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martes, febrero 11, 2025

«Mita y mitad: mita conocimiento, mitad buen gusto»

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El encuentro con esta «gema» de nuestra ciudad fue peculiar. Durante años, pasé por la puerta y siempre atiné a mirar su estilo de casa colonial y su pequeño cartel colgante «Mita y mitad» pero como mucha gente, me habitué a ir siempre a los mismos lugares.

Ese día, me encontraba decidida a buscar «la pizza», pero me preguntaba dónde podía encontrarla, dado que era martes por la noche. Sabemos que, si bien hay variadas propuestas de pizza en la ciudad, es difícil encontrar una pizzería abierta antes del jueves. Aun así, no quería resignarme a cambiar el menú, y sabía que alguna propuesta de mi agrado iba a hallar.

Comenzamos a dar vueltas, las pizzerías que conocíamos permanecían cerradas y oscuras y cada vez nos alejábamos más de casa. Entonces, decidimos pasar por el silencioso lugar a «echar un vistazo», como quién dice. Cuando bajé del auto, de repente, sentí ansiedad de arribar a la puerta, sin saber por qué.

Un pequeño cartel citaba: «Entrar por el pasillo». Entonces, por el pasillo angosto rodeados de plantas de un verde vívido y un estilo colonial que me daba la bienvenida, vino bailoteando hacia mí, un intenso aroma a pizza. De pronto, vislumbré a través de la ventana enrejada, a dos hombres.

Uno de ellos capturó mi especial atención por vestir completamente de blanco; pensé «me recuerda a los pizzeros italianos». Al entrar, lo primero que divisé fue un enorme cartel con llamativos colores, era un cartel publicitario. El lugar era verdaderamente acogedor, y su propietario, se encontraba sentado en una silla con una pequeña mesa, al mejor estilo cafetín de Buenos Aires.

Había un gran ventanal detrás de él, donde podía verse un jardín interno. Nos recibió amablemente y con una gentil sonrisa me ofreció un volante para elegir el tipo de pizza. No sabía hasta ese momento, que preparaban empanadas también.

En el lapso de lo que habrán sido unos 10 minutos de espera por la «napolitana»; Leandro, nos mostró distintos rincones de su casa y nos contaba acerca del camino transitado, de la cantidad de empleados que llegó a tener el establecimiento, y de cómo desarrolló este emprendimiento con la participación de su amigo Carlos, el cocinero, a quien llamó a la hora de tomarse la foto remarcando la importancia de su presencia a nivel personal y fundamental en el emprendimiento.

«Nos dimos cuenta de que laburábamos bien juntos así que decidimos comenzar» dijo. Reconoció haber vivido una vorágine en su momento con el emprendimiento: «Llegamos a tener 2 telefonistas, 30 empleados, fue un montón». Con un aire cansado, reconoció estar a gusto con un ritmo menos caótico y horarios más acotados. Nos recomendó sus empanadas y dijo con un tono altivo casi porteño «mirá, las empanadas con buenos rellenos y masas finitas, las vas a encontrar acá, somos los únicos que las hacemos».

Regresando a casa con mi estuosa caja de pizza que decía Mita y Mitad, puse la mesa más rápido de lo habitual. Degusté lo que es a mi entender, un producto grandioso, podía percibir en cada bocado, la calidad de la materia prima. La gustosa preparación de la masa, la delicadeza del corte de los tomates, la salsa natural, el queso realmente sabroso, y el amor depositado en los tiernos ajos picados finamente.

Fue un festín, sin ninguna porción de sobra que sea testigo de mi satisfacción. Las proporciones eran en mi opinión, justas. Existía un completo balance, y para los que somos partidarios de ello, no había nada que pudiera mejorar el producto.

A los pocos días, volvimos por las empanadas. Leandro me mostró su cocina envuelta en sartenes de variados materiales, que se encontraban impecables por dentro. Guardaba en su frigorífico variados quesos, y remarcaba la importancia del estacionamiento de los mismos. Me resultó inevitable mirar en una gran olla «Essen» que burbujeaba solitaria en la cocina, la preparación de una salsa picante a la que calificó como «una salsa difícil de oler» a causa de su rebelde sazón.

Me contó un poco más de su historia, rememorando el hotel de su abuela a través de fotos que permanecían en el lugar, y diciendo con nostalgia «yo me crié en la cocina; imaginate que cuando los cocineros hacían caramelo, me lo ponían en la mesada».

Lo terminé de comprender todo, a través de sus empanadas, haciendo énfasis en la empanada salteña con carne cortada a cuchillo … ¡Qué deleite!

Leandro remarcó el entendimiento y la importancia del buen gusto en la cocina. En sus firmes palabras se percibía, de qué manera él cree en su proyecto, cree en el trabajo de su cocinero, cree en la buena gastronomía y luego junto con Carlos, lo crean.

Sin dudas, son estas propuestas las que me impulsan a seguir creyendo en nuestra gastronomía. Siempre refuerzo en mis textos, la importancia de hablar a través de la comida, y este emprendimiento, ha sabido cómo hablarme. Gracias Mita y Mitad por deleitarme con tus sabores.

Redacción

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