“Milei tiene bastante éxito en Francia. Y es algo raro, porque es la primera vez, creo yo, que la gente sabe quién es el presidente de Argentina”, dice el escritor francés Michel Houellebecq en un salón subterráneo de un hotel moderno, frente a los jardines del Palacio Real de Madrid, adonde vino a participar en el Festival de las Ideas, un fin de semana dedicado al pensamiento contemporáneo.

De la mochila azul marino flaca que cuelga de su hombro, Houellebecq desliza con suavidad, como módico homenaje a las letras argentinas, una edición de El Aleph y otra, amarillenta y ajada, de La muerte y la brújula, ambas de Jorge Luis Borges y en francés.
Porque el tema para el cual lo invitaron a disertar sobre un escenario al aire libre montado en la Plaza de España es “el laberinto”.
“Había preparado una presentación sobre Borges pero no voy a poder hacerla porque el filósofo que me va a entrevistar tiene demasiadas preguntas para hacerme”, lamenta Houellebecq sobre la cita que protagonizó el domingo en Madrid en esta segunda edición del Festival de las ideas que organizan el Círculo de Bellas Artes y La Fábrica, junto a la participación del Ayuntamiento de Madrid.
“Pero como sos argentina, si querés, te puedo comentar lo que había preparado –invita el escritor que 2010 ganó el Goncourt, el premio más prestigioso de las letras francesas–. Para mí, las mejores definiciones de laberinto de Borges están en «Los dos reyes y los dos laberintos» y en «La muerte y la brújula», que es mi relato favorito. La primera frase es una de las más bellas de la literatura.”
Y dice así: “De los muchos problemas que ejercitaron la temeraria perspicacia de Lönnrot, ninguno tan extraño –tan rigurosamente extraño, diremos– como la periódica serie de hechos de sangre que culminaron en la quinta de Triste–le–Roy, entre el interminable olor de los eucaliptos.”
Un fan de la motosierra
Houellebecq no hace ninguna referencia a su último libro de no ficción, Algunos meses de mi vida, de 2023, donde repasa episodios algo sórdidos y que terminaron en los tribunales, sobre su colaboración con un colectivo artístico holandés con el que filmó escenas eróticas de las que luego se arrepintió.
Se entusiasma, en cambio, cuando la conversación vira hacia la simpatía de los franceses por el presidente argentino Javier Milei: “Eso tiene que ver con la… ¿cómo se llama la herramienta ésa que usa?”
–La motosierra.
–La motosierra. Eso nos ha gustado mucho en Francia.
–¿Y por qué cree que gusta?
–El último movimiento importante en Francia como movimiento social fueron lo que llamamos los gilets jaunes, los chalecos amarillos. Las protestas no eran en contra de los empresarios, sino en contra del Estado. El primer video que se vio, que circuló en las redes sociales, fue un video muy sencillo, que tuvo mucho éxito. Era el de una mujer de clase popular, que se llamaba María, que se ponía un chaleco y hacía una pregunta: “¿Dónde está la plata?” Francia es el país del mundo donde pagamos más impuestos. El Estado toma nuestro dinero y no nos da nada a cambio. La diferencia con los países de América Latina es que no hay corrupción. Pero el Estado es un agujero negro al que se da dinero con cada vez menos resultado. Después de los chalecos amarillos, hubo un movimiento de agricultores. Y también están muy enojados con el Estado. Cada vez más hay más de ellos que dejan ese trabajo. O lo dejan o se suicidan. Es bastante frecuente.

Antisemitismo y genocidio
–En una entrevista que concedió al suplemento cultural del periódico israelí Yedioth Ahronoth usted señaló que el racismo es más fácil de entender que el antisemitismo. Usted dijo: “Ves a un negro y te decís: ‘No me gustan los negros’. Ves a un blanco y te decís: ‘No me gustan los blancos’. Es básico, animal, inmediato. El antisemitismo es más extraño”. ¿Cómo explica el antisemitismo?
–Hay una película que se llama Monsieur Klein, que transcurre durante la Segunda Guerra Mundial. Hay una escena que es bastante curiosa: un personaje es convocado para ver si es judío o no. Le toman una serie de medidas faciales, de diferentes ángulos y después se hacen los cálculos para corroborar si las medidas coinciden con las cifras de lo que se consideraba un judío. Porque no se ve en absoluto si las personas son judías o no. Eso demuestra que es imposible examinar el caso de los nazis sin tener la impresión de una especie de demencia colectiva. Durante mi juventud he encontrado algunos antisemitas y creía que era una broma o que lo hacían por provocación. Tenía miedo de creer que lo pensaban de verdad e incluso ahora me cuesta aceptarlo.
–En estos días el término “antisemita” es un arma arrojadiza. Lo suele utilizar el ministro de Relaciones Exteriores israelí, Gideon Sa’ar, como insulto a quienes no apoyan la ocupación y la masacre de Israel en Gaza.
–Lo nuevo en Francia, que no pensaba que iba a llegar, es que hay cada vez más gente que dice públicamente: “Soy antisemita”. Como si estuviera orgulloso de serlo.
–Le propongo otro término que en los países occidentales y dentro de sus propias sociedades se convirtió en una divisoria de aguas respecto del conflicto en Medio Oriente: “genocidio”.
–Israel es un país muy dividido, casi en el borde de la guerra civil. Hay gente que está a favor del genocidio en Israel, por supuesto. Los ultra–religiosos, ortodoxos, que quieren destruir Palestina. Pero también existe el lado opuesto. Es un país muy dividido. El ambiente es muy violento.
–Usted no es creyente. ¿El ateísmo podría ser un refugio ante las masacres y las guerras por motivos religiosos que vivimos hoy?
–No, no, no. La gente está cada vez más desesperada por ser atea. Lo que observamos en Occidente, es una subida del islam en Europa y, en Francia, el catolicismo también porque el ateísmo trae desesperanza. Yo no soy ateo, soy agnóstico.

El caso Brigitte Macron
–El presidente Emmanuel Macron demandó a una influencer estadounidense por decir que Brigitte, su esposa, era un hombre. Ahora Macron presentará ante un tribunal de Estados Unidos “pruebas científicas” de que su mujer es mujer. ¿Podría ser este episodio de la realidad material literario para usted?
–No lo sabía. Es muy divertido. ¿Qué clase de pruebas? No me lo creo. Me voy a informar y lo voy a verificar pero ni siquiera me atrevería a pensarlo como material literario.
–Pero usted es atrevido. ¿Se siente cómodo cuando la crítica lo tilda de escritor provocador o es un cliché?
–Sí, es un cliché. Porque uno no se da cuenta. Me gusta Bret Easton Ellis. Y antes de venir, leí un pasaje de sus libros. Habla de su pasado y de cuándo está escribiendo American Psycho y le hace leer algunas páginas a su amante, el hombre con el que vivía entonces. Y su amante le dice: “Vas a tener problemas. Pero muchos problemas”. Y él se queda estupefacto. En realidad, era obvio que iba a tener problemas (la novela describe la doble vida de un joven exitoso de Wall Street cuya cara B esconde violencia y sadismo, un retrato que podría ser metáfora de su sociedad). Pero cuando escribís, perdéis un poco la noción de estas cosas. Ni te das cuenta. Porque estás metido dentro y te parece lo normal.
–¿Alguna vez se arrepintió de haber escrito lo que escribió?
–Es tarde. Está escrito, está difundido. No hay nada que hacer. Tenía argumentos para defender lo que escribí en su momento. Pero es mejor callarse. Toda defensa es una forma de mostrarse débil.
Curiosidad por la IA
–¿Le preocupa el debate en torno a la inteligencia artificial y sus alcances?
–No vemos el límite de la inteligencia artificial. Va a crear modificaciones, cambios, que desaparezcan profesiones. Pero falta distancia respecto a la inteligencia artificial. No sé hasta dónde puede ir, no sé decirlo.
–¿La utiliza para algo?
– Como soy de naturaleza curiosa, he intentado hacer escribir historias a la inteligencia artificial. Bueno, ha sido divertido, pero no lo necesito personalmente. No me sirve para nada. No utilizo mi propia inteligencia. Uno no escribe con la inteligencia.
–¿Con qué se escribe?
–No lo sé, pero seguro que con la inteligencia no. Es una mezcla de recuerdos, de esperanza. De emoción. La escritura tiene más que ver con lo pasional que con la inteligencia.