos de teatristas. Su trayectoria no fue lineal; primero trabajó en el Mercado de Abasto, empleo heredado de su padre -quien falleció cuando Mauricio era adolescente-. Una vez decidido por la escritura, en tiempos de dictadura se vio obligado a buscar otro trabajo para subsistir y fue cuando creó su pequeña empresa de venta de electrodos. “Este departamento lo compré con la guita que gané vendiendo electrodos”, asume.
Pero así como le dio, le quitó, ya que por varios años, por ese negocio dejó de escribir. Aunque también apeló a hacer bolos en películas y así fue que tuvo apariciones en filmes de Olmedo y Porcel. “Necesitaba vivir de algo”, asegura. No tuvo letra, salvo en una película de Andrea del Boca donde interpretó a un médico que decía: “Salió todo bien”. Hasta que dijo basta y volvió a dedicarse por completo a la docencia, a la escritura y a la dirección.
“Había empezado a vender electrodos durante la dictadura, cuando me quedé sin trabajo. Hasta el ’76, tenía mi grupo de teatro, el primero que tuve, que se llamaba Cumpa, nombre que indica filiación política, con el que hacíamos tarea barrial, viajábamos, estuvimos contratados por la Comedia de Buenos Aires… y con el golpe desapareció esa chance. Yo había trabajado muchos años en el Mercado de Abasto, pero lo abandoné por el teatro y la militancia. No podía volver ahí. Tenía que buscar otra cosa y como aprendí de mi padre algo que es muy de la tradición judía, que es comprar y vender, empecé a vender electrodos para una firma, entendí cómo era el negocio y a los dos años puse el mío”, cuenta.
Parte de la religión
Su padre era de origen judío y su madre, católica practicante. Y algunas de sus obras están atravesadas por relatos bíblicos -por ejemplo, Terrenal-. “Mi relación con la religión es conmovedora, en el sentido literal de la palabra, porque me mueve. Yo vengo de una familia mixta: café con leche. Madre española, católica y practicante. Padre judío, agnóstico, socialista, un poco escéptico. Se casaron por civil. La familia de mi padre, durante mucho tiempo le dio la espalda por haberse casado con una goy. Para mi madre tampoco fue fácil, tanto es así que me bautizó en secreto, aunque nunca lo reconoció, pero yo me acuerdo”, repasa.

En su adolescencia, iba con sus primos a un club judío. Pero también se puso de novio con una chica católica, que participaba de actividades parroquiales. Sus padres le dieron la libertad de elegir una religión. Y Mauricio eligió pensar la cuestión en términos filosóficos. “¿De qué me hago cargo cuando pienso en los orígenes? Una manera de pensar los orígenes es aceptar responsabilidad sobre los futuros. Tengo un dios espinoziano, un dios de la naturaleza, tengo un dios que se acerca mucho a entender el milagro de la construcción de lo vivo en el universo, lejos de la hipótesis del cielo, pero cerca de la hipótesis de una energía que crea y a la que debemos honrar fluyendo en el marco de esa energía para no terminar destruyéndola”, reflexiona.
Sus cursos de dramaturgia fueron durante largos años un paso obligado para todo aquel que quisiera iniciarse o profundizar en el oficio de la escritura teatral. Después de mucho tiempo al frente de sus alumnos, decidió que el 2020 sería un año sabático: una pausa en los tradicionales cursos que venía dictando en su estudio, que ahora tiene alquilado. Finalmente, fue el fin de una etapa. Ahora, da seminarios intensivos o master class cuando lo convocan. La pandemia los encontró a Mauricio y a su mujer en su casa en Cariló, donde permancieron refugiados durante un año y medio. “Queríamos volver y nuestros hijos nos decían que no”.
Maestro, sobre todo maestro. Eso es Kartun. Dejó de hacer supervisiones. “Esta casa se había convertido en una especie de consultorio terapéutico”, recuerda los tiempos en que muchos escritores teatrales acudían a su mirada profesional. Hace algunas excepciones con dramaturgos amigos, quienes confían en su lectura. “Yo creo que construí un ying yang -dice-. El maestro se retroalimenta del escritor y viceversa”.
El maestro repetidor

Es curioso que alguien que se distinga tanto por ser “maestro”, haya sido tan mal alumno. Repetidor consecuente, que cambió varias veces de colegio y que debe Matemática, Física y Química para terminar el secundario.
“Aquel pibe la pasó mal en el colegio, lo pasó horrible. Volver a mi casa y confesar una vez más el fracaso era muy difícil”, recuerda. Para sobrellevar esa etapa de tanto conflicto, se inventó un personaje para sí mismo; él no lo sabía entonces, pero se disfrazó de rebelde para justificar sus derrotas.
“Yo decía que era así porque quería; que no era porque no entendía, sino que no me interesaba”, dice, pero en realidad, no podía. Una vieja calculadora sin la cual no podría administrar las cooperativas en las que trabaja es prueba contemporánea de eso. “Lo que tenía era preminencia de ciertas formas de inteligencia narrativa por encima de otras inteligencias, como la matemática”, explica.
“A los 21 años gané un consurso literario y ahí se me ordenó un cacho la vida. Estaba en quinto año y quería terminar el colegio para que mi vieja se quedara tranquila”, relata.
Pero la tranquilidad para su mamá no llegó con el título secundario, sino cuando asistió al estreno de Pericones (escrita por Mauricio), en la sala Martín Coronado del teatro San Martín y vio el teatro lleno. “Recibí dos doctorados honoris causa y cada vez que los recibí aproveché para confesar que si yo los recibía era gracias a la ley de saberes especiales según la cual si para enseñar algo no hubo una carrera previa, no se le puede exigir título a quien lo enseña. Como yo enseñé dramaturgia y no existía carrera de dramaturgia porque yo fui el creador, nadie me pudo exigir un título habilitante”, dice.

Hace veinte años, Kartun estrenó La Madonnita. Fue la primera obra suya que dirigió. “Con el elenco que se había armado, no nos queríamos separar. Y justo aparece la convocatoria de un festival de teatro griego que se hacía en el Konex. Había que presentar proyectos de adaptación de un clásico griego”, recuerda. Estimulado por el elenco, trabajó en el proyecto. Encontró un material poderoso en Las Bacantes, de Eurípides.
“Pensé cómo serían esas orgías báquicas en la Pampa argentina”, recuerda. “Armé cinco páginas de proyecto y lo presenté. Pero no fue elegido”, asume. Tiempo después escribió esa versión que había imaginado, porque la idea seguía dando vueltas en su cabeza. Una versión, luego otra y más tarde, volvió a la primera. Hace unos cinco años la retomó y la enriqueció. Y finalmente llegó el momento de estrenar Baco polaco. Pero había que armar nuevo elenco.
“Apareció la idea de conformar un equipo de artistas egresados de todas las carreras de la EMAD, donde trabajé tantos años”, asegura. Primero pensaron en una sala chica, no sabían cuál; luego apareció el Complejo Teatral de Buenos Aires y Kartun imaginó la sala Cunill Cabanellas. Pero finalmente fue el teatro Sarmiento, un espacio más grande al que el autor había imaginado.
“Tenía y sigo teniendo un muñeco articulado eléctrico que alguna vez fue de alguna vidriera, que es lo que en los años ’30 llamaban farrista. Un señor con galera, bastón y una botella de champagne en la mano, al que lo enchufás y se mueve como un ebrio. Yo quería que eso esté en escena. Al principio pensé en que ese muñeco iba a cerrar la obra; luego no fue así. Pero el nombre de ese muñeco era Baco polaco. Baco por borracho y polaco, porque la vitrolera de la obra es hija de una prostituta polaca”, empieza a recorrer la historia de su pieza. “La troupe errabunda que lleva las orgías por la Pampa se llama Baco polaco”, cuenta en qué devino el nombre del muñeco.

“Durante mucho tiempo fui fóbico a los gatos. Una vez me había atacado uno… Y heredamos un gato que en su momento mi suegra ya no podía tener”, repasa. “Y los gatos son una especie de seductores irresistibles”, dice, ya amigado con esos felinos. Luego de aquel, vinieron otros. Los dos gatos que tiene ahora -de los cuales anticipó que podían aparecer en cualquier momento en el escenario de la entrevista, pero no aparecieron- son hermanos y, curiosamente -bueno, en realidad no es una curiosidad, sino una elección- se llaman uno Baco y el otro, Polaco.
Información
Baco polaco, una pieza escrita y dirigida por Mauricio Kartun, se estrenó el jueves 25 de septiembre en el Teatro Sarmiento (Av. Sarmiento 2715). Las funciones se ofrecerán de jueves a domingos a las 20.
Definida por su autor como “un pastiche de Las bacantes”, Baco polaco traslada la famosa tragedia de Eurípides a un pueblo del interior profundo de la Argentina en los años ’30. Aníbal Gulluni, José Mehrez, Paloma Zaremba, Soledad Bautista, Nahuel Monasterio y Luciana Dulitzky forman el elenco de la obra.