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sábado, octubre 18, 2025

Mundos íntimos. Nos preguntaron si éramos familia de un hombre francés del 1600. Pues sí, y nos sorprendió conocer centenas de parientes.

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Corría el mes de mayo de 2015 cuando Susana, mi mamá, recibió una carta desde el sudeste de Francia -Cessens- cuyo remitente era Bernard Emonet, presidente de l’Asociation Cousinade Emonet, de L’Albanais. El texto la invitaba, en primer lugar, a reconocerse dentro de los descendientes de Laurent Aymonet (1605-1673) que vivió en la aldea de Grange en el siglo XVII; y si lo era, a participar de una “cousinade” (reunión de primos) que se realizaría en Haute Savoie, el año siguiente, precisamente los días 6 y 7 de mayo de 2016.


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Quien la firmaba, explicaba que desde hacía años se dedicaba a la investigación genealógica y que como llevaba el mismo apellido que mi mamá, era probable que fueran primos. La invitaba a corroborar en un link que adjuntaba si su antepasado que había emigrado a Argentina provenía de la misma región, y si lo era, pertenecían a la misma familia.

Descreída y extrañada, mi mamá abrió la carta desconfiando de su origen aunque el apellido de su remitente coincidiera con el suyo. Mi hermano Diego, harto de escuchar mi deseo de conocer el país de Molière, fue quien me dio la noticia que ella pensaba descartar. El viaje que anhelé desde siempre estaba por realizarse y una simple carta era el primer eslabón para conseguirlo. Lo que no sabía era que vendría de la mano de una investigación genealógica. Para mí, el 2015, fue un año de aprendizajes, de búsquedas internas y hasta ese momento, un viaje por el tiempo que hacía reconocerme parte de la historia.

Siempre me he preguntado cuáles son los misterios y los secretos que esconden las palabras, porque si tuviera que elegir una flor, un aroma, o el vocablo que me atrae por su sonido, para todos elegiría la glicina. Lo sorprendente es que nunca tuve una cerca.

Me crié en casa de mis abuelos en la ciudad de Campana. Sabía que el padre de mi abuelo materno, Ignacio, era francés, había muerto cuando él era un preadolescente y había tenido siete u ocho hijos. ¿Siete u ocho? Eran épocas en los que había cosas que los chicos no debían saber y la curiosidad se retorcía amordazada en la imaginación de cada niño. Las palabras se volvían misteriosas, dejaban baches. Recuerdo que en una oportunidad, cuando era una nena, logré escuchar de mi abuelo que había tenido un hermano que él no había conocido porque había muerto muy joven, ahogado. Yo no sabía si formaba parte de mi fabulación o era un testimonio certero.


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Una foto, ya en Argentina, del bisabuelo de Marcela con seis de sus hijos (tuvo ocho). Él había llegado a Campana gracias a la ley Avellaneda que  promovía la inmigración.Una foto, ya en Argentina, del bisabuelo de Marcela con seis de sus hijos (tuvo ocho). Él había llegado a Campana gracias a la ley Avellaneda que promovía la inmigración.

Francia, un bisabuelo y la lejanía en el tiempo, ejercieron cierta atracción y misterio. Hasta me jactaba en vano de que yo hubiera llevado su nombre si habría nacido varón. Será por eso que conservaba de Guillaume -mi bisabuelo- la única pertenencia que había heredado del cajón de mi abuelo: una libreta con su nombre que interpreté por años como el característico Servicio Militar argentino. En realidad, supe después que era la certificación que lo eximía de las tareas de combate del Ejército por incapacidad. Ahí estuvo mi punto de partida.

Comprobé que los datos que mencionaban en el árbol genealógico y que están disponibles para divisarlos en el sitio Geneanet al que Bernard invitaba a husmear, coincidían con los de la libreta. En este documento aparecían datos de Guillaume Emonet: había nacido en 1862 en Bloye, que pertenece al Canton de Rumilly y residía en Moye, departamento de Haute-Savoie.

 Una multitud de descendientes de Laurent Aymonet (1605-1673) se congregó en La Biolle (izq.), en el sudeste de Francia, para saber cómo había evolucionado su árbol genealógico. Una multitud de descendientes de Laurent Aymonet (1605-1673) se congregó en La Biolle (izq.), en el sudeste de Francia, para saber cómo había evolucionado su árbol genealógico.

Tímidamente envié el primer mail. Un tiempo después llegó la respuesta. Desde lejos, me dejaba influir por el entusiasmo de un hombre que con su investigación también traspasaba generaciones; la había comenzado su abuelo y él y su padre, Roger Emonet, la habían continuado.

La segunda parte de esta aventura, entonces, fue reconocerme solo como una pequeña hoja de este árbol que comencé a armar a partir de mi abuelo Ignacio. Sin embargo, el que formó mi bisabuelo era más extenso. Así, con el apoyo de mi mamá, reconstruí las ramas que supo formar Guillaume en Argentina.

Fue una tarea por momentos ardua. Visité a muchos primos, a otros los encontré por teléfono, Facebook, mail, contactos directos. Me he reencontrado con los que no veía desde mi infancia, supe de otros que los había sentido nombrar, pero no los conocía y compartí, con los menos, estas emociones. Algunos aportaron datos, fotos, anécdotas; otros fueron reticentes. La investigación me llevó desde Campana a Zárate, Capital Federal, José León Suarez, La Plata, Ingeniero Maschwitz, Mar del Plata, el sur de Argentina, España. De a poco fui armando el puzle. Hasta que por fin Guillaume tuvo un rostro: apareció una única foto con su mujer y seis de sus hijos delante de la casa de Campana. De esta manera logré compaginar un poquito más esta historia la que llevé a Francia en mayo de 2016.

La tercera parte de este relato fue la concreción de mi sueño: el viaje. Me despedí de mi mamá; de su mirada emergían páginas de su niñez, adolescencia y adultez junto a su papá Ignacio. Sentí que era el puente de conexión entre sus recuerdos y un presente impensado. Partí rumbo a Francia el 3 de mayo, y luego de un largo trayecto (Buenos Aires-París-Lyon-Aix les Bains), Bernard Emonet y nuestros anfitriones me esperaban en la estación de trenes de Aix. Entre lágrimas, sobrevino un abrazo infinito y con él una fusión de almas que trascendía fronteras en el tiempo y espacio.

Era la primera argentina descendiente de Guillaume que regresó a su tierra. Él había emigrado a Argentina favorecido por la ley 817 de Avellaneda. Agricultor como su padre, le dieron tierras, 2 vacas y un año de cereales. Se estima que su llegada a Campana fue en 1884 y falleció allí en 1925.

Descubrí que era en la tierra de mi bisabuelo donde las glicinas estampaban de matices lilas cada casa de esos pueblitos del sudeste de Francia. Algo de mi me memoria ancestral se encendió al verlas en Cessens, en Ruffieux, en Bloye.

El día de la “cousinade” nos reunimos en un salón inmenso; la recepción, un murmullo alegre. Todo mi cuerpo sonreía. El idioma era un susurro que latía en mi inconsciente y que afloraba en cada entonación. Empezaba a hablar más la lengua, aunque no podía hablar, como cuando de niña soñaba francés y contestaba a vaya saber quiénes sin saber el idioma.

Más de 600 descendientes fuimos fotografiados desde una grúa. Juntos, desde arriba éramos una patria. Formábamos un mapa de saberes ancestrales que se despertaban en mí de manera extraña. Dos tercios de los descendientes de Laurent todavía viven en las dos Saboya. El resto proviene del mundo entero. Entre tanta multitud, se extendía a lo largo del inmenso salón el árbol genealógico de más de 15 metros. Cada uno se agolpaba para buscar su rama.

Después de dos días de actividades variadas, el festejo finalizó con la proyección del video que yo había preparado con fotos de cada uno de los siete hijos de Guillaume: Luis, María Luisa, Vicenta, Ana, Camila, Guillermo e Ignacio y de algunos de sus nietos y bisnietos. Guillaume no sólo era un osado aventurero que cruzó el océano sino un hombre que supo continuar su genealogía. Las suposiciones se desvanecían cuando aparecieron los rostros de su descendencia.

La televisión de France 3 Haute-Savoie filmó el evento. Fueron las glicinas lo que en mi relato en castellano sorprendió a la periodista y la causa por la que el camarógrafo hizo zoom en la lente de su cámara para filmarme en la entrevista. Hoy, ocupan un renglón que se traduce en un link y forman parte de un libro de estudio de francés (Edito B1).

Los días que siguieron, visité la casa de Laurent Aymonet, el primer eslabón de este gran árbol, en Grange. Conocí el granero donde dormía la documentación por la cual en 1999 Bernard descubrió la filiación (Esmonet, Emonet, Emonnet, Emonette, Monet, son las posibles variantes del mismo apellido). Antes de 1660 no había registros en Cessens, se quemaban. Recién en 1730 había aparecido el primer catastro.

Aún me faltaba encontrar la casa que vio nacer a Guillaume, mi bisabuelo. Con ayuda de viejos vecinos, logramos ubicar el hogar primitivo de la familia. Viví el antes, durante y después de una aventura que parecía ficción pero era real. Finalmente, la cuarta etapa de esta travesía fue la concreción de un proyecto personal: la escritura. Otro gran desafío. Entonces nació mi libro “Raíces viajeras”; una crónica para todos los entusiastas que se animen a deshojar generaciones y/o para los interesados en rastrear su identidad hurgando en los orígenes.

Una vez en Argentina, el contacto y las investigaciones entre ambos países continuaron. Había vuelto no solo con el aroma a glicinas en mi piel sino con un susurro, como los abejorros que buceaban entre sus racimos: averiguar sobre la existencia de ese hermano del que me había hablado mi abuelo de pequeña. Ninguno de los primos tenía ese dato.

Nuevamente la búsqueda. Un año después de mi llegada, accedí a la página de Family Search y allí encontré los registros del segundo Censo que se realizó en Argentina durante la presidencia de José Evaristo Uriburu en 1895. Y fehacientemente aparecía Antonio Emonet; era el primer hijo de Vicenta López y Guillaume Emonet, registrado con 4 años y nacido en 1891. Tiempo después di con el acta de defunción; había muerto a los diez años en Campana; la causa: insuficiencia valvular. Guillaume había tenido “ocho” hijos.

Con esta información, el viaje cobraba otro sentido. Faltaba reconocer una pieza del árbol, y nada menos que el primogénito, para que una de las ramas del árbol se ordenara. Antonio reclamaba su lugar. Ese mismo año, llegó a mi vida mi sobrina, y causalmente el árbol de Ignacio se completó.

Las raíces de esta patria de primos son verdaderamente viajeras. En noviembre del año 2018 un grupo de 34 franceses se aventuró hacia Argentina. Esta vez, el encuentro se hizo en Campana. Fue una gran fiesta, ahora, éramos muchos los argentinos descendientes de Guillaume que estrechábamos los vínculos. Bernard y el grupo pudieron conocer a tres de las cuatro nietas vivas de Guillaume (hoy quedan solo tres).

Entre folklore, tango, y cantos corales en dialecto patois y castellano, fusionamos las banderas de Savoie y Argentina.

Cada cuatro años, l’ Asociation de la Cousinade Emonet de l’ Albanais sigue organizando un evento similar. La última se hizo en 2024. Brindo -hoy- por más encuentros.

Redacción

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