Decía el viejo profesor, allá por los años ochenta, que en España solo puedes ser millonario si te toca la lotería; cualquier otro modo de hacer fortuna no se perdona y es automáticamente sospechoso. Hoy se acepta también que alguien gane mucho dinero gracias a algún programa televisivo que actualiza el antiguo circo de los horrores. El espectáculo ya no genera beneficio mostrando humanos deformes en su apariencia exterior, sino especímenes muy extraños en su forma de vida. Las celebridades no molestan, al contrario del español que creó un imperio textil y del que solo se habla para criticarle cada vez que su fundación hace alguna donación espléndida.

Un momento del último sorteo de la Lotería de Navidad
Javier Lizón / EFE
También se puede ser rico siendo deportista, sobre todo futbolista. Uno de estos mesías, que mucha gente agradece al destino haberlo visto en vida propia, puede llegar a ganar medio millón de euros… diarios. Sin problema, y siendo extranjero, que para esto no somos racistas. Pero, ¡ay de aquel que haya venido de fuera y abra un pequeño negocio! Que se prepare para oír los grandes éxitos de la injusticia de la calle.
Aquí se señala al desgraciado cercano y se ignora al poderoso inalcanzable
El pakistaní que tardó cinco años en pagar la deuda del viaje, y otros cinco en juntar para el traspaso de un minúsculo supermercado de estética sin duda mejorable, “parece que sea blanqueo”. Es igual que se pase ahí quince horas diarias para, lógicamente, ganar más de lo que ganaba fregando platos en un restaurante, mientras busca a alguien que le alquile una vivienda para poder traer legalmente a su mujer y a sus hijas.
El moldavo y su esposa que, con lo que ha ahorrado él en la construcción y ella limpiando pisos, han abierto una empresa de reformas, “seguro que blanquean”. Aunque ellos preferirían trabajar ocho días a la semana y, de paso, evitar trasmitirles a sus hijos, que aprendieron catalán a los tres meses de llegar, la angustia de pensar que Putin también quiera un día invadir su país.
La colombiana que abre un restaurante paisa con su hijo, después de doce años en treinta casas distintas, aseando a personas mayores, tanto agradables como insoportables, “debe estar blanqueando”. Ella, que precisamente dejó su tierra harta de los narcos, la guerrilla y los paramilitares. Pero a quién le importa eso.
Aquí tratamos el delito de blanqueo como los gobiernos tratan la contaminación: se señala al desgraciado cercano y se ignora al poderoso inalcanzable. Cualquier fin de semana, un grupo de amigos se encontrarán en casa de uno de ellos para enseñar la cocina recién renovada: “Muy barata; trabajan bien pero, para mí, hay algo raro”. Pedirán desde el móvil algo de comida latina: “No sé cómo les salen los números, pero aguantan”. Bajarán al paki a comprar cervezas y bolsas de patatas fritas: “Vamos antes de las once que el tío disimula muy bien y dice respetar los horarios”. Y sentados en el sofá verán por televisión la millonaria final de la Supercopa de España que se juega en Arabia Saudí.