En un libro que acabo de leer situado en la edad media, me ha llamado la atención un detalle: la cantidad de personas que se llaman igual. Se trata de Montaillou, aldea occitana, de 1294 a 1324, un estudio de Emmanuel Le Roy Ladurie sobre una diminuta población de los Pirineos franceses, cuyas interioridades conocemos gracias a un proceso inquisitorial del que se conserva el sumario. Y aunque es apasionante, me ha costado seguir el hilo por la repetición de nombres: aparecen tres Bernard, cuatro Arnaud, cinco Pierre, seis Raymond o Raymonde, siete Guillaume o Guillemette…
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