
Foto: Leonardo Mainé / El País
La versión en vivo de «Segundos platos» arranca con una clave de candombe, ejecutada solo con la batería de Martín Vargas, mientras todos sus compañeros de banda se van acoplando a la canción. El sábado, en una noche caliente en el Antel Arena, es el único puente musical directo y explícito que se puede encontrar entre Morat y Uruguay. El resto es, como siempre, una historia de amor.
Morat, la banda que se fundó en 2011 en Bogotá, saltó a la fama cuatro años después por una colaboración con Paulina Rubio y hoy acumula featurings de perfil alto —de Juanes a Camilo y Duki—, shows en grandes escenarios y hasta un tema que se volvió parte del cancionero de la cumbia del Río de la Plata («No se va«, en versión de La T y la M), volvió a Montevideo para repetir una costumbre: agotar entradas.
Para cuando termine este domingo, el cuarteto colombiano habrá hecho dos veces su ritual de pop, rock y energía frente a una multitud que llenó el Antel Arena —como en 2021, como en 2023— por pura voluntad. Morat no es el tipo de proyecto que lidera los rankings de Spotify ni las tendencias virtuales, ni necesita de ajetreadas rondas de prensa para promocionar aquí sus giras. Esta vez, en Uruguay, ni siquiera hizo falta brindar una sola entrevista: su público no le pierde pisada.
El show del sábado en el Antel Arena fue un reflejo de ese cariño que se hizo notar desde la primera vez, cuando el grupo debutó en estas tierras en 2018 y colmó dos veces el Teatro de Verano. Quienes los vieron entonces tienen claro cómo ha evolucionado su propuesta, que ahora es una articulación de pantallas, escaleras, luces y cámaras que sirve de base y respaldo para desplegar la música, el encanto, la energía.

Foto: Leonardo Mainé / El País
A lo largo de la noche, los Morat —Martín Vargas en batería, su hermano Simón en bajo y bailes desenfrenados, Juan Pablo Isaza en guitarra y Juan Pablo Villamil en banjo, ukelele y guitarra; todos cantantes— preguntan una y otra vez cómo está la energía. El foco de su show está puesto en eso: en que nunca nada decaiga, en no darle al público ni un segundo para distraerse o parpadear.
Las canciones, que cubren sus cinco discos de estudio, se funden y encadenan, haciendo indistinguibles los finales. «Faltas tú», «Cómo te atreves», «506» con una explosión de serpentinas, «A dónde vamos» y «Me toca a mí» avanzan una tras otra como si la misión fuera no dar tregua. Para cuando termina «Porfa no te vayas» pasaron, quizás, 20 minutos, y el público ya está completamente a sus pies.

Foto: Leonardo Mainé / El País
Respaldados apenas por dos músicos más que cubren teclados y guitarras eléctricas, los Morat son certeros en cada paso. Su repertorio, un tejido de letras de amor y desamor inspiradas en asuntos universales —los pendientes, la pasión, los sinsabores, los consejos, lo que hubiera sido—, es esencialmente de pop rock vibrante, con una fuerte impronta del banjo, apariciones de pinceladas muy puntuales que van del reggaetón a rozar el metal y arreglos corales que invitan al constante canto colectivo, una invitación que el público uruguayo acepta de brazos abiertos. Durante alrededor de dos horas, la multitud grita con entusiasmo parejo canciones antiguas, nuevas, populares, escondidas.
Cuando Isaza queda solo con el piano y recibe a una fanática que se presenta como Belén y que pedía, a través de un cartel, el tema «Di que no te vas«, de su primer disco Sobre el amor y sus efectos secundarios (2016), esa fidelidad queda en evidencia. Un coro amable y masivo acompaña la emoción de la elegida y subraya, un poco, de qué se trata la experiencia de la música compartida.

Foto: Leonardo Mainé / El País
Después, como para corresponder la emoción, empieza «No te vas» y el público se embarca en una acción organizada por los clubes de fans que distribuyeron, según los sectores del Antel Arena, cuadraditos de celofán rojo, amarillo, azul, para cubrir los flashes del celular y formar, así, una bandera de Colombia. El resultado se vislumbra a medias, pero es suficiente para que, desde el escenario, los Morat lo reconozcan, sonrían, agradezcan. Entre el público, como ha sucedido toda la noche, amigas se abrazan, otras se filman para inmortalizar el momento, brazos se levantan, una madre no le quita los ojos de encima a su hija para guardarse cada facción de su alegría, una pareja se canta sin soltarse de la mano.
En el fondo, todo lo que pasa en un show de Morat en Uruguay —las canciones, los gestos, lo que le dicen al público, lo que este le devuelve— se resume a eso: una historia de amor escrita a su propio tiempo.

Foto: Leonardo Mainé / El País

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