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domingo, mayo 11, 2025

Montevideo Sonoro, el fenómeno musical que agota entradas con la invitación más sencilla: salir a caminar

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Daniel Machin, Sebastian Casafua y Carlos Dopico
Carlos Dopico, Daniel Machín y Sebastián Casafúa, la base que hoy lidera Montevideo Sonoro.

Foto: Darwin Borrelli / El País

De caminar. De juntarse con extraños, ponerse unos auriculares y caminar. De escuchar canciones, entender qué tienen para contar las canciones más allá de lo evidente. De ponerlas en su lugar: en perspectiva, pero también en territorio, en esta calle, contra aquel muro, en aquella esquina. De correrse el velo. Durante dos horas de una tarde cualquiera, de perderse: para encontrar algo nuevo en esta ciudad tan nuestra, y a veces tan desconocida. De eso, quizás, se trata Montevideo Sonoro, la última versión de un proyecto que, dicen sus hacedores, siempre marcha a su propio tiempo.

Hoy, Montevideo Sonoro es una experiencia inmersiva / una radio ambulante / una película en movimiento. Es un paseo guiado por el comunicador y artista Carlos Dopico, que comanda una recorrida por cierto barrio mientras 120 personas con auriculares lo siguen, lo escuchan, peregrinan junto a él.

Dopico, hilando las canciones que reproduce el músico Sebastián Casafúa desde un celular, construye una suerte de relato social e histórico con la música uruguaya como hilo conductor. La Hermana Menor, Samantha Navarro, Níquel y Fabián Krut pueden fundirse en los recovecos del Parque Rodó. Los Olimareños, Contra las Cuerdas y Jaime Roos pueden entrelazarse vagando por Barrio Sur. La voz de Malena Muyala en una letra de Fernando Cabrera puede convertirse en brisa fresca mientras se pasa por el Rosedal.

“Es la red de la canción”, dice Daniel Machín, comunicador, gestor cultural y piedra fundamental de Montevideo Sonoro, una tarde sobre un ventanal que da a la Peatonal Sarandí. Es la música como lugar de encuentro, dirá después. Es esa fuerza que lo encendió todo.

En 2014, Daniel Machín y Gabriel Bentancor, dos canarios, trabajadores de la cultura, melómanos y sobre todo amigos, empezaron a pensar qué más podían hacer para escaparle a la rutina. Un día, mientras paseaba al perro por las calles de Palermo, Machín se dio cuenta de que la canción “Siestas de mar de fondo”, de Eduardo Mateo, era el retrato certero de un lugar y un tiempo, el extracto del sopor del verano. Ese hallazgo se combinó con cierta inquietud por una entonces novedosa movida de intervenciones urbanas que empezaban a incorporar el uso del código QR.

En el origen, Montevideo Sonoro fue eso: un proyecto de stencils que iban a localizar en Durazno y Yaro, Durazno y Convención, calle Yacaré. “Un chiste”, dice Machín, “que nos pasó por arriba”.

Sebastian Casafua, Daniel Machin y Carlos Dopico
Sebastián Casafúa, Daniel Machín y Carlos Dopico, detrás del proyecto Montevideo Sonoro.

Foto: Darwin Borrelli / El País

Eso dio paso a un sitio web para georreferenciar, sobre un mapa, unas 50 canciones alusivas a distintos rincones. Lo estrenaron en 2015 y otra vez, la ola: recibieron tantos aportes, tantas músicas, que rápidamente superaron las 100 y empezaron a pensar en otro soporte. Así nació el libro, Montevideo Sonoro. La vuelta a la ciudad en 300 canciones.

Pero en 2021 murió Bentancor, en un accidente de tránsito, y entonces, dice Machín, el proyecto hibernó.

Dos años antes, Casafúa había editado Caudillo, su último disco, que tuvo que trabajar esencialmente con auriculares: tenía dos hijos chicos y el silencio, en ciertas horas, era absoluta prioridad. Esa experiencia atípica le permitió disfrutar de otra forma los detalles, las sutilezas de la canción, cada uno de sus bordes.

El entusiasmo devino en una asociación para importar auriculares y finalmente en Domo Silent, hoy una productora de eventos silenciosos y proveedora de tecnología inalámbrica de alta definición. Propusieron acciones de yoga, desarrollaron tours de terror con Guillermo Lockhart de Voces Anónimas y en algún momento de ese periplo, Casafúa, leyendo y fascinándose con el libro de Montevideo Sonoro, llamó a Machín. Le dijo: “Tenemos que hacer una caminata con las canciones”. Recibió una respuesta medio esquiva. Dos años después, insistió: “Daniel, ya está”.

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Montevideo Sonoro durante un recorrido por Barrio sur.

Foto: Marcela Martínez / Un Click

Se juntaron una tarde de febrero de 2024, el mismo mes que había dado origen a aquella canción que inspiró la primera edición del proyecto, y resolvieron convocar a Carlos Dopico. Ellos tres son el corazón de esta nueva versión de Montevideo Sonoro, que se inauguró en agosto del año pasado y, hasta ahora, no ha dejado de agotar entradas. Esta semana sumó un doble sold out: el jueves en Ciudad Vieja en horario after office, y ayer en doble turno en el Prado. La Junta Departamental lo declaró, por iniciativa propia, proyecto de interés. Ahora van por agotar la doble fecha del 31 de mayo en Barrio Sur. Antes, el 22, harán una edición especial, única, atravesada por la memoria. Convoca la Secretaría de Derechos Humanos para el Pasado Reciente.

De caminar. De juntarse con extraños, ponerse unos auriculares y escuchar canciones, entender qué tienen para contar las canciones más allá de lo evidente. De ponerlas en su lugar. De perderse. ¿De qué se trata este nuevo fenómeno que va tan a contramano de estos tiempos?

Montevideo Sonoro: «La música como lugar de encuentro»

Cuando comienza cada paseo, Carlos Dopico explica algunas ideas básicas, cuenta brevemente la historia de este proyecto y, en algún momento, dice que se puede tomar fotos, hacer videos, dejar registro, pero que la invitación es a olvidarse de que existe el celular. En ese sentido, Montevideo Sonoro (que ya está pensando en cómo ramificarse) abre un paréntesis en un mundo de ruido, de exposición y de velocidad: es una experiencia a la que se puede ir solo, que implica salir a la calle, estar al aire libre, conectar con las huellas de los barrios —hoy tan diluidos en la transformación de la ciudad— estar en silencio, escuchar, recibir.

“Hay una cosa que está en el principio del proyecto y es que con Gabi primero lo empezamos a hacer como un juego, obviamente, y después como un encuentro. La música era el lugar donde nos encontrábamos, saliendo de nuestra rutina, para escapar de eso que siempre era ‘¿viste el disco que salió?’, ‘¿viste quién va a tocar?’”, dice Machín. “La idea fue hacer una actividad extra y la única premisa era la música. Y yo creo que parte de esa idea de la música como lugar de encuentro se mantiene. Cuando vas a los paseos, la gente se va muy contenta con esa idea de colectivo, con el estar en la ciudad disfrutando del momento, sin ninguna otra expectativa”.

Otro logro del proyecto, dice Dopico, es que “logra abstraerse del eslogan vacío”. “Es verdaderamente una construcción colectiva, de verdad estamos haciendo una narración histórica con todos los que participan. Por supuesto que hay una base muy grande que es la que nosotros proponemos de antemano, pero después se va complementando y de alguna forma se ratifica el relato”, dice el ex Canal 12 que también es músico y artista circense. Por el arte, para el arte, ha sabido colgarse cabeza abajo y tocar el piano en esa posición, o ejecutar un acordeón caminando sobre una cuerda tensa, pero nunca había combinado sus dos facetas —la escénica y la de la comunicación— de esta manera.

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Montevideo Sonoro durante un paseo por Ciudad Vieja, en la nochecita del jueves 8 de mayo.

Foto: Leo Barizzoni

“Narrar la música de esta manera, en un universo intrauricular, para mucha gente, requería conjugar esa cosa que yo nunca tuve mucho. Yo no soy un presentador cautivante de programas de entretenimiento», dice Dopico. «Yo soy más bien una cosa muy de nicho: no soy un tipo que hable fácil para muchas generaciones. Entonces esto implicaba un desafío”.

Para Dopico, el dato más llamativo de esta versión de Montevideo Sonoro tiene que ver con su carácter transgeneracional: los paseos abarcan todo lo que cabe entre niños de cuatro o cinco años y adultos muy mayores. “Eso todavía me rompe la cabeza, porque trato de proyectarlo a otras experiencias culturales y no sé si caben tantas con esa universalidad. Y es caminar por la calle, no es nada más que eso”, dice. Sabe que su cara no siempre refleja la satisfacción que le produce, al final del recorrido, reparar en un niño y ver que todavía está cantando, que su atención estuvo ahí, en la vivencia, durante una hora y 40 minutos.

Montevideo Sonoro también tiene algo de activador. Casafúa confiesa que ahora, cuando va al gimnasio, ya no escucha a Deftones sino a Zitarrosa. Dopico piensa que esto contribuye a la apropiación social, a —por más idílico que suene— cierta curación de los territorios. “Nadie lo menciona, ya está por fuera de las noticias, ni siquiera está en los programas escolares eso de cómo se conforma tu barrio, de dónde viene la gente, cuán obreros eran, qué música traían, qué elementos. Nos ha pasado con gente que decía: ‘Viví toda la vida acá y nunca entendí esto’, ‘nunca supe’ o ‘vivía con cierto desdén el barrio porque no terminaba de permearme, pero ahora tengo una información que no tenía’. Y eso ya nos trasciende”.

Coinciden, los tres, en que la canción tiene una artimaña. Tiene una capacidad de registro histórico, de inmortalidad, de trascendencia, que no solo abriga al que se acerca sino que le da cosas, lo involucra, lo hace parte. Y quizás hay algo de eso. No se sale igual de Ciudad Vieja después de escuchar “Ismael” de Eté & Los Problems a minutos de haber visto en vivo y en directo a uno de los personajes que la surcan, como tampoco es lo mismo el Jardín Botánico cuando Mario Benedetti está ahí, casi susurrándonos en el oído: “Después de todo el secreto es mirar hacia arriba / Y ver cómo las nubes se disputan las copas / Y ver cómo los nidos se disputan los pájaros”.

Montevideo Sonoro
Montevideo Sonoro.

Gentileza: Daniel Machin

Redacción

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