Es viernes a la tarde, con un clima soleado que avisa que llegó la primavera. A lo lejos se ve un joven con una guitarra sobre su espalda, y el parlante amplificador que arrastra durante cuadras. Es Nicolás Behringer, que llega a uno de los puntos donde, durante tres años, cantó en plena vereda de Recoleta. Su sonrisa lo delata: está viviendo uno de los mejores momentos de su vida, por la popularidad que ganó con su participación en La Voz Argentina (Telefe).
«Ahora canto para regalarle un momento lindo a la gente», confiesa a GENTE mientras arma su equipo y se prepara para cantar. Su guitarra es la misma que utiliza desde que arrancó a cantar en la calle más chico. «Tiene marcas de guerra«, tira con humor. Y en paralelo, la gente que lo reconoce se empieza a acercar. Lo saludan, le expresan su apoyo por el reality y le piden fotos, videos con saludo y hasta le regalan una flor. Accede a uno por uno, sin importar el tiempo que le tome. El joven agradece por el cariño que recibe y siente la necesidad de devolvérselos eso con su arte.
Llega el momento de cantar y se entrega por completo a cada melodía. No es el escenario de Telefe, pero lo hace con la misma pasión. Los aplausos no faltan y le piden que siga. Pero de detiene para regalarnos una charla íntima, donde se emociona al contar su historia de resiliencia. «Creo que no hay un solo lugar de Buenos Aires que no haya pisado para cantar», dice, mientras cuenta que generalmente busca zonas que son movidas por la actividad gastronómica, también cantó en el subte o tren.

El furor por su paso por «La Voz Argentina»
Todavía su futuro en el programa de talentos es incierto, pero de lo que no hay dudas es que Nicolás atravesó todos los desafíos para convertirse en el artista que se ve hoy plantado en cada presentación. Vivió en situación de calle hasta los 13 años, con una infancia atípica, marcada por el abandono. “La calle me preparó para todo”, reconoce.
Nicolás quedó seleccionado entre más de 20 mil personas que se presentaron en el casting del reality este año. Su primera presentación en las audiciones a ciegas fue con Prófugos de Soda Stereo, canción que interpretó con tanta entrega que Luck Ra no dudó en girar su silla. El joven eligió sumarse a su equipo, y desde entonces se ha convertido en uno de los favoritos de la competencia.
A lo largo del certamen, ha demostrado que el origen no define el destino. «En La Voz aprendí mucho de muchas cosas. Sobre todo aprender a trabajar junto a un equipo de profesionales detrás que hacen todo para verte brillar. Lo importante que es tener un buen equipo de camarógrafos, de vestuaristas, de maquillistas, de escenografía, de coaches vocales, que el jurado también te acompaña un montón. Me enseñaron mucho sobre lo que es ser un artista profesional», cuenta orgulloso.

–¿Con la repercusión del programa, ya pudiste dejar por completo el arte callejero?
-No dejé de dedicarme al arte callejero. Actualmente no estoy resuelto económicamente para nada. De hecho, modifiqué el formato. En vez de ser arte callejero, estoy haciendo lo mismo, pero en lives por las redes sociales. Entonces, al hacerlo de esa manera me permite gestionar un poco mejor mis tiempos y a llegar a más gente. Sigo teniendo una necesidad con eso, porque es básicamente mi ingreso principal.
-Antes de La Voz Argentina, ¿1ué era lo más difícil de ser artista callejero?
-Lo más complicado de hacer arte en la calle es lidiar con gente que está muy rota, gente que está muy perdida. También personas que quieren venir con una actitud autoritaria, y eso no está bueno, porque hay muchos artistas que tienen la mejor predisposición, que son muy educados, que son muy buena gente y que no vienen para nada a imponerse o a querer pasar por encima a nadie.
-¿Es por un tema de respetar el espacio de cada uno?
-Sí. No sabés el miedo que tuve cuando canté muchas veces en el subte o en el tren. Es de terror en ese sentido. Existen unas reglas sobre las cosas que se pueden hacer o no dentro del arte callejero. Es complicado, porque además uno tiene que tener una energía linda para poder ofrecerle eso a la gente. Se hace difícil.
-¿Y cómo empezaste a hacerlo?
-Empecé porque quería realmente poder dedicarme a la música, vivir de esto. Ese era el objetivo que tenía: juntar plata, pagarme las grabaciones, pagarme lo que sea que tuviera que necesitar para poder empezar a crear mis temas, mi nombre. Nunca recibí clases, toco de oído. Aprendí sobre acordes, aprendí un poco sobre lo que es la métrica dentro de todo lo que tiene la música, qué diferencia un género de otro, cómo interpretarlo. Y lo mismo para componer. Aprendí lo básico y así me animé a ir buscando mi propio camino.

-Y mirá ahora toda la gente que te reconoce y se acerca a escucharte.
-Es hermoso. Ahora lo hago meramente para darle el gusto las personas que no podrían pagarse un show o que tendrían ganas en este momento de compartir conmigo. Con todo esto que está pasando con La Voz me cuesta contestar todos sus mensajes, y esta es una forma de estar cerca de ellos un ratito.
La música como refugio y el abrigo a su hermana
El punto de quiebre en su historia llegó hace unos años, con la muerte de su padre, su único vínculo familiar cercano. Desde entonces, Nicolás asumió un rol que pocos adolescentes estarían preparados para llevar: se convirtió en el tutor legal y emocional de su hermana menor. “Somos ella y yo nomás», expresó con profunda emoción.
–Aún sos joven. Tenés 28 y tenés a cargo a tu hermana.
-Sí, por eso te decía que cuando comencé a cantar en las calles también lo hice porque no había sueldo que me asegurará que ella estuviera bien. Creía que realmente lo que me iba a asegurar eso, era que yo pudiera estar haciendo lo que amaba y generar mucha abundancia con eso. Lo más pesado siempre fue el miedo de pensar, «¿Llegaré con esto?». Tener dos meses de alquiler encima, tener que pagarlos en una semana y no tener dinero. Era buscar la manera de hacer funcionar este trabajo sí o sí.
–¿Qué significa para vos ser tutor de ella?
-Implica que lo que yo elija para mi vida, sea lo que sea que yo haga, también pasa a ser un ejemplo para ella, como cualquier padre. Ella tiene mi figura como referencia. Por lo que yo hago come, por lo que yo hago tiene un techo. Es prácticamente un rol paterno. Entonces pasa a ser que todo lo que hago, obviamente impacta en ella.
-¿Qué te gustaría que aprenda de vos?
-Me gustaría que tenga siempre presente que hay que creer en lo que uno ama. Siempre. Que no hay que dejar de pensar que independientemente que te salga o no te salga… todas las cosas se trabajan, todo. No hay cosa en esta vida que no se trabaje y si te sale mal, no es un fracaso. Lo que es un fracaso es decir: «Yo amo esto y no estoy haciéndolo». Si estás acá y hay algo que amás, ¿por qué no darle ese foco que merece?

-¿Y cómo vive este sueño ahora que estás en La Voz?
-No faltó ni un día. A todas las presentaciones que vamos teniendo no faltó ni un día. Se lloró la vida. Cada una de las veces que yo subí al escenario estaba llorando. Es impresionante. Se emociona un montón. Aparte ella me hizo caer en cuenta que cada una de las presentaciones es como darle el honor a mi viejo de decir, «Okay, esto es un poco más digno que el final que quizás no pudimos darle».
-¿En qué sentido?
-Cuando tuvimos que enterrar a mi viejo, fue hecho todo desde el Estado. No teníamos plata para comprar algún cajón. No teníamos plata para nada. No tuvimos tiempo de velarlo, no tuvimos tiempo de hacer nada, fue saludarlo, que lo enterraran e irnos.
De sus días de chico en la calle a la dura pérdida de su padre
«Viví en la calle hasta mis 13 años, pero la verdad tengo muchos recuerdos difusos, porque cuando pasas experiencias traumáticas, el cerebro tiende a tener una autodefensa a eso, y por suelte te olvidás de mucho», expresa.
-¿Y qué es eso que sí recordás?
-Recuerdo haber transitado una carencia absoluta. Al punto que para mí era un regalo estar durmiendo en una cama, sea donde sea. Llegué a vivir en casas abandonadas, en las que nos echaba la policía por razones lógicas. Recuerdo estar viviendo en casas rodantes, estar viviendo en casas de amistades. Pero creo que lo que más me deja eso es saber que no se trata nunca de lo que viene de afuera, jamás. O estás bien y estás en paz con vos y tenés la capacidad de ver la vida como lo que es, que es un regalo hermoso, o simplemente vas a estar penando siempre, independientemente de lo que sea que venga.

–¿Cómo hiciste para sostener ese sueño o esas ganas de salir adelante? ¿Qué te impulsaba a seguir?
-Básicamente las ganas de hacer lo que amaba. Siento que muchas veces he dudado de lo que hacía. He tenido mucho miedo. Muchas veces he pensado: «No tendría que hacer esto, no, no tendría que dedicarme a esto». «Lo que estoy haciendo por ahí es feo». Pero me he encontrado muchos guías en el camino, gente muy linda de la que me he inspirado mucho, artistas callejeros, personas que después se convirtieron en grandes amistades.
-En una de las galas de La Voz contaste que te hubiese gustado que tú papá te hubiese visto sobre el escenario. ¿Sabía de tus ganas de ser artista?
-Sí. Él quería que cantara. Las pocas veces que me vio mientras comenzaba a soñar con esto, me tiraba algunos tips, algunos consejos. No sabía de nada (risas), pero me aconsejaba igual porque quería que yo mejorara, y tenía mucha razón en muchas cosas que me dijo. Creo que estaría muy feliz de verme dando siempre lo mejor de mí. Estaría orgulloso.

–Decías que te quedó la sensación de no haberle dado la despedida que merecía.
-Fue muy feo ese momento. Era tan buen tipo. Era capaz de decir: «Estoy feliz si comen ustedes, aunque yo no vaya a llegar. Puedo estar sintiendo hambre, pero si los veo comer estoy muy feliz». Pasó un montón de carencias de las que me enteré después, porque hacía todo para que no lo notemos. Se dejaba de lado y no se atendía por atendernos a nosotros. Y no te dabas cuenta porque el tipo estaba feliz, parecía que estaba bien (se quiebra).
Fotos y vídeos: Martina Cretella.
Redes: Luna Figliouolo.