Ha causado controversia la obsesión de la cúpula de la CCMA (Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals) por imponer la marca 3Cat por encima de marcas consolidadas como TV3 y Catalunya Ràdio. En cambio, la llegada del 2cat como operación de catalanización de La2 solo ha generado indiferencia.
Las razones de esta diferencia hay que buscarla en la implantación de unos y otros medios y, mirando atrás, en la constatación de hasta qué punto de incompetencia y miopía política Ràdio 4 y el canal catalán de La2 dilapidaron el espléndido legado logrado tras la muerte de Franco.
La cocinera Carme Ruscalleda
Mané Espinosa / Propias
En L’any que vas néixer , Xavi Bundó repasa, a través de las imágenes del nodo, un pasado que aún podemos identificar. El formato mecaniza sus recursos, explota el valor de la nostalgia y depende de la locuacidad y generosidad de sus dos invitados. El último día, Carme Ruscalleda contó que, cuando nació (1952) su padre tuvo un disgusto enorme porque esperaba un niño. Ahora la confesión puede sonar a fósil de un pasado machista, pero seguro que, como aberración de las políticas de género, debió marcar la vida de la cocinera.
Que La2 en Catalunya haya cambiado de nombre no ha causado ninguna ola de indignación y resistencia
DOCTORA ¿NO? Y hablando de políticas de género. Catalunya Ràdio emite el programa Les dones i els dies , presentado y dirigido por Montse Virgili. El programa no engaña: es combativa y estrepitosamente feminista. Conviene saberlo, sobre todo si eres un carcamal con curiosidad por escuchar argumentos que probablemente escandalizarían al padre de Ruscalleda. El otro día, Virgili entrevistó a la escritora Luna Miguel para hablar de la cancelación de la novela Lolita.
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En la conversación, muy interesante, se produjo un fenómeno que lleva tiempo contagiándose entre personas de, en general, discurso progresista. Le pasaba a la alcaldesa Ada Colau, que acababa casi todas sus frases con un “¿no?” tan innecesario como cargante. Virgili y Miguel compartieron este mismo recurso y se intercambiaron “¿no?” con una insistencia que interfería en su conversación. La prueba de que el ¿no?” no hace ninguna falta es que, a las introducciones que Virgili hace de los personajes (escritas y leídas) no utiliza ninguno. Y quien crea que trufar tu discurso de “¿no?” te hace más interesante o más guay, se equivoca. Por acumulación, acaba siendo molesto. Es, salvando las distancias, como cuando tu interlocutor tiene un trozo de lechuga entre los dientes o la bragueta abierta.





