Un grupo de borrachos celebra a Baco. El dios romano del vino no es un héroe que se desplaza en un carro tirado por fieras sino un joven que se desparrama sobre un barril. Y a la derecha aparece una chica con un pecho desnudo, mirándonos.
Posiblemente se trate de un autorretrato de la autora de esa pintura de unos 375 años, en la que todo –los personajes, la carne, los gestos, las acciones- son excesos. Desmesuras que una mujer del siglo diecisiete, quien a lo sumo podía soñar con pintar naturalezas muertas o retratos de señoras honorables, tenía prohibido mirar y menos, parodiar aunque colocara taparrabos.
La monumental obra El triunfo de Baco (mide 2,7 metros por 3,5 metros) fue creada alrededor de 1650 por Michaelina Wautier, uno de esos secretos que sobreviven a la ignorancia de su época. Y a más.
Porque todavía a comienzos del siglo veinte un curador del Museo de Historia del Arte de Viena sostenía: El triunfo de Baco “es demasiado grande, demasiado ambicioso, con demasiados desnudos masculinos como para ser obra de una mujer”.

Pero El triunfo de Baco, un monumento barroco, no fue realizada por un discípulo de Rubens, como se creía. Tampoco, por Charles Wautier, hermano de Michaelina.
En un pliegue olvidado de esa enorme tela, entre la tinta seca de siglos de historia mal escrita, siempre hubo una artista que recién en 2018 fue reconocida con una muestra de 30 obras confirmadas y al menos diez mal atribuidas, en disputa.
Sin permiso para mirar

Alguien podrá decir: con la excusa de pintar mitología, se podía hacer cualquier cosa. Casi. En el caso de Michaelina ni eso funcionó.
“Michaelina Wautier no sólo dominó el retrato, sino que abordó géneros que estaban completamente vetados a las mujeres. Su obra es una anomalía que el sistema no supo, o no quiso, registrar”, escribió la historiadora del arte Katlijne Van der Stighelen en el catálogo de la expo pionera, titulada Michaelina Wautier 1604–1689: Pionera del Barroco, exhibida en el Museo de Bellas Artes de Bélgica.

El estudio del desnudo masculino estuvo prohibido para las mujeres hasta finales del siglo diecinueve por cuestiones de “decencia”. Como ellas tampoco podían estudiar en academias, tal vez Michaelina haya podido espiar modelos en el taller de su hermano Charles. O los haya buscado entre los hombres en una feria o en la plaza.
“El nivel técnico indica una formación que, oficialmente, no podía haber tenido. Pero ahí están sus pinturas, desmintiendo todos los archivos”, agregó otra experta, Alexandra Zvereva. Y marcó: “Lo que sorprende no es sólo su dominio, sino su total ausencia de sumisión al estilo femenino esperado. No embellece, no suaviza. Observa con la crudeza del genio”.
Un descontrol memorable
No se sabe mucho de la vida de Michaelina. Nació como Michelle en 1614 –hasta hace poco se pensaba que había sido en 1604- en el sur de la actual Bélgica y no se casó ni se hizo monja: vivió con Charles hasta su muerte en lo que hoy es Bruselas.

Así que, por ahora, podemos afirmar que Michaelina no pidió permiso para mirar ni interpretar. Que su obra fue transgresión en su vida de transgresiones. Que Michaelina es esa chica que te clava la vista en medio del descontrol en El triunfo de Baco.
Y ahora que el Museo de Historia del Arte de Viena acaba de abrir una muestra sobre su legado, al que considera “el descubrimiento más emocionante de las últimas décadas”, hay algo más en su mirada desde el fondo de aquella bacanal: la certeza de que los prejuicios y el olvido no vencen siempre.