Es actriz pero también, mucho más que “hija de”. Y aunque los estigmas en algún momento le hayan costado caros y postpandemia sufrió una “crisis vocacional” que la llevó a reinventarse como directora de cine (estudia en la escuela de Eliseo Subiela), Mora Peretti (22) continúa su genuino derrotero actoral. Ese que comenzó a sus diez años, que la llevó a la pantalla chica con Buenos Chicos y en el que aprendió a superar los noes de decenas de “castings frustrados”.
Lo que puede sonar a privilegio por portación de apellido, ella lo vive sin dramas pero, por sobre todo, con naturalidad. Nació cuando Diego Peretti (62) brillaba en la segunda temporada de Los Simuladores y recién se dio cuenta del reconocimiento familiar cuando, en un examen de ingreso al Buenos Aires, sintió más miradas de lo usual y escuchó por lo bajo: “Ella es la hija de Peretti”.
Hoy, mientras se prepara para las nuevas funciones de El Juego, la saga teatral de una maldición que persigue a una familia (que retoma en junio), su parte más lúdica y experimental la empujó a una nueva aventura. La de protagonizar una campaña de moda. Pero no lo hizo sola, ya que su copiloto como modelo fue nada menos que su padre. En su primera producción juntos, además de jugar –algo que siempre le aconsejó él–, se entregaron a una conexión única, que mezcló estilo y legado.

“Nunca lo había visto posar. Era otro Diego. El Diego galán que yo nunca había visto”, lanza Mora en una íntima conversación con GENTE. La propuesta surgió cuando Parfumerie los convocó para ser cara de un shooting por el Día del Padre. Mora no lo dudó pero no estaba segura de poder convencerlo a Diego: “A mí me copa todo lo que sea moda, estilo y expresión. No lo exploro a fondo pero cuando me llamaron pensé: ‘Ojalá quiera hacerlo’”. ¿La motivación? “Tenía muchas ganas de compartir eso con él. No sólo por el laburo, sino por lo que se podía generar entre nosotros”.
Además, revela con soltura, “también era una manera de tener un material juntos muy copado”. La propuesta a su padre fue en medio de sus demandantes ensayos de El jefe del jefe (con Fede D’Elia; de hecho, Mora es muy amiga del hijo de aquel actor, Teo D’Elia), así que dijo que sí, pero debieron programar las fotos un fin de semana para que el compromiso pudiera entrar en agenda.
“Al final fue una experiencia muy divertida. Yo tenía miedo de que la pasara mal o algo así, así que fui con la idea de cuidarlo”, explica casi maternal. Y ahonda sin vueltas: “Estaba temerosa hasta que el calor lo irrite… sentía mucha responsabilidad porque él se copó para hacerme la gamba”.

La intimidad de la producción de fotos y la pasión de Mora por revisitar las películas de su padre
Para Diego Peretti, hacer una producción de moda no era lo habitual. Pero se dejó llevar por su hija, que tenía la convicción de que iba a salir bien. “Él venía de ensayar muchísimo, estaba cansado. Yo sentía como si tuviera que cuidarlo. Estaba pendiente de que la pase bien”.
La producción arrancó con Diego solo, algo cruzado de horarios pero totalmente presente. Después llegaron las placas juntos. “Fue hermoso verlo posar. Yo no había nacido cuando él era galán, así que esto fue como una especie de revival. Lo veía acomodarse, hacer caras, y pensaba: ‘wow, este tipo es mi viejo’”.
Su primera colaboración juntos también la lleva a revelar que, si bien nunca lo vio encarnar esos roles por los que el público admira tanto a su padre, ella y sus amigos suelen revisitar sus comedias más divertidas y, por supuesto, su gran hito, Los Simuladores.
“Me encuentro un día a la noche, tomo un vino y veo Tiempo de valientes. Me divierte muchísimo. Y la persona que está ahí es mi papá”, lanza Mora con orgullo. Mientras que acerca de la primera miniserie argentina antes de las plataformas (también dirigida por Damián Szifron), explica: “Es parte de la iconografía local. Yo no puedo dimensionar del todo lo que fue, porque nací cuando ya estaba la segunda temporada… pero lo veo y me cago de risa. Digo: la puta madre, háganme un spin-off”.

El lenguaje silencioso del amor: entre la herencia y el camino propio
“Estuvimos mucho más cerca en estos últimos años. Empezamos a tener conversaciones más profundas. No somos pares, pero casi. Yo crecí, maduré, y creo que eso hizo más fácil que él sea mi papá… y que yo pueda ser su hija”, señala acerca del especial vínculo que los une.
Diego es, para ella, “un mentor y un guía”. Alguien que no impone, pero ilumina: “Nunca me empujó a actuar. Tampoco me frenó. Me dejó ser. Me dejó elegir. Y eso fue confuso al principio, pero hoy lo agradezco infinito”.
¿El gran consejo que recibe de Diego entre tantos castings frustrados y que siempre la devuelve al centro? “Ir a jugar. Y si gustás, genial. Y si no gustás, no pasa nada; va a haber otros juegos que te gusten más a vos también”.
Mora sabe lo que implica llevar el apellido Peretti. Pero también aprendió a soltar esa mochila: “Obvio que me encantaría tener la carrera que tiene mi viejo. El respeto que le tiene la gente. La cantidad de laburo. Pero yo no siento que ya esté adentro del medio. Todavía no. Estoy haciendo mi camino, y me lo estoy ganando desde otro lugar”.
“Por mucho tiempo pensé que tenía que estar a su altura. Hoy entendí que él lo único que quiere es que yo sea yo. Con eso ya alcanza”. Así define su crecimiento y cómo puso en su lugar las cosas gracias a años de terapia.
Y también lo mostró sin palabras: compartiendo planos, miradas y risas. Diego se prestó al juego porque vio en Mora algo que le entusiasmó. No un capricho, sino una búsqueda genuina, sensible, artística. “Fue un regalo. No sé si haríamos una película juntos, pero sí algo escrito por mí, algo distinto. Sin forzar nada. Solo por el placer de crear”, anticipa la joven.

Ser una Peretti emocional, entre las luces y el corazón
Mora admira a su padre, pero no lo idealiza. Lo reconoce humano, con contradicciones, con ideas distintas a las suyas. “Pensamos muy distinto muchas veces. Pero hay algo de fondo que compartimos: el sentido del humor, el amor por lo que hacemos, y la forma de mirar el mundo con cierta profundidad”, revela sincera.
Lo dice sin solemnidad. Su carta natal la delata: es de Aries, con ascendente en Escorpio y Luna en Cáncer. Fuego y agua. Instinto y emoción. Ella misma lo pone así cuando explica cómo vivía aquella intensidad de más chica: “Yo soy muy emocional. Me agarraban ciertos ataques emocionales que sentía un montón y no los podía expresar”. Y así es también su vínculo con Diego: visceral, inteligente, lleno de pausa y ternura.
La campaña fue apenas una excusa. Lo importante fue lo que no salió en las fotos: ese gesto de cuidado, esa complicidad sin filtro. Ese momento donde un padre y una hija jugaron a ser modelos y terminaron dejando al descubierto lo más real de todo. “Él se copó porque vio que a mí me divertía. Y eso me mató de amor”, cierra entusiasmada con este presente en el que la luz los enfocó a ambos. Y juntos.

Agradecemos a Javier Furgang (The Remake)