Guerras mundiales en la historia han habido dos, pero de batallas de las islas Formigues, tres. La primera, naval, en agosto de 1285, cuando la armada de la corona aragonesa comandada por Roger de Llúria derrotó a la francesa. La segunda fue jurídica extendiéndose desde la firma por Palamós y Palafrugell de la Concordia de 1717 hasta la sentencia del Tribunal Supremo de 2015 dividiendo salomónicamente esos islotes de la Costa Brava entre los dos municipios. La tercera en el último agosto.
Mi bote era uno de les privilegiados que habían podido amarrar en una de las tres docenas de boyas que te permiten fondear en el archipiélago. Por el conocido sistema Basté en sus programas con público: “Primero que llega, primero que se sienta”. Dos barcas que venían de puntos opuestos, como dos buitres acechando una boya, detectaron una embarcación que dejaba libre su sitio y aceleraron en dirección a colisión. Cada una con un tripulante en proa con el bichero enhiesto hasta el inevitable choque sin consecuencias fatales y la desaprobación de los espectadores.

Embarcaciones fondeadas en una cala de la Costa Brava
SOS Costa Brava
Este verano, como en una película de ciencia ficción que condena a las naves a vagar por el espacio, muchas de las 2.000 barcas –cifra oficiosa pero contrastada– basadas en Begur, Palamós y Palafrugell daban vueltas sin cesar. Buscaban una boya libre en las calas donde no se puede fondear con ancla o bien para encontrar un rincón libre en las saturadas calas donde si se puede, teniendo en cuenta que el viento del día, fundamentalmente Garbí, Tramontana o Gregal define los rincones a resguardo.
Este verano, muchas de las 2.000 barcas de Begur, Palamós y Palafrugell daban vueltas sin cesar
Del elogiable objetivo inicial de proteger las praderas submarinas de posidonia, afortunadamente bien conservadas en las pocas calas donde hay, se ha pasado a un criterio genérico de evitar que se eche el ancla a toda costa incluyendo la mayoría en la que no hay rastro de ella o son arenales. Por cierto, restringen los mismos que simultáneamente promueven la actividad náutica.
Los ecologistas y los propietarios de pequeñas embarcaciones están organizados y han hecho propuestas a los ayuntamientos, comandancia de marina y a la Generalitat respecto al plan de usos del litoral. Unos piden menos barcas, más protección a los bañistas y castigar a quienes sabotean las boyas o hacen de una cala la “ruta del bacalao”. Otros quieren salir a barquear tranquilos y respetando un litoral en el que , como escribió Josep Pla, cada roca, cada escollo y rincón tienen nombre. Y donde haya posidonia, evidentemente fondeando solo con boya.
Hace unas semanas un ciudadano de Palafrugell declaraba por televisión: “Conseguirán que aburra el mar” haciendo bueno ese refrán marinero que proclama el día más feliz del navegante cuando bota la barca, solo superado por el día que la vende. Lo cantaba alto y claro Remedios Amaya, representante española de Eurovisión 1983, cero puntos y últimos: “Ay quién maneja mi barca, que a la deriva me lleva”.