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domingo, octubre 5, 2025

Mundos íntimos. Comunidad Tierra, una experiencia de origen cristiano donde mis padres crearon un lugar único en el que me crié.

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En ese lugar transcurrió la mayor parte de mi vida. Aquí comienza el relato sobre la Comunidad Tierra, al principio con datos aportados y documentados y luego a partir de mis vivencias. Soy el segundo de ocho hermanos, tres varones -uno nos ilumina desde el cielo- y cinco mujeres; sí ocho hermanos… Los tres primeros nacimos en la casa familiar ubicada en Beccar, San Isidro, Provincia de Buenos Aires. Nuestros padres: Delia Amalia Puiggari (Beiby) y Claudio Víctor Antonio Caveri (papá).


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Esa casa, destacada por una publicación especializada, tenía toda la influencia del movimiento arquitectónico denominado moderno que papá traía consigo como joven profesional recién egresado. Corría el año 1951, los primeros tiempos pasaron tranquilamente, nació la primera hija y poco antes de mi nacimiento en, 1957, papá estaba construyendo la actual parroquia de Fátima en Martínez, ícono de la arquitectura argentina, y al mismo tiempo en casa recibían amigos, matrimonios que compartían un ideal de vida cristiana comprometida con una realidad, allí se estaba gestando la idea de vivir en comunidad.

La búsqueda del sitio-terreno para radicar el proyecto debía cumplir con un requisito fundamental: permitir el trabajo de la tierra para generar el autoabastecimiento como una granja y con los excedentes de la producción obtener otros recursos o intercambiar con el medio lindero. Luego de analizar varias opciones comenzó la aventura y optaron por unas hectáreas de zona rural en el partido de Moreno al límite con San Miguel, en un haras denominado Trujui.


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Al principio cuatro matrimonios iniciaron los preparativos siendo la avanzada mis padres con mi hermana mayor de 4 años, yo con poco más de un año y medio y el varón que me sigue con unos meses. También Emilio Brun, agrónomo, y Silvia Blanco, familia tan comprometida como nuestros padres, con su hijo mayor de la misma edad que mi hermano. Hicieron base en una casaquinta que alquilaron en las cercanías para comenzar con las obras básicas e instalarse todo a pulmón con recursos propios ya que no prosperó un crédito que gestionaron para la construcción de las viviendas. Y se formó una escuela que los impulsó a dar forma a una cooperativa (el entonces gobierno de Frondizi ofrecía apoyo a ese tipo de instituciones).

Esteban Caver icuando era adolescente comentaba, en una nota periodística, que cuidar las gallinas de la comunidad le daba mucho trabajoEsteban Caver icuando era adolescente comentaba, en una nota periodística, que cuidar las gallinas de la comunidad le daba mucho trabajo

Es importante destacar que los primeros matrimonios pertenecían a una clase media o acomodada y compartían en principio la idea de llevar a la práctica la doctrina social de la Iglesia. Sin embargo, la autonomía e independencia de la Iglesia como institución se respetaba, por ejemplo, al fundar las escuelas la postura de mantenerse como institución laica resultó básica.

Las escuelas de Comunidad Tierra, en Trujui, Gran Buenos Aires.Las escuelas de Comunidad Tierra, en Trujui, Gran Buenos Aires.

Con el correr del tiempo se sumaron otros matrimonios o jóvenes, en la etapa del hipismo, sobre todo, que provenían bien de otros grupos comunitarios o de sectores medios de la Ciudad de Buenos Aires. Realmente resultó casi nula, diría yo, la incorporación de gente de la zona a la comunidad en los quince años que duró la experiencia.

La capilla de Comunidad Tierra en Trujui.La capilla de Comunidad Tierra en Trujui.

Comienzan las obras y surgen varios relatos y también recuerdos propios que paulatinamente se van sumando. Aquí se me ocurre una anécdota que escuché de varias personas y papá la confirmó. “Muy al principio de las obras, etapa de cimentaciones y pozos de tamaño considerable -ya que por la técnica constructiva arrancaban con ladrillos comunes desde una profundidad superior a un metro (es decir se metían dentro de esos pozos algunos albañiles y el propio papá que trabajaba a la par)- una tarde llega un auto llamativo por no pertenecer a la zona, además con un chofer que le abre la puerta a una señora muy arreglada que baja preguntando por el arquitecto de Fátima… Dicen que desde uno de los pozos papá establece un pequeño dialogo, hasta que sale y le explica que efectivamente era él y estaba construyendo su propia casa y no tenía tiempo para realizarle el proyecto que esta señora buscaba para su vivienda vacacional en Punta del Este, Uruguay. “Pero…, dijo la señora, con lo que yo le pagaré, usted podrá terminar su casa perfectamente contratando más albañiles”. “Es que yo quiero hacer mi casa”, reiteró papá. Bien, se entiende así era nuestro padre.

Recuerdo de niño ladrillos por todos lados, la familia Galeazzi también había comenzado su casa y nuestras aventuras se daban haciendo casitas y jugando entre los sembrados, muy divertidos a las escondidas entre los maizales. La comunidad se desarrollaba y si bien cada familia tenía su vivienda y en ella se compartía el desayuno y la cena, de a poco comenzó a funcionar el “lugar común”, se trataba de un edificio con un comedor para los almuerzos y a veces meriendas (además de la cocina y lavadero compartidos contaba con espacio de juegos y reuniones).

Ese proyecto comunitario rotulado por muchos, antes y después, como utópico, se hizo realidad por más de 15 años. Muy al principio los Jesuitas del Colegio Máximo acompañaron de diversas maneras, incluso con un sacerdote que celebraba la misa en la pequeña capillita que construyeron.

Durante los primeros años, la comunidad funcionaba a pleno con una huerta, al principio conejeras que luego reemplazaron por un gallinero, un tambo con no más que tres vacas lecheras, algún caballo, un tractor para el sector más amplio, al mismo tiempo la carpintería ya se estaba transformando en el verdadero sustento económico de toda la comunidad con los llamado muebles “Casas Blancas”.

Estos muebles marcaron todo una época, macizos de algarrobo o roble diseñados personalmente por papá que atendía a cada interesado los fines de semana representando con sus dibujos lo que el cliente requería y luego pasaba a una lista de espera para la fabricación de su pedido. Nosotros los niños cumplíamos ciertas horas diarias en alguno de los sectores productivos en tareas de ayudantía. Recuerdo un artículo, en alguna revista de interés general, con una fotografía en la que yo tendría 12 años y expresaba que estaba a cargo de 16 gallinas y me daban un trabajo bárbaro.

El proyecto comunitario empezó en 1960 y en sus primeros doce años vivió su plenitud: era el tiempo del mayo francés y otros movimientos internacionales como el festival de música y arte Woodstock en 1969 que aportaron esa visión del hipismo que llega a la comunidad. También aportaba mucha curiosidad por las construcciones, el estilo de vida y los buenos muebles que se fabricaban y vendían con lista de espera.

La escuela primaria comenzó a funcionar en 1963 coincidentemente con mi ingreso a primer grado y de a poco se convertiría en una institución modelo para la zona por su ideario “Todos iguales, todos diferentes”, ese era el lema de la escuela integral Trujui. Así transcurrieron los años junto al desarrollo del barrio y desde la escuela se generó esa idea de corazón de la comunidad, aunque muchos nos veían como a bichos raros. Además, las particularidades de la arquitectura impulsada por papá dejaba claramente expresado de manera tangible aquello de “unidad en la diversidad”, que no sólo era visible a partir de las edificaciones. Comunidad Tierra ha sido objeto de interés para la prensa en varias oportunidades por la vivencia en sí y sobre todo por la arquitectura de Claudio Caveri, rica en diversas experiencias en aquel lugar.

La comunidad estableció vínculos con distintos grupos comunitarios en el país y también en el exterior, podría destacar la comunidad del Arca en Francia, por ejemplo, o Comunidad del Sur en Montevideo, Uruguay, que me recibió con 15 años para un intercambio y me instalé por casi dos años compartiendo con los jóvenes de aquel grupo. De hecho concurrí al Liceo para completar los estudios secundarios. Si bien esta comunidad no tenía un origen religioso, la apertura de Comunidad Tierra a otras experiencias favorecía aquel concepto de enriquecerse a partir de las diferencias.

Está claro que las influencias fueron variadas pero la Comunidad Tierra dejó en mí experiencias intensas de niño y joven: fue una etapa hermosa, feliz, agradezco a mis padres por ese modo de vida porque además de muchos hermanos, ha permitido en la actualidad metamorfosearme cuantas veces lo requería el momento.

Nuestro país estaba inmerso en toda la etapa política denominada “los setenta” y esto había ingresado a la comunidad de distintas formas con alguna militancia barrial en la Juventud Peronista y otros grupos que, por sus vínculos con organizaciones más extremas sin formar parte activa de la comunidad, generaron confusiones y todos caíamos en la misma bolsa. Con el golpe militar de 1976, la disolución que ya estaba en la práctica se terminó de concretar luego de un allanamiento por parte de la Fuerza Aérea rodeando todo el perímetro de las escuelas que pasaron a ser la herencia comunitaria que hoy aún llevan adelante con mucho esfuerzo mis hermanos Sebastián e Inés, la menor de las mujeres.

Ellos mantienen la idea de escuelas públicas de gestión privada incorporadas a la enseñanza oficial completando desde el nivel inicial hasta el secundario y secundario técnico. Las escuelas pasaron a ser el fundamento de todos los espacios que antes pertenecieron a la comunidad. En el año 2011 falleció papá en su casa de Trujui, mamá continuó en esa casa hasta el 2019, cuando decide trasladarse a un departamento en Castelar donde dos años después fallece.

El proyecto de la Comunidad Tierra se fue esfumando, pero el legado aportado por tantas familias y aristas no dejan de representar un faro para intentar vivir de otro modo, más solidario y menos atento al sálvese quien pueda. Curioso, parece que los tiempos no han cambiado.

Redacción

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