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domingo, julio 13, 2025

Mirar el celular de otro y buscar cosas difíciles: cómo hackear al algoritmo para evitar que el sistema elija por nosotros

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Visitar siempre el mismo bar. Ubicarse en la misma mesa y degustar el mismo café con la tostada de siempre, sin que el mozo te pregunte cuáles son tus preferencias. La rutina puede resultar cómoda hasta que un día cae la ficha: ¿quién decide? La escena, que simula la pérdida de autonomía en nuestras decisiones cotidianas, ilustra la forma en que actúan los algoritmos en las redes sociales: evitan el esfuerzo de elegir, pero también impiden la posibilidad de cambiar.

La apertura de la caja de Pandora despierta interrogantes: ¿hasta qué punto somos libres en un mundo donde todo parece sugerido? ¿Cómo recuperar la conciencia y el control de nuestras elecciones? ¿Cuántas veces creemos que estamos “eligiendo”, cuando en realidad estamos aceptando una sugerencia que nos llegó con timing quirúrgico?

Es que en un mundo donde la inteligencia artificial (IA) gana cada vez más terreno, el algoritmo se configura como un monstruo con conciencia propia que fabrica realidades, moldeando consumos e identidades. En otras palabras, simboliza un conjunto de instrucciones que aprenden a partir de las propias acciones. En esta dinámica, lo que a uno le gusta pierde valor porque aquello que uno visualiza, clickea, pausa, repite o descarta pasa a primer plano.

Es como si cada persona tuviera un doble invisible que toma nota todo el tiempo: qué hora del día estás más activo, con qué tipo de contenido te detenés, a qué cosas reaccionás con un “me gusta”, qué ignorás sin darte cuenta. Y ese doble empieza a elegir por vos: filtra contenido y ordena el menú. Así lo entiende Joan Cwaik, conferencista especializado en tecnologías emergentes y autor de “El algoritmo ¿Quién decide por nosotros?”.

¿Dónde reside la trampa? “En creer que seguimos siendo autónomos, cuando en realidad estamos cada vez más programados para reaccionar. El algoritmo optimiza tu atención, tu ansiedad y tu impulso. Si no te detenés a pensarlo, podés pasar años tomando decisiones que en realidad fueron provocadas por otra lógica, más invisible, pero mucho más eficaz”, explica Cwaik, divulgador tecnológico y master en Administración de Empresas del IAE Business School de la Universidad Austral.

Joan Cwaik es conferencista especializado en tecnologías emergentes y autor de “El algoritmo ¿Quién decide por nosotros?”,
Joan Cwaik es conferencista especializado en tecnologías emergentes y autor de “El algoritmo ¿Quién decide por nosotros?”,

El sistema algorítmico empezó a tomar fuerza entre 2011 y 2014, cuando las grandes plataformas (Google, Facebook, YouTube, después Instagram) aplicaron una táctica: dejaron de mostrar lo mismo para todos los usuarios para personalizar los contenidos. Lo que antes era una plaza pública pasó a ser un feed hecho a medida.

«El giro fue silencioso, pero extremadamente radical porque ya no competís con otros por atención sino que te enfrentás con vos mismo, con tu propia versión de ayer. En esta dinámica, las tecnológicas encontraron el modo perfecto de mantenernos conectados, predecibles y consumiendo. Sin dudas, los sistemas aprenden a leernos mejor que nosotros mismos”, advierte Cwaik.

Y reflexiona que «el problema no es que el algoritmo funcione mal, sino que funciona demasiado bien» porque su objetivo es ofrecer lo que más retiene la atención. En diálogo con Clarín, Cwaik ofrece 5 estrategias para hackear al sistema y poder ejercer nuestra voluntad, sin responder a estímulos ni seguir un guión preestablecido.

1. Cambiar lo que buscás para que se modifique lo que ves

El algoritmo no es un oráculo ni un espía muy sofisticado: es un espejo del pasado reciente. Aprende de lo que hiciste, no de lo que podrías hacer. Por eso, si todos los días clickeás lo mismo, reaccionás igual, te detenés en los mismos estímulos, lo que ves se va cerrando como un embudo. Te va rodeando de versiones distintas del mismo contenido. De a poco, te deja sin mundo exterior.

Una forma real de romper esa lógica es buscar activamente cosas que no te definen. No lo que te gusta, sino lo que todavía no conocés. «Por ejemplo, si te gusta ver política, mirá ciencia. Si te encantan los memes, probá seguir medios culturales. No para cambiar tu identidad, sino para estirar los bordes», invita. El algoritmo funciona como un perro entrenado: si siempre se le tirá el mismo palo, siempre lo va a traer. «Tenés que sorprenderlo vos primero. Ahí empieza el primer desvío», afirma.

2 . Dejar de scrollear como reflejo automático

El acto de scrollear dejó de ser una decisión. Es un movimiento automático que se activa cuando hay vacío, espera o aburrimiento. «Lo hacés sin darte cuenta: en la cola del súper, cuando el semáforo tarda, mientras alguien más habla», advierte el divulgador.

Pero cada uno de esos momentos es una oportunidad que el algoritmo aprovecha para seguir moldeando lo que ve como “perfil” del usuario. Y el perfil se vuelve una trampa: cuanto más parecido uno es a sí mismo, menos margen tiene para cambiar. Por eso, más que dejar las redes, se trata de recuperar el gesto de usarlas con intención. «Entrar porque querés buscar algo, no porque no sabés qué hacer con tus manos. Hacer scroll como quien hojea un diario, no como quien frota una lámpara para que salga algo que lo entretenga. Si no hay intención, hay repetición. Y la repetición es la materia prima del algoritmo«, explica.

3. No elegir siempre lo que engancha, sino lo que deja algo

Las plataformas digitales están diseñadas para premiar lo inmediato: aquello que atrapa en los primeros segundos y no requiere contexto, esfuerzo ni reflexión. Por eso, el contenido que más se viraliza suele ser el más liviano. «No está mal divertirse, pero si solo consumís cosas que se entienden en dos frases, tu pensamiento se va volviendo cada vez más chato. Hackear el algoritmo también es entrenarse a no elegir siempre lo que más rápido te da satisfacción», señala Cwaik.

Es como comer: si uno solo come snacks, el cuerpo lo va a terminar pagando. Y si solo se consumen estímulos fáciles, la cabeza también. «Una vez por día, por semana o por mes, hacete el favor de mirar o leer algo que no sea inmediato. Un contenido que tarde en arrancar, que no sea viral y que no te diga todo de entrada», recomienda.

4. Usar el algoritmo de otros como atajo para salir del tuyo

Cada persona vive en un mundo digital distinto, aunque use las mismas plataformas. Lo que a uno le aparece en Instagram o TikTok es una versión hecha a medida según sus clicks, sus pausas y sus hábitos. Eso, que parece cómodo, es peligroso. Porque nos encierra en microclimas: una especie de burbuja invisible donde todas las ideas nos suenan familiares.

Una forma muy sencilla de salir de esa burbuja es compartir el algoritmo con otros. «Literalmente: mirar el feed de un amigo, dejar que alguien te muestre lo que le aparece, intercambiar celulares unos minutos. No se trata de grandes debates, sino de algo más básico: ver otros mundos posibles. Antes compartíamos diarios, programas de radio o la TV del living. Hoy cada uno vive en su propia pantalla. Hackear esa lógica es recuperar algo colectivo que se perdió en el camino», explica.

5. Prestarle atención a cómo te sentís después de estar online

«El algoritmo no sabe si algo que viste te hizo bien o mal. Solo interpreta que, si te quedaste viéndolo, es porque te gustó», describe el autor. Y ese supuesto puede ser muy tóxico. Porque uno puede quedarse por morbo, por adicción, por ansiedad. Entonces, cada vez que algo atrapa desde lo negativo, el sistema lo entiende como un éxito y lo vuelve a mostrar.

Por eso, es clave hacer una especie de chequeo emocional después de estar conectado. No tanto por moral, sino por salud mental. «Preguntarte cómo te dejó eso que viste. ¿Te sentís mejor? ¿Te inspiró? ¿Te dio ganas de algo? ¿O te vació, te drenó, te hizo sentir menos? Esa pregunta sola es una forma de romper el ciclo. Recordá: lo que el algoritmo no puede leer es cómo vivís vos lo que consumís. Y esa diferencia, entre lo que impacta y lo que importa, solo la podés registrar vos«, enfatiza.

Redacción

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