El mundo de la música está de luto: Brian Wilson, el legendario compositor, productor y cerebro detrás de The Beach Boys, falleció este martes a los 82 años, según confirmó su familia en un comunicado que rápidamente recorrió las redes sociales y despertó conmoción global.
Más allá de los hits playeros y las armonías soleadas que marcaron los años ’60, Wilson fue un genio tan brillante como atormentado, cuya influencia es equiparable a la de The Beatles o Bob Dylan. Desde “Good Vibrations” hasta “God Only Knows”, su legado trasciende generaciones, géneros y geografías.
Brian Wilson no inventó el pop, pero lo elevó a una forma de arte emocional, compleja y sofisticada, desafiando los límites del estudio de grabación en una era dominada por fórmulas simples.
Con «Pet Sounds» (1966), Wilson creó una obra maestra considerada por Paul McCartney como «el mejor álbum de todos los tiempos», y sentó las bases para lo que décadas después conoceríamos como pop de autor.
Aun cuando el resto de The Beach Boys representaban el sueño adolescente californiano, él siempre estuvo unos pasos más allá, en un mundo sonoro lleno de cuerdas, capas vocales, instrumentos no convencionales y sensibilidad introspectiva.
Pero el precio del genio fue alto. Durante años, Brian Wilson luchó contra problemas de salud mental, adicciones y aislamiento, enfrentando períodos de silencio creativo que solo alimentaron su mito. Su historia inspiró documentales, biografías y películas, como Love & Mercy (2014), donde se retrata crudamente su sufrimiento y su redención parcial.
En los últimos años, aunque su estado de salud era reservado, Wilson se mantenía activo en redes sociales y giras esporádicas, generando un culto a su figura que cruzó fronteras.
La muerte de Brian Wilson no es solo la pérdida de una figura clave del siglo XX: es la despedida de una era en la que la música pop todavía podía ser inocente, experimental y profundamente humana al mismo tiempo.
Sus canciones seguirán sonando en películas, series, playlists y, sobre todo, en la memoria emocional de millones de personas que encontraron en su música un refugio, una postal eterna del verano, o simplemente una verdad difícil de explicar.