Hace unos meses se confirmó estadísticamente que, actualmente, tanto en Barcelona como Catalunya hay más perros que niños. Este dato dio pie a innumerables debates sociológicos de presente y futuro y sirvió para que, una vez más, cada cual usara sus preferencias o sus manías como explicación de las causas que nos han llevado a esta situación.
Lo que llama la atención de esta contraposición canino infantil es el hecho de poner al mismo nivel la vida de los animales de compañía y las vidas humanas, pero solo las de los más pequeños. Según el Institut d’Estadística, en noviembre de 2024, en Catalunya, la población de niños de hasta 12 años era de 910.413 personitas, mientras que de 70 años o más había 1.153.105 habitantes. “ Los viejos, quiéralos Dios”, decía el saber popular.
En algo fallamos cuando los que fueron jóvenes en la sociedad de posguerra parece que molesten
Para las mascotas, preferentemente de adopción, hay anuncios de seguro médico incluido en la hipoteca. Para los mayores, como bien reflejan muchas cartas de los lectores de este diario, no hay ni siquiera la deducción fiscal de muy costosas mutuas médicas que ayudan a aliviar la sanidad pública.
Adultos, una niña y perros en un parque de Barcelona
Xavier Cervera / Propias
Ya hace más de diez años que los perros pueden viajar en el metro de Barcelona, algo que, en un inicio, para algunos fue molesto y para la mayoría resultó sorprendente. Se demuestra que era el principio de la adaptación de la ciudad a una realidad ahora todavía más evidente. Pero, de igual forma que cuando un cuadrúpedo entra en un vagón encuentra sitio sí o sí, en el mismo transporte público sigue siendo habitual ver a gente haciéndose la dormida para no tener que ceder el asiento a alguien que lo puede necesitar, incluso merecer, mucho más.
Es innegable que para muchos humanos el amor de un perro es más sincero que el de muchas personas y, su cercanía, siempre dispuesta. Y seguro que habrá algún abuelito ahora entrañable que en su día fue un maltratador impune ganándose el olvido senil. Pero, en general, en algo fallamos cuando aquellos que fueron jóvenes, con sueños pero sin apenas caprichos, en una empobrecida sociedad de posguerra, parece que molesten. Es chocante que muchos de los que construyeron nuestra gran base social, sobre la que aún sus nietos han vivido medianamente bien, deban recurrir a un gato para no estar en soledad. “ Los tiempos adelantan que es una barbaridad”, también se solía decir.
Además de los tradicionales perros, gatos, peces o pájaros, empieza a ser común convivir con hurones, conejos e incluso cerdos. Desde la cruel pandemia, que se llevó en exceso precisamente vidas de gente mayor, vivimos tiempos distópicos, en los que la realidad ha recordado a ficciones del cine y de la literatura. Vayamos con cuidado porque George Orwell, de nuevo Orwell, ya nos advirtió en Rebelión en la granja de que los cerdos acabarían expulsando a los humanos y haciéndose con el poder. Aunque el resultado tampoco fuera el esperado.
