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El peronismo es un rompecabezas desperdigado por la Argentina. Grande, con piezas muy distintas y sin un hilo conductor. Muy atrás quedó el alineamiento de la mayoría sobre un liderazgo fuerte que los abrace. Lo que sucede en el presente es justamente lo contrario. Existe una subdivisión cada vez más marcada del espacio político. Una fragmentación.
A esa realidad indisimulable se le suma un condimento determinante: las elecciones de medio término. A medida que se acerca el momento de las definiciones electorales, tanto a nivel nacional como provincial, ven la luz nuevas grietas que ponen en jaque cualquier intento de unidad mayoritaria. Unirse para ganar tiene un costo y no todos lo quieren pagar.
El caso más trascendente es el de la provincia de Buenos Aires. El divorcio entre Cristina Kirchner y Axel Kicillof parece estar cerca de consumarse. Pero siempre, por la flexibilidad y el pragmatismo del peronismo, queda una puerta abierta hasta el momento que, finalmente, suceden las cosas. Siempre.
En los próximos días el Gobernador debe decidir si desdobla o no la elección bonaerense. En su armado político admiten que si no lo hace, toda la pelea que ha dado hasta acá habrá sido en vano. Que el desdoblamiento es un nuevo golpe – tal vez el más fuerte de todos los que dio hasta acá – sobre la mesa de poder K. Hacer lo que quiere él y no lo que pretende CFK.
Si desdobla, la intención inmediata será posicionarse como el gran elector de la provincia. El principal rival de Javier Milei en una agenda de temas extremadamente delicada, atravesada por muertes y robos que ponen la inseguridad como tema central de la campaña electoral.
El jueves Kicillof le pidió a Milei responsabilidad y lo convocó a trabajar juntos frente al crecimiento de los casos de inseguridad. El Presidente le respondió en la mañana del viernes. Le pidió que renuncie y propuso intervenir la provincia. Construir un acuerdo entre Nación y Provincia parece ser una gran utopía.
En La Plata aseguran que el ministro de Seguridad bonaerense, Javier Alonso, hace varios meses que venía trabajando bien con la titular del ministerio a nivel nacional, Patricia Bullrich. Pero que, de un día para el otro, esa buena sintonía se cortó. “Le bajaron línea de la Casa Rosada y ahora le impiden coordinar acciones con nuestro ministro”, explicaron cerca del Gobernador.
El pedido de renuncia e intervención que realizó Milei provocó lo imposible hasta el momento: la unidad de todo el peronismo detrás de Kicillof. Además de su gabinete, lo respaldó Máximo Kirchner, La Cámpora y CFK, reposteando en sus redes sociales un comunicado del PJ Bonaerense en respaldo al gobernador. Todos con Kicillof. La interna se paralizó por un rato.
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La unidad es momentánea. De un rato. El pedido del Presidente los empujó a darse un abrazo a la distancia. Y se lo dieron. Pero la cercanía circunstancial no cambia la decisión de fondo. Al menos, por ahora. Porque el cambio de era está en marcha dentro de las cuatro paredes peronistas. Si llegará o no a destino es una gran incógnita.
Mientras Kicillof se abre paso en la provincia con señales de autonomía respecto a CFK, en el kirchnerismo trabajan para mantener en un pedestal la figura de la presidenta del PJ. “No se puede organizar al peronismo desde una fuerza provincial. Tiene que ser con un eje nacional y eso solo lo puede hacer Cristina”, reflexionó una legisladora muy cercana a la ex jefa de Estado.
Ese pensamiento flota sobre todo el arco ultra K. La única que puede ordenar al peronismo a nivel nacional es la ex presidenta. Eso creen y actúan en consecuencia. El principal problema que presenta esa idea es que hay rebeliones permanentes a sus órdenes y pedidos. Como si fuera la caída de un dominó, después de la rebelión de Kicillof empezaron a aparecer otros nombres que se sublevaron frente a la conducción de CFK.
El gobernador de La Rioja, Ricardo Quintela, llevó al ámbito judicial la discusión por la presidencia del PJ Nacional. La última semana sacó un comunicado cuestionando la intervención de los PJ de Salta y Misiones, que se decidió en la reunión del consejo nacional del PJ, el último lunes. Asomó la cabeza para tirarle un puñado de reproches a la ex mandataria.
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La conducción dirigencial de ambas sedes partidarias disparó sin rodeos contra la ex presidenta y sus aliados. Hablaron de “golpe institucional” y “autoritarismo” como consecuencia de la intervención. Dividieron aguas entre el peronismo del interior y el kirchnerismo bonaerense. Así lo ven desde el norte del país. Dos peronismos. Dos miradas distintas que conviven cada vez peor.
CFK dio su primera orden en el PJ Nacional y se topó con la primera rebelión. La pequeña historia es muy representativa. A nadie se le hubiese ocurrido desautorizar su palabra en los tiempos de gloria del kirchnerismo, cuando sus máximos dirigentes caminaban los pasillos de la Casa Rosada cada día. Pero el tiempo, las derrotas y la falta de una sucesión cambiaron la historia.
En el último mes, aparecieron dos rebeldes con protagonismo provincial. Los senadores Marcelo Lewandowski y Carolina Moisés. El primero de Santa Fe, la segunda de Jujuy. Dos provincias donde el peronismo está dividido y enfrentado. Donde habrá múltiples listas por la imposibilidad de llegar a un acuerdo integral.
Lewandowski se armó su propio espacio y se alejó del PJ santafesino. Coqueteó con la posibilidad de un gran acuerdo local, pero decidió encabezar una lista propia para las elecciones de convencionales constituyentes. Del otro lado quedó nada menos que La Cámpora, un grupo de senadores provinciales, el Frente Renovador, Ciudad Futura, de Juan Monteverde, y La Corriente, de Agustín Rossi. Volumen político.
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El legislador profundizó un operativo despegue del kirchnerismo, con el que compartió cartel en las últimas elecciones a gobernador. No le bastó que Cristina Kirchner haya dejado saber que lo avalaba para ser el candidato de la unidad. “No quiero ser el maquinista del tren fantasma”, le dijo a los suyos cuando tuvo que explicar la negativa a cerrar un acuerdo con la mayor parte del peronismo.
Moisés intentó negociar con CFK una candidatura de unidad al PJ de Jujuy. El camporismo quería imponer a Leila Chaher. El problema principal con el que se encontraron es que la última interna entre ambas la ganó la senadora. Y, se sabe, en el peronismo lo que vale de verdad son los triunfos. Los votos dan poder. Y si no ganas, discutir lugares siempre es más difícil. Moisés consideró que tenía que ser ella. Después propuso la competencia interna. No hubo acuerdo.
Las negociaciones se rompieron esta semana. La senadora se cansó y pegó el portazo. Las elecciones del PJ de Jujuy serán en noviembre. Mientras tanto, seguirá intervenido. Pero en los comicios legislativos – mucho más trascendente que los partidarios – Moisés competirá con una lista propia. El peronismo jujeño, como en Santa Fe, se rompió.
Los bloques de diputados y senadores de Unión por la Patria (UP) están atados con alambres. Mantenerlos unidos será una tarea muy difícil para Germán Martínez y José Mayans. Hay choques de intereses cada vez más seguidos debido a las votaciones en el recinto o la organización en las provincias, en la antesala de las elecciones. La falta de un liderazgo que unifique esas posturas le da lugar a la multiplicidad de conflictos. Los acuerdos son muy dificultosos.
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En el Senado hay un grupo de legisladores que tiene en carpeta armarse un bloque propio y dar el salto hacia fuera del esquema que domina el kirchnerismo. Si lo concretan, será una fragmentación más. Quizás no sea tan abrupta. Porque algunos de los involucrados piensan en la posibilidad de hacer un interbloque. Dependerá de las últimas diferencias que florezcan.
Similar es la situación en la Cámara baja, donde el bloque ya se partió el año pasado, con la salida de los legisladores tucumanos que responden al gobernador Jaldo. Hay una permanente tensión entre un grupo autodenominado “Federales”, que están alejados de CFK desde hace tiempo, y el kirchnerismo duro. No hay piel.
Las elecciones de este año serán un hito importante en el proyecto futuro del peronismo. Los nombres que jueguen, los que no lo hagan, los ganadores y los perdedores. Cada uno de esos detalles irá construyendo un nuevo mapa de poder. Y a partir de ese momento cada actor tendrá que decidir en qué equipo juega.