La Patagonia tiene su historia arraigada en pobladores que, como don César Ayuelef, vivieron otra época de la región y tienen mucho para contar.
22/03/2025 08:48 Hs.
César Ayueles nació hace 84 años en Pichileufu y vivió toda la vida en la región. Fotos: Marcelo Martínez.
Hace 84 años, César Ayuelef nacía en Pichileufu, cuando la región era muy distinta a lo que ahora conocemos. Lleva sobre su espalda, toda una vida de campo, de trabajo y esfuerzo, siempre por sus pagos, siendo testigo del paso del tiempo y los cambios de la zona.
Lleva el apellido de su madre, Margarita, y junto a ella y sus abuelos, vivió en Pichileufu sus primeros años. “Mi abuelo me pedía que no lo abandonara”, recuerda. Así, se quedó por allí hasta que promediaba su segunda década de vida.
Con César, fueron quince los hermanos de la familia, aunque todos de distinto apellido. El único Ayuelef es él, y recuerda que recién cuando fue grande supieron todos que no era Paleta, ya que lo relacionaban con su abuelo, sin pensar que tenía otro apellido.
Dice, como muchos de su edad y criados en el campo, que fue “muy poco a la escuela”. La vida de antes, implicaba trabajar desde muy chicos para poder aportar algo a la olla y ayudar a la familia. Esquilar ovejas, hacer alambrados, buscar animales, eran algunas de las tareas que, antes de cumplir su primera década, ya hacía en la zona.
César Ayuelef aprendió el oficio de talabartero de su abuelo. Foto: Marcelo Martínez.
En el camino, conoció a su compañera de toda la vida, Máxima Sandoval, nacida en la Estancia El Cóndor, con quien tuvo a sus hijos y se convirtieron en abuelos de nueve nietos y hasta bisabuelos de dos pequeños.
Ahora, transcurren sus días juntos en su Pilca querido, donde su hijo fue intendente durante 20 años, pero antes, la vida los llevó por distintos lugares, siempre ganándose la vida con trabajos rurales.
Durante muchos años, vivieron en una estancia de la zona. Desde allí, mandaban a sus hijos a la escuela, porque si de algo estaban convencidos los dos, era que querían que su familia tenga otras posibilidades en la vida.
“Yo recuerdo de venir a caballo al pueblo, a veces con lluvia o nieve, pasando frío y pidiéndole a Dios que mis hijos sean otra cosa. El trabajo en el campo siempre fue difícil, es difícil también estar solo en un puesto, lejos de la familia”, recuerda ahora César.
César y Máxima, en la casa donde viven hace casi 40 años. Foto: Marcelo Martínez.
Dicen, también, que Dios los escuchó. Todos sus hijos pudieron estudiar, trabajar en otros ámbitos y formar sus respectivas familias. Ahora, en el pueblo, tienen a algunos de sus nietos y bisnietos, que los visitan a diario. “Todo el sacrificio valió la pena”, afirma el hombre que luce su impecable vestimenta de gaucho.
En su camino, también trabajaron en Pilca Viejo, donde funciona actualmente el Centro Educativo Rural de la Fundación Cruzada Patagónica, y donde en la década del 80, hubo otra escuela. “No estaba terminado el edificio todavía, pero yo entré como cuidador y Máxima como cocinera”, recuerda.
Allí estuvieron algunos años, e incluso César dio clases de talabartería, otra de sus pasiones que todavía mantiene. A unos metros de su casa, antes de irnos, nos muestra el taller donde tiene riendas, rebenques y lazos, hechos por él, con una prolijidad envidiable y una dedicación admirable. “Me enseñó mi abuelo y Dios me hizo prolijo”, afirma con convicción.
Hace 36 años, compraron la casa donde viven actualmente, frente a un gran pinar que emite un fuerte sonido con el viento de la estepa patagónica. Allí, casi al borde del pueblo, pasan sus días con distintas labores.
Pero establecerse allí no fue tarea sencilla. “Fue una época muy difícil”, rememora Máxima en torno a esos años, hace unas cuatro décadas. Ella comenzó sus trabajos como cocinera en la residencia de la escuela de Pilcaniyeu, pero César no tenía trabajo y esto fue duro para el hombre que desde niño, se ganaba el pan con esfuerzo, pero “sufrir, sufrimos todos, lo bueno es poder hacer algo con eso”, sostiene con firmeza.
«Me gusta andar vivaracho», dice César en las calles de su Pilca querido. Foto: Marcelo Martínez.
“Yo siempre fui así, me gusta andar vivaracho”, dice ahora con una sonrisa César. Su ánimo y el trabajo, dice, lo mantienen sano y fuerte y cualquiera perdería la apuesta si de adivinar su edad se tratara.
César anduvo a caballo hasta hace muy poco. Siempre salía a dar una vuelta para despuntar el vicio, pero un accidente en una marcación, hizo que le indicaran dejar la actividad y se llevaron a su yegua al campo.
El primer alojamiento turístico de Pilca
El trabajo en la vida de Máxima y César, fue incansable. Pensando en la jubilación y en que hubiera otro ingreso, hace seis años modificaron la vivienda y emprendieron otra construcción más, que actualmente es un alojamiento para turistas y viajeros.
“Nunca pensé que iba a venir tanta gente. Empecé con 5 camas”, recuerda Máxima, quien en su vida, hizo hasta costuras para sumar unos pesos a los ingresos familiares. La mujer cuenta que llegan viajeros, gente de paso y hasta trabajadores que, por distintas cuestiones, deben alojarse en Pilca.
“Cuando empezamos, no había otro servicio así en el pueblo. Ahora hay otros, hay una hostería también”, cuenta y remarca que también es una forma de dar trabajo a la gente del pueblo. “Yo ya no puedo limpiar todo sola y de paso, le das una mano a alguien que le sirve la changa”, explica.
César y Máxima llevan más de medio siglo juntos. Foto: Marcelo Martínez.
Si bien el turismo no es el fuerte de Pilcaniyeu, en los últimos años hubo llegada de visitantes que eligen parar allí para disfrutar de la estepa, la tranquilidad del pueblo o hacer un descanso antes de seguir viaje por la ruta 23.
Mate de por medio, la charla sigue y los relatos también. César y Máxima son testigos de cómo el tiempo cambió lo que fue un paraje y hoy ya es un pequeño pueblito a la vera de la ruta que hace largos años se está asfaltando. Guardan en sus recuerdos, imágenes de lo que fue la zona hace 7 u 8 décadas, y como tantos otros pobladores rurales, son parte de la historia de la Patagonia. (ANB)