Decimos “oleada migratoria” y ya no vemos personas, sino agua desbordándose. Decimos “control de fronteras” y pensamos en barreras. El lenguaje no es un espejo del mundo, sino un molde: lo talla y lo traduce. Cuando una metáfora se repite, deja de serlo para convertirse en una realidad aceptada. En el caso de la migración, la elección de imágenes no es neutral. Se habla de “avalancha”, “invasión”, “flujo”, “presión”, “drama”, “crisis”. Son fórmulas que transforman cuerpos en masas, historias en amenazas, esperanzas en caos que urge contener. Muchas de estas expresiones responden a un marco de deshumanización: el país receptor es un contenedor a punto de estallar; los migrantes, objetos que se apilan, mercancías que se reparten, virus que infectan. Así, el foco se desplaza de quien busca refugio a quien –supuestamente– debe defenderse.
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