Hoy mucho se pontifica sobre el aumento de los poderes de la inteligencia artificial. Sofisticación de los procesos técnicos más “inteligentes”. Por contrapartida, para muchos observadores, esta época es barrida por los enérgicos vientos del deterioro de las facultades habitualmente asociadas con la inteligencia: atención, capacidad de análisis, aprendizajes profundos. Para algunos, en la era tecno-digital se acumulan mayores montículos de estupidez. Esto es parte de la mirada sobre lo global contemporáneo que ofrece el periodista y escritor italiano Pino Aprile, en su libro Nuevo elogio del imbécil, publicado por Gatopardo ensayo, y con traducción de Juan Manuel Salmerón.
Los inteligentes construyeron el mundo, pero los imbéciles hoy serían quienes lo disfrutan. Esto, en principio, podría suponer solo un desagarro de lo óptimo, un desfallecer de lo mejor, un defecto evolutivo. Pero este estado no necesariamente, según el autor, es una herida de lo malo. Puede ser una ventaja adaptativa, aunque con ciertos efectos regresivos, como se verá.
El camino de toma de conciencia de la polución de estupidez en el mundo que experimenta el autor comienza con su lectura de la menos conocida de las obras de Darwin: El origen del hombre. La ley evolutiva es la selección natural, la supervivencia del más apto. Esta selección promueve las mejores características adaptivas a los desafíos de un entorno. A pesar de que el humano se estima el centro del universo “su potencia mental, en el teatro de la vida, no vale más que el mimetismo, la fuerza física o la envergadura de otros animales”.
Pero somos el único ser pensante del planeta, por lo que esto restablece nuestra excepcionalidad, nuestra “arrogancia de la especie”; y, así, al final, “seguimos siendo la obra maestra de la evolución”.
El reino de la imbecilidad
Aprile visita a Konrad Lorenz, el zoólogo austriaco Premio Nobel en 1973, en etología, el comportamiento de los animales. Busca una entrevista, una respuesta a la pregunta “¿por qué reina la imbecilidad? ¿qué la justifica y hace tan necesaria?”
Lorenz satisfizo su demanda: “El genio humano concibe soluciones para ‘casi’ todas las necesidades de la vida y, una vez hallada la solución del problema, ya no necesitamos usar la inteligencia, nos basta con copiar. Pero repetir no es inventar y, como no las estimulamos, nuestras dotes intelectuales se marchitan”.
En el fluir de la meditación del científico pensador austriaco emerge entonces una certeza, una proposición sorpresiva: “el extraordinario desarrollo de la inteligencia humana tuvo como última consecuencia destruirla, volverla superflua”.

Este escepticismo respeto a la supervivencia o expansión de la capacidad intelectiva impele una guerra a la inteligencia: “El cerebro da miedo, desencadena la agresividad en quien no tiene o tiene menos. Hitler, que dirigió la máquina de poder más necia de los tiempos modernos, escogió por enemigos al pueblo que más Premio Nobel ha ganado”.
En Camboya, o en la llamada Revolución Cultural China, cualquier que fuera sospechado de competencias o saberes especiales era “retirado” de la existencia normalizada.
En el desarrollo del libro, Aprile intercambia cartas con un filósofo amigo de Lorenz. Ambos se sorprenden de la gran “cantidad de imbéciles que hay en el mundo”. Y ante esto, surge la pregunta por el innegable ascenso de quienes degradan la inteligencia. Y Aprile propone: “…ahora entendemos por qué ascendemos: no es por las muestras de inteligencia que damos, sino porque ofrecemos garantías de que actuaremos estúpidamente en el puesto que nos asignen”.
Guerra contra la inteligencia
La guerra contra la inteligencia aumenta su artillería mediante la neutralización del genio, del que, por su condición subversiva, no repite pasivamente las normas, sino que las discute. Así, la sociedad “se defiende como hace cualquier organismo ante un agente externo que pone en peligro su seguridad, su existencia”.
El paradójico trajín de la evolución es la inteligencia como una dificultad antes que un beneficio para la eficacia adaptativa. Carl Sagan, en Los dragones del Edén (1977), sentencia que “los humanos hemos sido seguramente los agentes de una selección natural destinada a suprimir la competencia intelectual”; es decir, la desventaja de la inteligencia en la lucha por la vida.
Y un Aprile desesperanzado termina por observar que las condiciones de aumento de las imágenes, antes que las palabras en nuestro entramado comunicativo, actúan sobre la parte más antigua del cerebro y producen hipnosis, adicción y videodependencia. La invasión en cascada de lo visual “poda el cerebro del Homo sapiens”.

Y todos creen tener algo importante para decir; se incrementa el caudal de lo comunicado, pero cuanto más difundimos nuestras opiniones, más estúpidos nos vemos ante los demás, al punto de que “parece listo, mientras está callado”.
Y “la producción de tonterías, insultos, vulgaridades y riñas en línea se retroalimentan a un ritmo exponencial loco y toda esa basura se eterniza”.
Al final, la audacia ensayística de Aprile quizá nos lleva a una encrucijada: ¿no tendríamos que hablar menos de “inteligencia artificial” y más “de inteligencia perdida”?
Nuevo elogio del imbécil, de Pino Aprile (Gatopardo ensayo).
Ierardo es filósofo, docente y escritor. Autor de La red de las redes.